Libertad a fuego lento
Catorce internos del CIS Guillermo Miranda culminan un curso de cocina y servicio en sala para mejorar su empleabilidad y su reinserción social
La libertad es intangible, un concepto, una palabra inventada por el ser humano. La libertad se respira cada día sin advertirlo, como el aire, volátil e incorpórea, hasta que se comete un error, un delito. Solo entonces se sabe lo que es la libertad, porque se ha perdido. La libertad es invisible, pero habita en los ojos marrones de Susana Atienza, que ha pasado más de siete de sus 41 años en prisión. Ella es la única mujer interna del Centro de Inserción Social Guillermo Miranda, de Murcia, que ha participado en el curso de restauración del programa Reincorpora de la Caixa, una iniciativa de la entidad que desarrolla la ONG Colectivo Paréntesis.
Un 75% de los presos murcianos que participan en el programa Reincorpora de la Caixa consiguen un trabajo durante su tercer grado
Para ella, la libertad es un plato que se cocina a fuego lento, un deseo que solo puede saborear durante unas horas, un privilegio que perdió, por segunda vez, hace un año y medio: «Yo había cometido un delito de robo con fuerza motivado por mi adicción a las drogas. Cumplí seis años, pero luego hice un trato de suspensión de pena porque participé en un programa de desintoxicación. Estuve cuatro años fuera, libre, pero no pasé la última consulta médica por motivos laborales, así que me revocaron el trato y volví al talego». Ahora ha conseguido el tercer grado gracias a su participación en el programa formativo de cocina, una oportunidad que le permitió «salir de la monotonía del patio, porque allí es donde realmente se nota que estás en la cárcel. Por eso yo siempre he trabajado y he hecho todos los cursos que he podido. Y mira, tuve suerte, porque de las siete candidatas que lo solicitaron, solo me lo aprobaron a mí. Supongo que por mi experiencia laboral y por mis condiciones, porque habrán valorado que yo tengo un hijo de cinco años fuera que necesita verme», explica mientras se le encoge un poco la voz. «Separarme de mi hijo ha sido lo más duro para mí; me ha costado mucho adaptarme a prisión, ya no solo por eso, sino porque esta segunda vez que me han metido en la cárcel, yo ya estaba totalmente reinsertada». A pesar de lo dramático de su caso, Susana es positiva y asegura que su mayor aprendizaje ha sido «saber que la libertad es lo que más vale en la vida y que, aunque tengas muy poco, solo un trozo de pan, merece la pena ser libre». Tras 290 horas de formación, la reclusa cree con firmeza que este curso le ayudará a encontrar un trabajo en la hostelería, «porque es un sector en el que hay mucha salida en Murcia».
Tanto Susana como Rubén Ucento, otro de los participantes del taller, saben que su paso por la cárcel es una lacra social: «Eso de que una vez que cumples condena ya se acaba todo es mentira. Los que hemos sido presos estamos marcados para toda la vida, como si fuéramos becerros. Pero yo no me avergüenzo ni me escondo. No es ninguna bajeza».
Un favor de ida y vuelta
A sus 26 años, Rubén ha pasado 18 meses en prisión. «En 2013, yo cometí un robo con fuerza porque necesitaba dinero para poder comprarle medicamentos a mi madre, que estaba muy enferma, y para pagar las facturas de la luz. Estuve un tiempo en búsqueda y captura, hasta que me pillaron. Pero estar en la cárcel no es como la gente se piensa, no es como sale en las películas. Aquí se aprende mucho compañerismo. La prisión está llena de gente buena que no debería estar aquí, porque la mayoría son delitos menores que se podrían saldar con multas o con trabajos a la comunidad».
Tras la muerte de su madre, Rubén se encuentra solo en Murcia. Por eso pasó los cuatro primeros fines de semana de su tercer grado en el albergue de Jesús Abandonado, «porque necesitaba que alguien me firmase la acogida para poder estar en el Guillermo Miranda, y allí me ayudaron». Ahora va a devolverles el favor sirviendo desayunos.
A pesar de su juventud, Rubén ya solo le pide a la vida «que me ayuden para salir de este mal trago». En seis meses, Rubén volverá a ser libre, «y ojalá pueda encontrar trabajo para poder pagarme una habitación». Mientras, el único deseo de Susana «es que no me vuelvan a separar de mi hijo y de mi pareja, que es un hombre maravilloso. No pido más».
Un menú de cinco estrellas como guinda al periodo formativo
Con una mezcla de euforia y expectación, los alumnos del curso de restauración del programa Reincorpora se asomaban a las dos de la tarde de ayer a las escotillas de la cocina del Centro de Formación e Iniciativas de Empleo de El Palmar, donde han realizado sus prácticas. En sus instalaciones, unos 50 comensales disfrutaron del aprendizaje de estos presos con un menú en el que triunfó el caldero como plato principal. Entre los invitados, destacó la presencia de Jesús Fernández Gil, director del Centro Penitenciario Murcia II; María Isabel García Gómez, directora del CIS Guillermo Miranda; y Mª del Carmen Orenes Barquero, juez de Vigilancia Penitenciaria. «Esta comida no es solo una práctica para ellos, sino también una forma de mostrar al personal de prisiones lo que han aprendido, y, sobre todo, también les sirve para sentirse válidos y para que se empoderen como dueños de sus vidas», consideró Virginia Ayala, presidenta de la ONG Colectivo Paréntesis, encargada del programa Reincorpora en la Región.