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El periodo que abarca desde 1898 hasta 1923 en Cartagena se erige como un capítulo crucial en la historia de la ciudad, un relato entrelazado con los hilos de la política, la economía, la sociedad y la cultura. Este tiempo, marcado por las transformaciones profundas ... y los contrastas, dejó una huella indeleble en el tejido urbano y social de la urbe, moldeando su identidad de formas diversas.
La pérdida de las últimas colonias españolas en América y Asia, en 1898, marcó el comienzo de este período, trayendo consigo una crisis política y económica de gran magnitud. Para Cartagena, cuyo puerto militar y comercial había sido un pilar fundamental desde el siglo XVIII, este suceso supuso un golpe duro, poniendo en tela de juicio su estabilidad económica y su papel estratégico como ciudad en el contexto nacional.
No obstante, en medio de la adversidad, una vez más esta ciudad supo estar a las alturas de sus circunstancias, cuidando sus raíces históricas y no perdiendo su propia identidad. Consiguió generar destellos de progreso y cambio. En el ámbito político, se gestaron nuevos partidos y se reconfiguró la estructura municipal, abriendo las puertas a una mayor participación ciudadana en la gestión de los asuntos locales. La voz del pueblo comenzaba a resonar con fuerza en los pasillos del poder.
La economía también experimentó una metamorfosis, impulsada en parte por un nuevo desarrollo de la minería en la sierra de Cartagena-La Unión. Nuevas técnicas de extracción y modernización insuflaron un aire fresco a la economía, que junto a nuevo impulso en la construcción naval en el Arsenal y una acertada política emprendedora del sector comercial y empresarial colocaron a Cartagena de nuevo en el top 10 entre las ciudades españolas.
Pero quizás, el cambio más notable se gestó en el ámbito social y cultural. El crecimiento demográfico fue acompañado por una mayor movilidad social, dando lugar al surgimiento de nuevas instituciones culturales y educativas, como el Ateneo Cultural y diversos círculos intelectuales. En este contexto, el regeneracionismo surgió como una fuerza transformadora, una corriente intelectual y política que abogaba por la modernización del país en todos los ámbitos.
La Cartagena del regeneracionismo alcanzó su cenit en las primeras décadas del siglo XX, dejando un legado perdurable que permeó la identidad cultural y social de la ciudad a lo largo del tiempo. Pero este período de efervescencia intelectual y política no estuvo exento de desafíos y contradicciones, reflejando la complejidad inherente a cualquier proceso de cambio social y cultural.
Durante este período, la ciudad experimentó un gran crecimiento urbano y se llevaron a cabo importantes proyectos. Entre los principales cambios de la época se encuentran la construcción de nuevos edificios públicos, como la Casa Consistorial y el Gran Hotel, así como la remodelación y ampliación de la Plaza de España.
Además, la Cartagena modernista se caracterizó por la construcción de numerosos edificios residenciales, con fachadas elaboradas y ornamentadas, balcones de hierro forjado y detalles escultóricos y cerámicos. Algunos ejemplos destacados de esta arquitectura en la ciudad son la Casa Maestre, la Casa Llagostera y la Casa Cervantes , además de los denominados palacios como el de Aguirre y Pedreño.
Otro aspecto importante del urbanismo modernista fue la mejora de las infraestructuras urbanas, como la creación de nuevas plazas, el ensanche de las calles y la construcción de nuevas redes de alcantarillado y suministro de agua.
La construcción de amplias avenidas y la remodelación de plazas emblemáticas fueron parte integral de este proceso de embellecimiento urbano, que buscaba no solo modernizar la ciudad, sino también preservar su patrimonio cultural y arquitectónico para las generaciones venideras.
Pero el desarrollo no se limitó al ámbito estético. El surgimiento de nuevas industrias y la mejora de las infraestructuras urbanas, como el puerto y la red de tranvías, contribuyeron a consolidar la posición de Cartagena como un importante centro de actividad económica y comercial en donde las comunicaciones ejercieron un papel determinante. La línea ferroviaria directa Madrid-Chinchilla-Cartagena fue esencial, sin ella casi nada de lo anterior hubiera sido posible.
En resumen, la Cartagena del regeneracionismo y el modernismo fue un período de cambio y renovación, un capítulo fascinante en la historia de la ciudad que dejó una marca indeleble en su paisaje urbano y en el espíritu de su gente.
Aunque los tiempos han cambiado y los desafíos son diferentes, el legado de aquellos años turbulentos perdura, recordándonos que el progreso y la transformación son parte inherente de la experiencia humana y para nuestra querida Cartagena, su razón de existencia y supervivencia como un ente identitario propio, peculiar y universal.
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