El autor confeso del crimen de Totana: «Siempre tuve ganas de matar a alguien»
El sumario sobre el asesinato de una joven de 17 años en Totana permite reconstruir con detalle cómo se ejecutó y las posibles motivaciones
El chico, poco más que un adolescente, 19 años de edad, aspecto anodino, insustancial casi, el «ciudadano cero» -como más tarde lo definiría un profesor del instituto Juan de la Cierva de Totana, donde cursa primero de Bachillerato-, se dispone a matar. Está decidido. Responde al nombre de Johan Styven y la mujer elegida para descargar sobre ella su dolor y su rabia -una chiquilla de 17 años que parece llevar la sonrisa tatuada en su rostro, por indeleble- es su exnovia, Claudia. Ella lo ha dejado, hace unas semanas, harta de su control, cansada de sus reproches, frustrada por sus comentarios despectivos sobre su aspecto físico.
Son las 16.30 horas del 8 de febrero pasado. Abre el whatsapp de la muchacha y le manda un mensaje de audio: «¿A qué hora nos vamos a ver hoy para darnos las cosas? Que si puede ser a las cuatro y media. Porque tú y yo sabemos que si viene Fernando..., cómo se va a poner. Y no te voy a hacer preguntas sobre lo nuestro y tal, porque ya me lo has dejado bien claro. Que lo que sí es intentar despedirnos a lo bien y ya está. Y darnos las cosas y que te vayas a ver a Fernando y a tus clases».
«Básicamente, yo, por el verano o así, o mucho antes, tenía como una voz que me decía de hacer, de matar, de hacer mucho mal a alguien. Y el verano ya me vi ansioso, nervioso, que no se me pasaba. Y ese pensamiento, ese pensamiento... Era una voz que me decía, cuando alguien me molestaba, o se portaba mal, no sé, tipo... como que lo matase»
-«Puedo a las 17.00», responde Claudia, confiada.
-«Cuatro y cuarenta o y cincuenta mejor, porque tengo clases particulares a las cinco y cinco detrás del instituto y no me da tiempo. Y además es la última vez que nos veremos».
-«¿Y qué, me vas a dar el dinero también? Porque si dices que es el último día que nos vemos... A las cuatro y veinte puedo, porque a las cuatro y cuarenta estoy ocupada».
A las 16.17 horas, Claudia le remite un nuevo mensaje. «Oye, que a las y media me tengo que ir ya. Dijiste que estarías en punto».
-«Tranqui, ya bajo», dice él.
-«Madre mía, bro. Media vida. Baja ya».
«Claudia va a venir ahora»
Su madre lo ve «muy triste»
Johan Styven se ha retrasado unos minutos. Ha comido en casa, junto a su madre, y a las cuatro se ha acercado al colegio Santiago a recoger a su hermana pequeña. La madre lo ha notado muy triste y, consciente de su reciente ruptura con Claudia, le ha dicho que tiene que seguir adelante.
-«Es que la separación me duele muchísimo», le ha respondido el chico, para añadir a continuación que ella iba a acercarse hasta allí un poco más tarde.
-«Pues es mejor que no os veáis y os deis un tiempo para estar tranquilos».
-«Nos vamos a devolver nuestras cosas», aclara el chaval.
-«Pues se las doy yo», se apresura a ofrecerse la mujer, con un punto de alarma en la voz.
-«No, tengo que hacerlo yo», la disuade. Y seguidamente se levanta de la mesa y se encierra en su habitación.
«Me voy a suicidar»
«He matado a Claudia»
Desbloquea su móvil, activa la función de vídeo y se graba a sí mismo. Cuenta que se va a suicidar, que ha matado a Claudia, que tenía sus razones y que ella está en el trastero.
Luego graba otro vídeo, con una duración de 12'28'', dirigido a sus padres, y les dice que Claudia está en el trastero. Que llamen a la Policía y les den las llaves del trastero, porque ahí está Clau. Reconoce sentir lo que le ha hecho a su familia, afirma que a ella le habría puesto muy cachonda que matara a alguien y que él -de hecho- siempre tuvo ganas de matar a alguien. Que no se había desmayado al ejecutarla y que no se arrepiente de haberlo hecho. Que ambos se habían hecho la promesa de que si uno moría, se matarían los dos. Luego cuenta anécdotas de su historia con Claudia.
Acaba con una última grabación en la que habla del cuchillo de cocina, el mismo arma ensangrentada que acaba escondiendo en la azotea, en una canaleta del tejado, donde más tarde se lo entregará a los guardias civiles. Porque, al cabo, no es capaz de quitarse la vida.
