Las encuestas: un espejo que a veces incomoda
Cemop
Universidad de Murcia
Domingo, 4 de mayo 2025, 09:11
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En la era de la información, donde los datos son uno de los activos más valiosos, las encuestas se han consolidado como una herramienta fundamental ... para entender lo que piensa y siente la sociedad. Están presentes en titulares, campañas electorales, estudios de consumo y debates parlamentarios. Sin embargo, pocas veces nos detenemos a reflexionar sobre su verdadero propósito y por qué son tan importantes.
La encuesta es una de las técnicas más utilizadas en las ciencias sociales para recolectar datos de manera sistemática. Su valor radica en la capacidad de ofrecer información representativa sobre una población objetivo mediante cuestionarios estandarizados. Aunque su aplicación se ha diversificado en múltiples disciplinas, hoy en día su relevancia es especialmente notoria en contextos que exigen datos empíricos precisos y actualizados. Son fundamentales para la toma de decisiones informadas, la formulación de políticas públicas, la investigación científica y el desarrollo de estrategias empresariales. No solo permiten describir fenómenos, sino que también ayudan a prever tendencias y a orientar decisiones clave. Eso sí, deben aplicarse y ser interpretadas con rigor técnico y ética para garantizar resultados válidos y confiables.
Pensar en tomar decisiones sin saber lo que piensa la mayoría es como intentar orientarse en una habitación completamente a oscuras. Las encuestas iluminan parte de ese escenario. Si, por ejemplo, un ayuntamiento quiere decidir entre ampliar carriles bici o aumentar aparcamientos, lo lógico es consultar a la ciudadanía. ¿Y cómo hacerlo? A través de encuestas.
El estadístico W. Edwards Deming lo expresó con claridad: «Sin datos, solo eres otra persona con una opinión». Y sí, todos tenemos opiniones, pero contar con datos sobre la mesa ayuda a que el debate sea, al menos, un poco más ordenado y productivo.
Vivimos en un entorno en el que las encuestas están en la base de muchas decisiones que nos afectan cotidianamente, aunque muchas personas no las identifiquen como tales. Por ejemplo, la actualización de sueldos y pensiones depende del cálculo del Índice de Precios al Consumo (IPC), que se elabora a partir de una encuesta de precios sobre una cesta representativa de bienes y servicios. Otro caso es la Encuesta Nacional de Salud, que recoge información clave sobre el estado físico, los hábitos de prevención y el acceso a servicios sanitarios, y que guía decisiones fundamentales en salud pública. También está la Encuesta de Población Activa (EPA), que mide el empleo, el paro y otras variables laborales. O el Estudio General de Medios (EGM), que proporciona datos sobre los hábitos de consumo mediático según distintos perfiles sociodemográficos, y que resulta crucial para anunciantes y medios de comunicación, aunque el público general no siempre lo reconozca como una encuesta.
En el ámbito político, las encuestas son, en teoría, un instrumento valioso para tomar el pulso a la opinión pública. Reflejan, con mayor o menor precisión, el sentir de la ciudadanía sobre temas, líderes o partidos. Sin embargo, cuando sus resultados no favorecen a ciertos actores políticos, es común que se las cuestione, se las desacredite o incluso se las descalifique públicamente.
¿Por qué sucede esto? La respuesta no es sencilla. Por un lado, los políticos construyen su legitimidad en parte a través del respaldo popular. Cuando una encuesta muestra un descenso en su aprobación o en la intención de voto, se produce una disonancia incómoda entre la imagen que desean proyectar y la percepción que la sociedad tiene de ellos. No solo es un golpe al ego, también lo es a la estrategia de comunicación.
Por otro lado, reconocer públicamente una pérdida de apoyo implica asumir errores, algo que no siempre es compatible con la lógica de la política actual, donde se valora más la seguridad en el discurso que la autocrítica. Además, las encuestas negativas pueden ser aprovechadas por los adversarios como munición política, lo que genera un ambiente defensivo en lugar de uno abierto a la reflexión y la mejora.
En el fondo, lo que molesta no es la encuesta en sí, sino el reflejo que devuelve. Es más fácil cuestionar el espejo que preguntarse por qué muestra lo que muestra. No obstante, los líderes que comprenden que las encuestas son señales, no amenazas, pueden convertir esa información en una herramienta poderosa para reconectar con la ciudadanía y mejorar su gestión.Porque, en definitiva, la verdadera pregunta es: ¿se puede gobernar de espaldas a la opinión de la mayoría? En el fondo, toda la clase política sabe que no.
Al final, no se trata de que las encuestas confirmen lo que uno desea oír, sino de tener la madurez suficiente para escucharlas y actuar en consecuencia. Como dijo Barack Obama: «Las encuestas pueden mostrarte dónde estás, pero no deben decirte quién eres». Y quizás ahí esté la clave: usar los datos como brújula, no como excusa.
Por último, también está el papel de la ciudadanía. Las encuestas no son solo herramientas para políticos o técnicos; también implican una responsabilidad compartida. Participar en ellas es ejercer democracia: dejar constancia de lo que somos, pensamos y queremos. Sin esa contribución colectiva, incluso la mejor encuesta pierde sentido y precisión.
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