Vicente Ros sigue en la calle Campos
JOSÉ MONERRI
Miércoles, 2 de enero 2013, 12:07
El maestro Vicente Ros fue un cartagenero singular que con la pintura impartió docencia entre numerosos discípulos, lo que dio lugar a que el Ayuntamiento le dedicara una plaza en el Ensanche, entre la Ronda de Ferrol y la Ribera de San Javier, y también un busto en la calle de Campos. Este pintor cartagenero contó con gran apoyo en el ámbito cultural, siendo su estudio un centro de reunión de intelectuales. Un estudio al que acudían hombres que gozaban con unas reuniones en las que se hablaba de lo divino y lo humano y donde los jóvenes impulsados por la vocación pictórica recibían sus enseñanzas. El maestro nació en Cartagena en 1887 y murió en 1976.
Inició su formación artística con el pintor Wssel de Guimbarda. En 1917 obtiene una beca que le concede el Ayuntamiento para estudiar en el Círculo de Bellas Artes de Madrid y en el Museo del Prado. En la capital se relaciona con numerosos intelectuales de la época y colabora como ilustrador con varias revistas. En 1931 regresa a Cartagena, donde funda un estudio en el que se forman la mayoría de los pintores cartageneros contemporáneos y que se convierte, además, en centro cultural de la ciudad. Entre su obra destaca especialmente una serie de cuadros de pequeño formato, denominados 'Kamarrupas', donde perviven influencias de la corriente simbolista.
El crítico de Arte Santiago Amón, prematuramente fallecido en accidente aéreo, que fue en una ocasión Pregonero de la Semana Santa y que confesó que le gustaría ser «cartagenero adoptivo», decía que Cartagena contó con dos Universidades: la Popular -que en esa época renacía- y de la que él fue su primer rector en esta segunda etapa, ya que la inicial, su germen, se debió a impulsos de la académica Carmen Conde y de su esposo Antonio Oliver; y una segunda, a la que Amón llamaba «Universidad clandestina», en el estudio del maestro Vicente Ros.
El estudio estaba en una buhardilla de la Subida de San Antonio, hacia la Morería. El local, recoleto, atestado de caballetes y de pinturas de toda clase, olía penetrantemente a tabaco. El maestro, con sus kamarrupas, de configuraciones complicadas y retorcidas, sentó esta escuela a nivel mundial.
El lugar era proclive para reuniones íntimas y con sabor a clandestinidad. Amón, con ocasión de su estancia en Cartagena por causa del servicio militar en 1950, afirmaba que su vinculación a Cartagena ha sido siempre de tipo cultural. La primera cultura clandestina lo era de verdad. Se desenvolvía de espaldas a las instituciones, pero tenía la virtud de que todo el que venía a Cartagena a hacer la mili se encontraba con ese mundo del que nació una revista llamada 'Baladre' y un movimiento pictórico único en España. Cartagena y el aire libre de la plaza de los Héroes de Cavite y Santiago de Cuba, hizo, en 1956, la primera exposición de arte abstracto en España, participando José A. Novais, Guillermo Delgado, Luque, Gerardo Rueda, César Manrique y otros.
Cultura heterogénea
Al estudio de Vicente Ros -boina permanente, voz penetrante, risa entrecortada y mucha amabilidad en su trato- iban los hermanos Martínez Pastor, y eran sus discípulos predilectos Enrique Gabriel Navarro y Ramón Alonso Luzzy. También había otros como Asensio Sáez o Adrián Rosa. Y el poeta de aquel momento fue Agustín Meseguer, un hombre fundamental en aquella 'universidad', por la que también pasaron José Barceló, Casimiro Bonmatí Azorín y Diego Pérez Espejo. Allí estaban también Enrique Escudero, Paco Carles, Moreo, Alberto Colao, Bolarín, Antonio Abellán, María Teresa Cervantes y Antonio Sala Cornadó, dentro de los habituales a la pintura o a la tertulia.
Por el estudio también pasaron dentro del sinnúmero de pintores, Salvador Reverte, Carmen Navarro y los que no fueron al estudio del maestro -las nuevas generaciones- lo harían a los de Navarro y Luzzy.
Hay que citar a Enrique Nieto Navarro y a un jovenzuelo que quería mucho al maestro y que tras dar sus primeros pasos en la pintura se inclinó por el periodismo, hasta llegar a ser profesor titular en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad de Madrid, Antonio García Martínez, que siempre ha firmado sus artículos trocando el Martínez por de Diego.
