La historia del gato rabioso que infectó a 27 ciezanos
La Murcia que no vemos ·
Hace siglo y medio se declaró una terrible epidemia de rabia, como tantas hasta bien entrado el siglo XXEra, como lo sigue siendo, una mordedura mortal. Y quien la sufría pasaba a la otra vida tras padecer el más terrible de los sufrimientos. ... Se trata de la rabia o hidrofobia, que durante siglos afectó a incontables murcianos, quienes al conocer que la padecían bien podrían redactar testamento, si acaso tiempo les daba.
Hace ahora siglo y medio que la epidemia se mostró tan incontrolada que la prensa de la época la convirtió en acicate contra el poder municipal. Además, los diarios recopilaron las normas vigentes contra la enfermedad e incluso los síntomas que los vecinos debían observar en sus mascotas. Algunos curiosos, sin duda. «En los gatos se da a conocer la rabia por la tristeza», advertía 'La Paz de Murcia' en junio de 1874.
El mismo diario abanderó una campaña contra el Ayuntamiento por las deficiencias higiénicas que sufría la capital y que, según el rotativo, la Junta de Sanidad obviaba. Denunciaba la existencia de estercoleros incontrolados casi en el corazón de la urbe, «que inficionan el aire y no dejan vivir a los vecinos», según su edición de junio de 1874.
Añadía 'La Paz' que la hidrofobia «esta alarmando» no pocos lugares, como también otros diarios lo señalaban, y le recordaba al alcalde los artículos municipales que prohibían que los perros circularan sin bozal ni control por la ciudad, máxime cuando debían figurar en sus collares el nombre del propietario.
Durante días insistió el periódico, aunque el Consistorio guardó silencio. El diario volvió a denunciar que «están ocurriendo tantos casos de contagio y muerte por hidrofobia, que no dudamos llamar la atención del alcalde». La rabia o hidrofobia la provoca un virus que se transmite sobre todo por mamíferos y por la saliva mediante una mordedura. Causa una encefalomielitis aguda y progresiva que deviene en la muerte. Hasta finales del siglo XIX se desconocía un tratamiento médico eficaz, lo que favorecía la proliferación de curanderos con sorprendentes remedios.
Recuerda Juan Ortega Marín, en su artículo 'El último Saludaor' publicado en la revista Murgetana, los más rocambolescos remedios que se prescribían para curarla. Entre ellos, aplicar sobre la mordedura pelos del perro, usar piedras o marcar a los animales con un hierro al rojo para prevenir el ataque. Eso, sin contar la retahíla de alimentos que otros aconsejaban tomar. Sal y vinagre, a modo de desinfectantes; o encomendarse a Santa Catalina, Santa Quiteria, San Eleuterio, San Jorge o el cartagenero San Ginés de la Jara les parecía, nunca mejor escrito, mano de santo para la enfermedad.
Ortega Marín refiere en su documentado artículo diversas epidemias como la que afectó a Cartagena en 1931, Murcia y Las Torres de Cotillas (1932) o Cieza (1935). También señala el que, quizá, haya sido uno de los últimos casos de muerte por rabia en la Región. Ocurrió en 1947 y afectó a una mujer. Falleció un mes y medio tras la mordedura. No acudió al médico.
Respecto a la epidemia de 1932, los diarios comenzaron a publicar a comienzos del año varios casos. A partir de marzo se decretó la epidemia en Albacete. Más tarde se sumarían otras provincias, como Salamanca o Málaga. En Murcia, el rotativo 'La Región' anunció las mordeduras a dos personas, un niño de 5 años y un adulto de 32, por parte de un perro al que cortaron la cabeza para analizarla en el laboratorio municipal. Estaba rabioso.
Cuidado con el minino
Otro episodio similar ocurrió en Cieza, donde el protagonista fue un gato que atacó a cuatro personas y a dos perros. «Se nos dice que se ha entregado la cabeza [del gato] al señor Alcalde para que la mande analizar», contaba LAVERDAD. La cosa iría a más. En diciembre de 1932 fue necesario «declarar oficial esta enfermedad» tras constatar numerosos casos. Otro gato llegó a morder... ¡A 27 personas!.
El mismo periódico recomendaba en septiembre a los dueños de perros que los pasearan «con bozal y cadena, y a los que no tengan dueño que vayan a hacer una visita a Júpiter». Al parecer, Murcia escapó a la epidemia. En 1934, en la Sesión municipal del 17 de agosto de 1934, un concejal exigió que se aumentara el número de braceros «para recogida de perros con motivo de la epidemia de rabia», como contó 'El Liberal'.
Una nueva epidemia fue decretada en 1937. Pero muchos se lo tomaron a risa, al parecer. Hasta el extremo de que el alcalde Piñuela advirtió de que tenía conocimiento de «algún caso de negligencia suicida por parte de algunos vecinos». E insistía en recomendar una visita médica para quienes hubieran sufrido alguna mordedura.
Al año siguiente, 1938, ante otra epidemia decretada durante meses, el gobernador Vicente Sarmiento Ruiz, ordenó que «todos los perros que existan en esta provincia serán retenidos y atados en el domicilio de su dueño», no permitiéndose la circulación por la vía pública si no portaban bozal y collar. Y añadía en 'El Liberal': «Los gatos serán secuestrados».
El problema retornó a la Región con fuerza en abril de 1946. El Gobierno Civil constató que se habían registrado casos «en más de la cuarta parte de los municipios». Un barbaridad. Eso evidenciaba, como destacó LAVERDAD, que las advertencias realizadas meses antes no habían surtido efecto. Otra oleada azotó Murcia, Cartagena y Fuente Álamo en 1955, dándose por extinguida el 25 de octubre, según publicó el 'Boletín Oficial' de la provincia.
En la epidemia de 1874, el entonces prestigioso diario 'La Paz de Murcia' incluso publicó un remedio, en principio infalible, contra la rabia. La receta era de un guardabosque alemán de Sajonia, quien antes de morir decidió contar el secreto para zanjar la terrible plaga. El buen señor, quien ya contaba con 82 años, aconsejaba que en cuanto uno fuera mordido tomara vinagre caliente y agua tibia, que lavara bien la herida y que, una vez seca, vertiera sobre ella ácido hidrolórico, pues «los ácidos minerales destruyen el veneno y se neutraliza el virus». Bueno, igual le funcionó a alguien.
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