Las murcianas menores de 25 años son casi el 20% de las víctimas de violencia de género
En el último lustro, 7.053 de las mujeres que han sido víctimas de maltrato tienen órdenes de protección o se les han impuesto medidas cautelares a sus agresores. La Región es la sexta con más condenados
«Si se pone celoso, es que me quiere». Sobre esa falsa creencia construyeron sus primeras relaciones. Un error que actuó como llave maestra, abriendo la puerta a un mundo de aislamiento, control, chantaje, dependencia, anulación, maltrato. Las cuatro protagonistas de este reportaje tienen entre 18 y 22 años. Todas iniciaron una historia de 'amor' con sus maltratadores en la adolescencia y todas, con más o menos cicatrices, han logrado salir de sus infiernos. A través de sus historias, LA VERDAD conmemora el Día Internacional contra la Violencia de Género, que se celebra cada 25 de noviembre para visibilizar una lacra que afecta a una de cada tres mujeres. Según la Organización de Naciones Unidas, un tercio de la población mundial femenina «ha sufrido violencia física o sexual, principalmente por parte de un compañero sentimental».
La violencia machista no es un cuento. Las cifras del Instituto Nacional de Estadística (INE) hablan por sí solas. La Región es la tercera comunidad con más víctimas por cada 10.000 mujeres, con una tasa del 85,9%, y la tercera en la que más denuncias se registran. En 2018 fueron 8.250, un 43,5% más que hace un lustro y un 5,2% más que en 2017. También es la sexta comunidad con más condenados por delitos de violencia de género: 1.425 en 2018. Un 15% más que hace cinco años. El Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) registró, hasta junio de 2019, condenas sobre 788 hombres.
En este último lustro, 7.053 murcianas han sido víctimas de sus parejas o exparejas y tienen reconocidas órdenes de protección o se les han impuesto medidas cautelares a sus agresores. De ellas, 1.375 tienen menos de 25 años. Las adolescentes y jóvenes son el 19,5% de las víctimas, pero no todas denuncian. Al menos eso apuntan los datos del INE. En 2018 hubo 1.360 hombres denunciados con adopción de órdenes de protección o medidas cautelares, y solo el 12,7% (174 de ellos) eran menores de 25 años. Las especialistas coinciden al señalar que «algo está pasando», que la prevención y la concienciación no llega a las generaciones más jóvenes, que cada vez hay más adolescentes a las que afectan estas «relaciones tóxicas».
«Es una cuestión educativa. Los padres pecan de sobreproteger a los hijos y a las hijas, y llegan a la adolescencia con unas inseguridades enormes que les abocan a relaciones de dependencia», explica Juana Fuentes, psicóloga del Cavi de San Javier que trabaja con víctimas menores de edad desde 2011. El problema, añade, «es que cuando la inseguridad se une al machismo, el chico necesita tener poder y control sobre ella. Ahí es donde se recurre a la violencia».
En silencio, Lucía y Judit -que usan nombres ficticios para evitar que sus exparejas las reconozcan-, escuchan a la psicóloga que las ayuda a superar sus malas experiencias. Las dos relatan, con palabras casi idénticas, que para ellas el control y los celos en pareja «es lo más normal del mundo, porque el pensamiento que yo tenía es: 'Si no está celoso, es que no me quiere'. De hecho, cuando no se enfadaba me preocupaba, porque no era normal».
«Si me controla, es que se preocupa por mí»
Ambas se enamoraron «del típico chulito que se fija en ti, y a ti te gusta el hecho de que sea mayor». El típico chico que disfraza de bravuconería su inseguridad y que «se encarga de que parezca que se preocupa por ti a todas horas, para que no te des cuenta de que lo que realmente pretende es controlarte», relata Lucía.
«A mí iba a verme a todos sitios; se presentaba en la biblioteca cuando yo estaba estudiando, en los recreos, por sorpresa en las fiestas... Y yo creía que lo hacía porque me quería». Luego comprobó que después venían el chantaje y las prohibiciones.
Lucía comenzó su relación a los 15 años. Él tenía 17. «Empezó a inventarse cosas para controlarme; me decía que me habían visto por la calle cuando yo estaba en casa. Si salíamos con amigos, me quitaba las llaves de mi casa para que tuviera que irme cuando él se fuera».