Allí se respiraba bohemia, arte y cultura dentro de un desordenado orden. En esta época de la posguerra Cartagena contó con un centro cultural, nacido con espontaneidad, al que concurrían jóvenes con heterogéneas ideas y en donde se hablaba de todo ante la mirada complacida, bondadosa y paternal de un artista cartagenero que era todo sencillez y educación: el maestro Vicente Ros.
Carlos Areán, de la Asociación de Críticos de Arte, Premio Nacional de Literatura y Director del Museo Español de Arte Contemporáneo, en su obra sobre Navarro, con el título 'Artistas españoles contemporáneos', escribía sobre Rodríguez Cánovas.
«Le prometió a Enrique que tan pronto acabase la guerra llevaría sus dibujos al estudio de Vicente Ros para que el maestro pudiese dictaminar sobre su importancia. Así lo hizo y debido a ello fue Enrique el primer alumno que tuvo Vicente Ros una vez acabada la guerra y el que lo obligó en una época difícil a renovar con renovado entusiasmo su magisterio.
Quien solo conozca la obra de Vicente Ros en cuanto pintor, carece de datos para hacerse una idea de lo que eran sus clases. Ros fue durante muchos años el artista más importante del Reino de Murcia, pero era y es por añadidura uno de los hombres de cultura más viva y más coordinada que existe hoy en España. En su fructífera ancianidad parecía un niño que no se ha enterado de que existe el pecado original, pero que derrocha no obstante y casi sin darse cuenta de ello una sabiduría de siglos. Su conocimiento de las culturas orientales no tiene nada de académico ni erudito, pero ha decantado después de innumerables lecturas el saber de salvación hinduista y meditado horas y horas sobre las intuiciones y la moral cósmica de los Upanishads. Podría ser suya aquella frase del Isha Upanishads de que 'el espíritu es señor de su movimiento, único, inmutable, libre, permanente, eterno'. Estas afirmaciones no son para Ros conocimiento intelectual, sino objeto de meditación y diálogo socrático con sus alumnos. Su sola manera de enseñar tiende un puente entre dos viejas sabidurías eternas, la de la Hélade y la del primer hinduismo, pero vividas ambas no en lo que tienen de arqueológico, sino como fermento que en una u otra manera perdura todavía en nuestra concepción occidental de la forma, aunque no tal vez en nuestra manera de ser y de valorar.
Manuel Wssel de Guimbarda había nacido a mediados del siglo XIX en la Cuba todavía española y se había establecido más tarde en la patria de sus antepasados, primero en Sevilla y luego en Cartagena, en donde realizó sus más importantes obras. Fundó una academia cuyo más preclaro discípulo fue Vicente Ros, maestro, a su vez, de los más importantes pintores cartageneros de la generación actual. En el ambiente de Wssel, ambiente de muralista de notable 'folego' y depurado dominio de su oficio, cabe inscribir la labor de la primera generación de los Navarro. La de la segunda coincide, en cambio, con el segundo auge de la voluntad creadora de Ros y con la reelaboración de sus kamarrupas. A la tercera generación, a la de Enrique Gabriel Navarro, pertenecen los Luzzy y los Briasco, los Barceló y los Sáez, cuyo relevo se halla aún lejano a pesar de la brillante eclosión de la promoción juvenil de los Conesa y los Hernández Cop».
Fallida aula de cultura
Fue la comisión municipal permanente de 5 de junio de 1978 la que acordó dar el nombre de Vicente Ros a una plaza del Ensanche. El 27 de diciembre de 1984, Cajamurcia adquirió el que fue cine Principal con la intención de destinarlo a Aula de Cultura en la que se pensaba reproducir el estudio de Ros. Esos proyectos no llegaron a realizarse.
Lo que sí prosperó, siendo alcalde Antonio Vallejo, fue erigir un monumento con un busto del maestro Vicente Ros, obra de Francisco Toledo y realizado en 1988, a impulsos de una comisión pro monumento de la que formaba parte Francisco Carles Egea. Fue inaugurado el 5 de abril de 1990 en la céntrica calle de Campos. El maestro tiene, pues, en su Cartagena natal una plaza a su nombre y un monumento. Se ha perpetuado dignamente su memoria.