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La crisis agrava las 'colas del hambre' y la petición de ayudas en la Región de Murcia
«Podríamos ser cualquiera de nosotros», advierten los responsables de Cáritas, que atienden solo en el economato de Murcia a 120 personas cada día
El voluntario de Cáritas Salvador Martínez tiene claro que cualquiera de las 120 personas a las que atiende cada día podría ser él mismo. Salvador, ... y quien lee estas líneas, y quien las escribe podríamos ser José, uno de los muchos ciudadanos que acudieron el jueves por primera vez en su vida al economato Galilea, en Murcia, para conseguir unos litros de leche sin lactosa, que es la única que toleran sus cuatro hijos pero que no es nada barata. Aunque José ya no puede pagar ni esa leche, ni otra, ni nada. En el economato no había leche sin lactosa esta vez, aunque José pudo llevarse una docenas de potitos y unas pizzas congeladas que este fin de semana supondrán el epicentro de una verdadera fiesta familiar en casa de este camarero dominicano de 46 años (12 ya en nuestro país) que de la noche a la mañana pasó de la clase media baja a la pobreza más absoluta, sin un solo ingreso. «Jamás me había visto en esta situación», lamenta. «¿Vergüenza? No siento ninguna. Aquí no estamos robando, nos están ayudando. Lo único que me impulsa es dar de comer a mis hijos», explica con el carro lleno de alimentos y los ojos humedecidos por las lágrimas, pero conteniendo el llanto con todas sus fuerzas.
Las lágrimas derramadas, las fuerzas que ya no quedan y el último recurso de la beneficencia es un común denominador en miles y miles de familias que no dejan de engordar las colas del hambre en la Región de Murcia y en toda España, empujadas en los últimos meses, en la mayoría de los casos, por la crisis económica que ha provocado la pandemia del coronavirus. La Red de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social en la Región de Murcia (EAPN-RM) calcula que las solicitudes de ayuda se han multiplicado en las organizaciones benéficas y los servicios sociales «hasta por tres».
Antes de que la pandemia nos cambiara la vida a todos por completo, un tercio de la población murciana ya se encontraba en riesgo de pobreza o exclusión social.
Ahora nadie sabe cuánta gente sobrevivirá al agujero negro de miseria en el que ha derivado esta pandemia. Esto mismo es lo que piensa Jesús, el primero de la larguísima cola que se forma el viernes para recoger una bolsa de comida en Jesús Abandonado. «La luz al final del túnel es un invento de los políticos para ganar dinero», define Jesús, que dice ajustarse perfectamente a la definición de «Jesús abandonado». El tercero de la fila, atento a la charla, se ríe. La risa como alimento para el alma, aunque el estómago reclama lo suyo, que hoy tendrá macarrones con tomate. La cola para la comida del viernes en esta institución sigue creciendo a medida que pasan los minutos, a medida que los bares y restaurantes cercanos cuelgan los carteles de aforo completo. El aperitivo en la puerta de Jesús Abandonado lo conforman las historias de Pepe, que se quedó sin casa, sin trabajo y sin familia un día antes de la declaración del estado de alarma. O la de María, que no puede dejar de llorar mientras relata cómo su exmarido intentó clavarle un cuchillo en el cuello y cómo su único hijo murió unos años después. Y hoy su familia son todos los que esperan un plato caliente que poder llevarse a la boca en esta calle de Murcia. Como ella.
Como Salvador, Juan Manuel también asegura que «en esta situación podría estar cualquiera». Lo dice este licenciado en Químicas por la Universidad de Granada que durante los últimos años se ha ganado el pan en la hostelería. Ahora ya no hay forma en ningún lado. Lamenta los prejuicios de las empresas «con la edad». Juan Manuel tiene 58 años, una depresión de caballo y una única ayuda de Jesús Abandonado que solo le da para pagar la habitación en la que duerme. El acceso a internet se lo paga una amiga. «Llevo varios meses esperando la ayuda de emergencia del Ayuntamiento», denuncia.