Falta un cuchillo del escurridor
«Johan, no te dejes llevar»
Faltan unos minutos para las ocho de la tarde cuando la mujer, que se ha metido en la cocina para preparar la cena, echa en falta un cuchillo de cocina. Es un arma imponente, de unos 30 centímetros, de color gris y con una mella en la punta, que había dejado secándose en el escurridor.
El corazón le da un vuelco y se precipita hacia el cuarto de su hijo. Le registra la mochila y no halla el arma blanca, pero sí una chaqueta verde de mujer.
Luego manda un whatsapp: «JOHAN dónde estás... Sales y no dices dónde vas. Por lo menos dígnate a mandar un Wussa».
-«Ya iré, mamá», le contesta él media hora más tarde. «Me sentía un poco mal».
-«Johan déjate de cosas no te dejes llevar x los problemas tienes una vida x delante tienes un futuro bueno».
El chico no responde y ella insiste, presa de un mal pensamiento. «Tu no sabes lo que te amamos tus hermanos y yo. Eres todo para nosotros».
Acaba mandándole un mensaje a su exmarido, a quien pide que interceda ante Johan. «Te juro que el Johan está mal, me lo dice mi corazón».
Él la tranquiliza. «Está bien. Dice que en casa de una amiga que no es su novia. Que en un momento irá a casa».
La mujer sigue sin tenerlas todas consigo. Abre el wasap de la muchacha que un día fue la enamorada de su hijo y le manda un mensaje. «Buenas noches Claudia, soy la mamá de Johan. Podemos hablar un momento». Nunca recibirá respuesta.
La Guardia Civil llama a la puerta
«Mamá, le he hecho daño»
Johan llega a casa pasadas las nueve de la noche. Viste una sudadera verde militar con capucha, un pantalón bermudas negro y deportivas blancas. La madre le inquiere sobre dónde ha estado y él le cuenta que con Valentina, una amiga. Ella le pregunta si tiene hambre y él contesta afirmativamente. Cenan juntos. «¿Has visto el cuchillo de cocina?», deja caer la cuestión.
-«No. Se habrá caído por algún lugar».
-«¿Y la llave del trastero?».
-«La he cogido yo. Después te la devuelvo».
Luego ella se mete en la ducha y el chico se va a su cuarto.
Bien entrada la madrugada del día 9, el sueño de la familia se ve violentado por varios timbrazos. «Guardia Civil, abran la puerta, por favor», se escucha al otro lado de la puerta.
Los agentes han recibido, hacia las 2.45 horas, una llamada del puesto de Totana para comunicarles que se ha denunciado la desaparición de una chiquilla. De ahí que se hayan desplazado hasta el paraje de El Amarguillo, donde reside la familia, para hacerse una idea de lo ocurrido.
Si a continuación han acudido a la casa de Johan, se debe a que el hermano de Claudia les ha contado que la muchacha había quedado con su exnovio, esa misma tarde, en su domicilio.
Ahora, somnoliento, el chaval comparece ante ellos y afirma que no sabe nada de Claudia, que la última vez que habló con ella fue la pasada semana. Pero, ante la insistencia de los agentes, acaba admitiendo que se han visto esa tarde para devolverse unos regalos. Que luego ella se ha marchado y que ya no sabe más.
Uno de los guardias repara en que el chico lleva un corte en su muñeca izquierda, por el que sangra levemente, y archiva el detalle en su mente. A ninguno de ellos le convencen sus explicaciones, pero por el momento tampoco hay nada que justifique ir más allá.
Han transcurrido solo unos minutos desde que se han marchado y están hablando con una amiga de Claudia, cuando reciben una nueva llamada desde el acuartelamiento. Un compañero les insta a retornar rápidamente al domicilio de Johan. Dice que ha llamado su madre, asustada, porque le ha preguntado al chico qué había pasado con Claudia y este le ha respondido: «Las cosas no han salido como yo quería y le he hecho daño».
Graba un vídeo, con una duración de 12'28'', dirigido a sus padres, y les dice que Claudia está en el trastero, que llamen a la Policía. Reconoce sentir lo que le ha hecho a su familia y afirma que a ella le habría puesto muy cachonda que matara a alguien y que él siempre tuvo ganas de hacerlo»
«Está en el trastero»
«Ella jugaba a dos bandas»
Está de nuevo ante ellos. Alterado, tembloroso. Lo interrogan con la mirada y confiesa que «le he hecho daño a Claudia».
-«¿Y ese corte en la muñeca?».
-«Es que he intentado suicidarme».
-«¿Sabes donde está la chica?».
-«Está en el trastero».
Lo que no recuerda es dónde ha dejado la llave. Los agentes llaman a los bomberos y les piden que fuercen la puerta del número 14. También han pedido una ambulancia medicalizada, con la lejana esperanza de que sus servicios sean aún necesarios. Mientras aguardan a que la entrada quede franca, de los labios de Johan brota una frase que los deja helados: «La he matado. He matado a Claudia porque jugaba a dos bandas. La he matado con un arma punzante».
