Munira y la huella indeleble
Munira, a sus diez años, era siempre de las primeras en levantar la mano cuando la sargento Montañana lanzaba una pregunta a su improvisada clase ... en Qala-I-Naw. Pizpireta y de ojos claros, Munira quería ser doctora y vivía con intensidad cada minuto en la escuela para niñas que nuestros soldados habían levantado en la capital de Badghis, Afganistán. Corría el año 2012. Hoy será difícil que las 3.000 chicas que además de Munira estudiaban en las seis escuelas de Primaria y los tres institutos -uno de ellos femenino- que nuestro país levantó allí lo sigan haciendo bajo el dominio talibán.
España invirtió más de 200 millones de euros entre 2006 y 2012 para impulsar el desarrollo básico de los seis distritos de Badghis, la tercera provincia más pobre de un país ya de por sí pobre de solemnidad. La 'huella española', como la denominé en el último de los reportajes que escribí desde el terreno durante los diez días en los que fui enviado especial de este diario, incluía además de las citadas escuelas e institutos la formación de 1.076 profesores, la ampliación del hospital provincial y la construcción de un pabellón materno-infantil en Qala-I-Naw, la capital de provincia, y otro hospital en Herat, equipado con uno de los únicos cuatro TACs disponibles en el país, a los que había que sumar ocho clínicas rurales y 16 ambulancias, que transportaban a más de 3.000 enfermos al año. Los proyectos de reconstrucción sumaron 153 pozos, que abastecen a 7.000 personas, neveros, canales de abastecimiento e irrigación o todo un Centro de Investigación y Desarrollo Agrícola que consiguió aumentar un 35% la producción de trigo en la zona, además de 34 unidades veterinarias. Construimos la Ruta Lithium, una especie de autovía para los estándares afganos que vertebraba la provincia, además de 160 kilómetros de caminos rurales, decenas de puentes y pasarelas, comisarías y edificios administrativos.
También pagamos un tributo en sangre, al sumar 107 bajas, incluidos los 62 fallecidos en Turquía en el accidente del Yak-42. Lejos de las 457 de los británicos o los más de 2.500 soldados norteamericanos fallecidos, pero que esconden tras de sí un dolor que ahora se ha visto removido al ver desmoronarse todo por lo que murieron.
En una escena de la mítica 'La vida de Brian', los Monty Python ironizan sobre las 'ventajas' de la ocupación, en este caso, romana. El Frente Popular de Judea -no confundir con el Frente Judaico Popular- recibe al final una catarata de argumentos a favor de la invasión: el idioma, la seguridad, las infraestructuras… A pesar de todo, los romanos siguen siendo un ejército extranjero de ocupación.
Nosotros, que probablemente tuviésemos un Frente Popular de Hispania en su momento, hemos sido en este caso 'romani'. Dejamos infraestructuras y progreso, hospitales y escuelas, canales y bosques de pistachos, pero al final, un día, nos marchamos de allí.
La esperanza de Afganistán ahora radica en que fuéramos capaces durante esos años de sembrar una huella indeleble en Munira, que ahora tendrá 19 años, y en todos los que pudieron saborear un sorbo de libertad durante los años de la misión internacional en el país. A veces formal y clásica, como cuando acudían a las urnas. Otras, las más de las veces, cotidiana y básica: jugar en la calle sin temor a las bombas -desactivamos más de 1.400 durante la misión-, ver una película, escuchar música o, sencillamente, levantar la mano y responder a una pregunta en el colegio. Aunque fueras una niña. Ese recuerdo, que ahora parece sepultado por los talibanes, es el que se convertirá en el germen de la contestación, la resistencia y la rebelión contra la barbarie. Esa huella indeleble será entonces nuestra última esperanza, la última esperanza de Afganistán.
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