Alguna que otra vez, Lucía cuenta que su expareja la empujaba y la tiraba al suelo, «pero que me dijera 'si sales de fiesta, te dejo', me dolía mil veces más. Aquello era dependencia pura y dura. Yo se lo aguantaba todo con tal de que no me dejara y se fuera con otra». Por eso, cuando le preguntan qué fue lo peor que vivió a su lado, responde que «el maltrato psicológico». El punto final de su relación llegó con una agresión en público. «Un día me empujó en una fiesta y mi familia me obligó a denunciar. Yo no quería; yo le hubiese perdonado aquel empujón. Y no estaba ciega, yo sabía lo que me estaba pasando, pero era incapaz de salir de ahí porque estaba obsesionada».
«Si se enfada es normal, porque le importo»
La relación de Judith era secreta para el resto del mundo. Ella tenía 12 años cuando empezó a salir con el 'típico chulito' de 16. «A los tres meses de estar juntos empecé a ir a su casa porque él estaba cansado de que nos estuviéramos escondiendo. Yo no podía salir de su habitación, ni hablar o saludar a su familia, porque si no, menuda me caía...», y las palabras frenan en seco dentro de su boca. «Me quedaba allí encerrada sin comer ni beber, hasta que él volviera. No podía ni coger el móvil, porque si me pillaba hablando también se enfadaba. Al principio crees que si se enfada es porque le importas, pero qué va. Una persona que te quiere no te trata así».
Más de una vez, sus amigas y sus padres la vieron llegar con moratones, «pero mis padres pensaban que me había peleado con alguien en la calle y mis amigas creían que me lo había buscado yo». Es entonces cuando su psicóloga interviene: «Cuando tú ves a Judith, nunca pensarías que es una víctima. No da el perfil. Ella es de esas chicas que destacan en el instituto por ser líderes y que pueden incluso tener un talante agresivo. Pero estamos viendo también cada vez más casos de chicas que parece que se comen el mundo y que están completamente dominadas por ellos».
La fuerza aparente de Judith jugó en su contra. No se atrevió a contar lo que realmente le pasaba por miedo a perder su imagen. «Me sentí muy sola», dice, y de nuevo calla. Apenas puede relatar lo que vivió sin que se le empañen los ojos. Y aunque su rostro la delata, mantiene las lágrimas a raya. Cuando le preguntan qué fue lo peor, balbucea: «Hacer el amor con él». Silencio. «Yo nunca quería; lo vivía siempre como una agresión. Ahora me da miedo tener relaciones sexuales». La cara roja le pide a gritos que arranque a llorar, pero ella no se lo permite.
«Los padres los encubren»
Casi cinco años pasó Judith en aquella relación, «comiendo techo» cada día en la habitación de su exnovio. «Yo creo que sus padres sabían que me pegaba, porque al final todo se oye, pero ellos también le tenían miedo». No reaccionaron, no le preguntaron qué hacía allí sola todo el día, no le pidieron que se marchase a casa. «Yo me iba a veces a las cuatro de la mañana, sola, cuando a él le parecía bien. Tres años después de estar juntos, un día me pegó delante de sus padres por una tontería. Entonces me dijeron que no podía dejar que me tratase así, que lo denunciase». Pero siguió con él.
Lucía la escucha y se revuelve en su silla, presa de la rabia. «Es que los padres los tapan mucho. A mí incluso me escribían para arreglar las cosas cuando me enfadaba con él». Ambas dejaron sus relaciones casi a los 17 años. Ahora tienen 18 y saben que les queda mucho trabajo por delante para superar los traumas arrastrados de aquel tiempo, pero las dos tienen un consejo para cualquier chica adolescente que esté en una situación parecida: «Que lo cuente, que pida ayuda, que se plantee si lo que tiene realmente vale la pena».
María Antonia, otra de las protagonistas de este reportaje, incide en la misma idea: «Yo les diría que acepten ayuda para abrir los ojos, que no se sientan inferiores a ellos, que se puede salir de ahí. Yo fui a un Cavi y allí aprendí que los errores eran suyos, pero que me comía tanto la cabeza que yo me dejaba dominar, hasta que él conseguía hacerme sentir culpable. Me manipulaba mucho».
«Se creen que eres algo suyo, de su propiedad»
La historia de celos, aislamiento y control se repite en su caso. «Yo siempre estaba con su madre en su casa. Nunca salíamos con sus amigos. Entonces creía que eso era normal, pero luego me di cuenta de que me aislaba con la intención de esconderme, para tenerme ahí pero no perder su libertad». María Antonia empezó su relación a los 13 años. Él tenía 17.