Con un ruido sordo, la puerta cede. Uno de los guardias se asoma con precaución, tratando de no tocar nada, de no pisar nada, de no profanar nada. Por debajo de unos colchones sobresalen dos pies descalzos. El agente los aparta para liberar el cuerpo, que reposa sobre un espeso charco de sangre, y acerca delicadamente sus dedos índice y corazón a la yugular de la muchacha. La piel le devuelve una caricia fría, carente de vida.
Se vuelve hacia el compañero y le hace un gesto con la cabeza. Este saca los grilletes y atenaza las muñecas del muchacho. «Está usted detenido por un presunto delito de homicidio. Tiene derecho a permanecer en silencio...».
Medio millar largo de cuchilladas
Una cazadora a medio quitar
Durante las primeras horas de la mañana del 9 de febrero, los componentes del Laboratorio de Criminalística de la Unidad Orgánica de Policía Judicial (UOPJ) de la Guardia Civil trabajan exhaustivamente en el cuartucho, situado en el segundo sótano del aparcamiento del número 7 de la avenida Rambla de la Santa. «Se accede al lugar de los hechos a través de la puerta del garaje, bajando la rampa hasta el trastero antes aludido, que se encuentra a la izquierda según se entra», relatan en su informe.
«Frente al trastero, apoyados en la pared, hay dos colchones y un somier. (...) Las fundas de los colchones presentan muestras de lo que pudiera ser sangre. El espacio tiene unos 10 m2, en forma de L, con numerosos enseres apilados, quedando un hueco en el centro donde yace el cadáver de la víctima».
«El cuerpo -prosigue el descarnado relato- se encuentra en posición de decúbito supino, desprovisto de calzado. Sobre las rodillas tiene un jersey negro, lleva una cazadora negra a medio quitar, de manera que solo lleva el brazo derecho metido en su manga, quedando dicha prenda sobre el cuerpo de la finada, tapándolo».
«Al levantar la camiseta se observa en su espalda, en la parte superior izquierda, lo que parece ser un número elevado de pinchazos, alrededor de veinte. También hay numeroso pinchazos en el glúteo derecho, al menos diez, con la salvedad de que el pantalón que cubría esa zona no tiene perforaciones, por lo que cabría suponer que el autor causó esas heridas con la prenda bajada y tras ello la subió».
«El rostro de la finada presenta lo que parecen ser dos cortes, uno longitudinal recorre la mejilla derecha de abajo a arriba, y otro transversal, cuyo recorrido se inicia en la comisura de los labios y se prolonga por esa mejilla derecha, de forma horizontal, a lo largo de unos tres centímetros».
«Una vez que la médico forense termina las labores de examen 'in situ' del cuerpo, la autoridad judicial ordena el levantamiento del cadáver».
Puesta a disposición judicial
«Una voz me decía de matar»
Johan comparece ante la juez de Instrucción número 3 de Totana. Está esposado y cubre casi totalmente su rostro con la capucha de una sudadera gris y con la preceptiva mascarilla antiCovid.
-«¿Usted reconoce haberle quitado la vida a Claudia Abigail?», comienza a interrogarle la magistrada.
-«Me declaro culpable. Culpable», reitera el chico.
Siguiendo el camino que le van trazando las preguntas, explica el tipo de relación que mantuvo con Claudia hasta la fatídica tarde en que le dio muerte.
-«¿Por qué van al trastero?», inquiere entonces la juez.
La pregunta es certera. Porque no tenía sentido conducir a la chica hasta allí si no era para matarla. Johan encaja mal el golpe. Duda, Balbucea. Entonces dice:
-«Bueno, si pudiera contar mi historieta...».
La instructora le explica que tiene derecho a contar lo que desee. Otra cosa, aunque eso no se lo dice, es que lo que vaya a relatar tenga algún sentido, o que ella vaya a creérselo.
«Básicamente, yo, por el verano o así, o mucho más antes, tenía como una voz que me decía de hacer, de matar, de hacer mucho mal a alguien. Y el verano ya me vi ansioso, nervioso, que no se me pasaba. Y era ese pensamiento, y ese pensamiento... Y yo se lo quería contar a ella cuando nos viéramos a solas en la terraza».
-«¿Pero qué le decía esa voz?».
-«Una voz que me decía, cuando alguien me molestaba, o se portaba mal, no sé, tipo... como que lo matase».
Ya ha entrado la tarde cuando un coche patrulla de la Guardia Civil lo traslada a prisión. Allí aguarda el juicio de los hombres. Acompañado de sus voces. O, quién sabe, quizás solo de su conciencia.