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«¿Ves las zapatillas colgadas de los cables de la luz? Eso significa que por aquí venden droga», comenta Antonio, enclavado en el cruce de ... las calles Almenara y Cristo del Perdón. Él, como el resto de los vecinos y comerciantes de San Antolín, está más que harto del «clima de inseguridad» que se ha instalado en los últimos dos años en este castizo barrio de la capital. Señalan los residentes del entorno que el principal foco de conflicto está relacionado con un «'narcopiso' okupa, con presencia de menores», enclavado en la primera de las calles mencionadas.
De hecho, en los últimos meses, agentes de la Policía Nacional han llevado a cabo varias redadas en el citado 'garito' de venta de estupefacientes, saldadas con varios detenidos. Sin embargo, el movimiento en torno a la vivienda no ha cesado. De hecho son los jóvenes que frecuentan este antro los que han generado una situación de convivencia conflictiva y desagradable, tal y como explica tanto el presidente de la asociación de vecinos del barrio, Antonio Ortiz, como el pedáneo de del Distrito Centro-Oeste, David San Nicolás.
La situación de hartazgo ha llevado a los propios vecinos a iniciar una campaña de recogida de firmas en los comercios del vecindario para exigir a las administraciones públicas un «barrio limpio y seguro», el cual debe llegar de la mano, entre otras cuestiones, del refuerzo de los efectivos policiales que patrullan en la zona, así como de una reivindicación más delicada: el efectivo desmantelamiento del citado punto de 'trapicheo'. «San Antolín ha sido toda la vida un barrio humilde y trabajador donde todos hemos mantenido buenas relaciones, incluida la comunidad inmigrante y gitana, pero ahora esto se está convirtiendo en un polvorín», apunta Ortiz.
«Creemos que estamos a tiempo de evitar que la situación se enquiste, como ha ocurrido en zonas como el Polígono de La Fama o el Espíritu Santo», defiende San Nicolás. Pero, ¿en qué circunstancias concretas se traduce la presencia de 'garitos' como este en un entorno residencial?. Basta con darse una vuelta por el barrio y preguntar a tanto a los viandantes como en los establecimientos para hacerse una idea clara de esta preocupante alteración de la convivencia, la cual, según explican, protagoniza el mismo grupo de personas, integrado fundamentalmente por jóvenes de origen magrebí.
«No nos gusta señalar a un colectivo concreto porque aquí hay población inmigrante trabajadora con la que se convive perfectamente desde hace muchos años, pero es verdad que tenemos muy fichados a los que causan los problemas», explica María, boticaria de la farmacia de la calle Cristo del Perdón. Ratifica esta circunstancia Mohammed, ciudadano marroquí con lustros de vida en un barrio al que llegó casi de niño y en el que regenta actualmente un negocio. «La mayoría son argelinos recién llegados, muchos de los cuales ya hacían méritos para acabar como delincuentes en su país» defiende este súbdito del reino alauí, que se dice «hasta el gorro» de soportar este mal ambiente.
Esta situación «ya insostenible» se traduce, según subraya María, en «peleas habituales, si es necesario, a botellazo limpio». «Ayer mismo estaba en comisaría; lo de tener que poner denuncias se ha convertido en algo habitual», expone la boticaria. «El otro día le dieron una paliza a Abdul, ahí, entre unos contenedores», comentaba un joven a Antonia, propietaria de una droguería de la zona. A estos altercados se unen los robos, que se han convertido en «el pan nuestro de cada día», según indican los vecinos.
Se producen estos en varias modalidades. La primera suele ser la sustracción al descuido o al tirón, a veces a la carrera pero principalmente sobre un patinete. «Como lleves el móvil en la mano, tienes el riesgo de perderlo», comenta María. «A mí, hace dos meses me sacaron la cadena de oro que llevaba al cuello con la foto de mi hijo», confiesa Antonia, mientras hacía la compra. Tampoco es extraño encontrar a uno de estos jóvenes intentando abrir algún coche, «a plena luz del día, si es necesario», comenta la farmacéutica.
El tercer tipo de robo es el que sufren comercios de la zona como el supermercado Spar. «Esto ya es todos los días, incluso varias veces en la misma jornada», señalan desde este comercio, destacando que han tenido que mejorar el sistema de videovigilancia para tratar de atajar estos hurtos. «Pero es que si los pillas y les dices algo, encima se te ponen violentos y se encaran», añaden. «Yo tengo muchas clientas mayores que tienen miedo de volver a casa cuando oscurece», comenta Antonia, propietaria de la droguería.
Ante esta situación, la asociación de vecinos mantuvo la semana pasada una reunión con el concejal de Seguridad Ciudadana, Fulgencio Perona, y tiene otra pendiente con el comisario de Seguridad Ciudadana de la Policía Nacional. «Si tenemos que lanzarnos a la calle y manifestarnos para que nos escuchen y amplíen los medios, lo haremos», zanja Ortiz.
Destacan desde Policía Local que se ha reforzado el servicio en la zona «con agentes a pie y patrullas nocturnas», entre otros. Delegación del Gobierno señala que el trabajo de Policía Nacional «es constante en esta área, aunque a veces la presencia sea discreta». San Antolín está a tiempo de evitar que el polvorín prenda.
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