«Al principio es todo bonito, porque solo conoces la parte que él quiere que conozcas. Cuando pasan los meses es cuando realmente salen los problemas. Se creen que eres algo suyo, de su propiedad, y empiezan a prohibirte cosas. Nosotros discutíamos todos los días. Me insultaba con todo lo que te puedas imaginar. Yo era una cría. Hasta que no fui al Cavi, años después, no supe que eso también es maltrato». Por esa razón insiste en que la violencia machista «debería tratarse más en las escuelas, con charlas o como sea».
La psicóloga Juana Fuentes apunta en la misma dirección: «Es en el instituto donde deben trabajarse estos temas. Se tienen que reforzar otro tipo de masculinidades, porque todo tiene que ver con cómo se construyen las identidades de género. Hace años se veían muchos casos de chicos que eran maltratadores porque el padre lo había sido. Pero hoy están apareciendo muchos sin ese antecedente. Tiene que ver más con la construcción de género. Todavía persiste en los chicos esa idea del macho dominante. De hecho, dime tú por qué tantos chicos jóvenes están votando a Vox. Tiene que ver con esto y a mí me preocupa muchísimo».
María Antonia se quedó embarazada con 17 años y se mudó a casa de su maltratador y la familia de este. Sin embargo, fue su hija la que le hizo abrir los ojos. «Cuando ella nació, me paré a pensar en todo lo que me hacía. Una semana después de dar a luz, me pegó delante de sus padres, y no se metieron a defenderme. Nunca me había puesto la mano encima hasta ese momento. Se lo conté a mi madre y fue ella la que me dijo que denunciase. Mi madre había pasado por lo mismo. Y menos mal que tuve apoyo de mi familia y me mantuve fuerte; si no, no sé dónde estaría ahora».
Por fortuna, ahora está donde quiere estar. Ha rehecho su vida «con una persona maravillosa» y está estudiando en Radio Ecca gracias al programa 'Mujer Avanza', subvencionado por el IMAS y el Fondo Social Europeo.
«Se parecía mucho a mi padre»
María Antonia cree que el hecho de que su madre fuese víctima de maltrato debió influir en ella de alguna forma, «porque cuando has visto ciertas cosas, las normalizas. Además las madres tendemos a justificarlos, a taparlos para que los hijos no sufran. Y eso tampoco ayuda».
Esther también es hija de una víctima. «En casa tenía que ser siempre lo que mi padre quisiera. Si no, imponía su postura a hostia limpia, pero a mi madre y a todos», dice refiriéndose a ella y sus hermanos. Poco tiempo después de que sus padres rompieran, ella empezó con un chico que «se parecía mucho a mi padre. No llegó a pegarme nunca, más allá de algún empujón, pero tenía cosas en las que era clavado a él».
Ella comenzó su relación con 17 años. Su exnovio tenía 21. «Desde el primer día vi cosas raras. Me controlaba mucho, no quería que saliera con mis amigos. Cuando estaba conmigo en algún grupo me cohibía, me decía que yo le daba vergüenza, o hacía comentarios delante de la gente para dejarme mal o infravalorarme. Intentaba apartarme de mi familia y mis amigos, no le gustaba mi trabajo e intentó que me lo dejase, y sobre todo era muy manipulador; siempre le daba la vuelta a todo para que yo me sintiera culpable».
Esther elude posicionarse sobre si la relación de sus padres la condicionó de alguna forma para acabar saliendo con un chico manipulador, controlador, posesivo y celoso. Pero su psicóloga de Quiero Crecer, Ana Belchí, tiene claro que «las circunstancias familiares son un factor de riesgo. Si has tenido algún referente familiar, víctima o maltratador, puede determinar tus patrones de aprendizaje y puedes llegar a repetirlo».
Esther logró salir de aquella relación tóxica un año después de comenzarla. Su psicóloga reconoce que lo consiguió antes de lo que suelen hacerlo otras víctimas adolescentes, «porque igual que hay factores de riesgo, también los hay de protección, y Esther tiene muchos. Tiene una red de apoyo familiar muy grande, es una persona muy social y muy activa, y también ha tenido cerca el referente de su madre, que estaba saliendo de una relación de violencia de género. Todo eso aceleró su proceso».
¿Qué le diría Esther a alguien que está hoy en la situación que ella estuvo? «Lo mismo que me dijo a mí un amigo. Que en realidad ese chico no te quiere, que lo que quiere es a la persona que ha hecho de ti. Yo llegué a cambiar por completo, pero no me di cuenta hasta que conseguí dejarlo. Ahora soy yo otra vez». Y sonríe.