«No es culpa de nadie»
En el particular supermercado de primera necesidad en que se ha convertido el pequeño economato de Cáritas en Murcia, situado junto al monumental auditorio Víctor Villegas, la cola también crece a medida que avanza la mañana. Solo pueden entrar cinco personas cada veinte minutos, según el ritmo que controlan los voluntarios. Eladia, que regentaba un discobar en el murciano barrio del Carmen hasta el mismo 14 de marzo, empuja su carrito por los pasillos mientras los voluntarios indican qué puede coger para una familia como la suya, con un marido enfermo, un hijo que también se ha quedado sin trabajo y tres nietos que tienen que comer todos los días. Eladia da muestras de ser una mujer fuerte y dicharachera arrancándose a contar que ella tiene «un bar que funcionaba bien, pero nos dicen que hasta el 8 de junio no podré abrir. Nunca me había visto en esta situación». Ahora es cuando Eladia dice que «no vale la pena ser autónomo. Los pobres autónomos estamos en el suelo. Solo pagamos impuestos, pero no nos tienen en cuenta». Tarda solo un segundo esta mujer en volver a darse cuenta de la cruda realidad de esa «situación» y ponerse a llorar. «Tengo 63 años y mire a dónde he llegado. Y no es culpa de nadie», neutraliza el odio Eladia.
EAPN-RM calcula que las solicitudes de ayuda se han multiplicado estos meses «hasta por tres»
Reconoce que no ha llegado a pasar hambre porque «con cualquier cosa» hace «un buen plato». Unas patatas y dos huevos. Unos garbanzos y un poco de chorizo. Unos restos de lo anterior y «un poco de aquí y de allá». Hasta que llegó el día, como cuentan todos los participantes en este reportaje, en que se vio «sin leche, sin agua, sin nada». Incluso sin nadie a quien recurrir. Pero, en su caso, con 860 euros al mes de gastos fijos. Hoy, al menos, Eladia lleva en su carro leche, galletas, yogures, unos zumos y hasta unos 'noodles' con sabor a gamba, que son algunos de los pequeños lujos que las donaciones de empresas permiten ofrecer a los más necesitados. Desde el 1 de abril, cuando abrió este economato en plena crisis del coronavirus, Cáritas ha atendido aquí a más de 3.500 personas.
Pulpo y caramelos
Relata Salvador Martínez que los productos más demandados son las legumbres, los cereales, la pasta y la leche, y muestra especial satisfacción cuando enseña cinco palés de leche de una donación reciente. Miles y miles de litros que, sin embargo, no tardarán muchas horas en salir por la puerta. Uno de los productos más celebrados en los últimos días ha sido el pulpo congelado. Pero que no falten los caramelos, que la empresa Dulces Celdrán ha entregado para que los niños tampoco pierdan la sonrisa por culpa del 'bicho'. Aquí los chupa-chups se pueden coger a puñados, si hace falta. A María, no. Esta camarera venezolana de 42 años admite -qué paradoja- que se siente «afortunada» de no tener hijos a los que dar de comer en estas circunstancias. «Yo estoy sola y me puedo comer un trozo de pan con agua, pero a un niño no le puedes decir que hay una crisis y que espere al día siguiente. Le tienes que dar algo más», razona.
Bien lo sabe Jacqueline, que en los últimos cuatro meses ha trabajado de camarera, cuidadora de ancianos y empleada de almacén hortofrutícola (que le ha descontado el mono de trabajo de un sueldo que aún no le han pagado) y cuya hija de 18 años «come más que nunca», sonríe en su desesperación. Esta mujer de 45 años se pagó los estudios de auxiliar de enfermería en Ecuador «haciendo bocadillos de tortilla». Y ahora sueña con montar en su país de origen una cafetería en la que dar «comidas murcianas», para las que dice tener «buena mano». Desde la ensaladilla rusa al zarangollo. De momento, hoy se da con un canto en los dientes llevándose algo de aceite, unas lentejas, zumo y leche, compresas y gel de baño.
«Cuando vuelva a tener trabajo buscaré una casa con una ducha, ¿comprende?», se hace entender Said, que hace equilibrios con las muletas y la bolsa de comida que acaba de recoger por primera vez en Jesús Abandonado. El hambre hará que Said se lo coma todo del tirón, incluida la tarta de queso que hoy toca de postre y que tampoco duraría mucho guardada al sol de su viejo Volkswagen Golf del año 99 sin gasolina, donde Said volverá a confinarse hoy.
«Esto tiene solución si se pone la política encima de la mesa»
La presidenta de la Red de Lucha Contra la Pobreza y la Exclusión Social de la Región de Murcia (EAPN-RM), Rosa Cano, recuerda que la situación de extrema necesidad en la que se encuentran cada vez más personas «tiene solución si se pone la política encima de la mesa, con políticas integrales y transversales para sacar a la gente de la pobreza». Cano subraya que «hay herramientas» para ello, pero lamenta que «la política está dando respuesta a las necesidades de los partidos, no a las necesidades de la sociedad. Tienen que ponerse las pilas».
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