Los 1.500 trasplantes de médula en el Morales Meseguer: «Es una difícil travesía; sientes que mueres para volver a nacer»
Pilar Díez pasó hace casi doce años por este proceso: «Gracias a los donantes, nuestras voces no se han apagado». Su experiencia da fuerzas a Pedro José Frutos, que ingresó en noviembre y cuenta las horas para volver a casa
Hacía casi doce años que Pilar Díez no subía hasta la unidad de la quinta planta del Morales Meseguer en la que ingresan los pacientes ... que afrontan un trasplante de progenitores hematopoyéticos (médula ósea). Allí pasó, en la primavera de 2013, largas semanas de aislamiento mientras las células madre sanguíneas procedentes de un donante anónimo se acondicionaban a su cuerpo, un organismo extraño para ellas. «Mira, aquí estuve», dice señalando a la habitación 531. La planta luce «más luminosa y más nueva» después de una reciente remodelación. Pero la luz no solo entra por las ventanas, también la irradia esta funcionaria jubilada de 77 años que hoy vuelve al hospital para encontrarse con Pedro José Frutos, un vecino de 44 años de Las Torres de Cotillas que ingresó en noviembre y que se ha convertido en el paciente número 1.500 del programa de trasplante de médula ósea del Morales Meseguer, iniciado en 1991.
El encuentro representa una celebración de vida y esperanza. Pedro lleva seis semanas aquí. Cuenta las horas para volver a casa, donde le espera su hermano Antonio, de 48 años, que fue su donante. Si todo va bien, podrán pasar la Nochebuena juntos. A este técnico de laboratorio en una empresa dedicada a la producción de envases de conserva le diagnosticaron una leucemia aguda en junio, después de una temporada de continuas infecciones que despertó sospechas. «Cogí una bronquitis, me recuperé pero a los días volví a caer», recuerda el paciente.
A Pilar le suena esta historia. También a ella le diagnosticaron leucemia, hace doce años. Aunque estudió Magisterio, Pilar trabajaba en aquella época, «por avatares del destino», en la Hacienda municipal de Caravaca de la Cruz. Iba y venía a Murcia en coche, y cada vez se encontraba más agotada. Acudió a su médico, y unos análisis ofrecieron resultados alarmantes. «El doctor me dijo: 'No sé cómo puedes mantenerte de pie'. Pero yo estaba haciendo mi vida normal: mi trabajo, mi casa, mis hijos», recuerda.
Esa cotidianeidad desapareció de golpe. Empezó lo que ella define como una «travesía larga y difícil», marcada por la incertidumbre. No sabía si, por su edad, podría acceder a un trasplante. Esta duda fue resuelta pronto, pero el camino apenas acababa de empezar. Primero, recibió sesiones ambulatorias de quimioterapia. Después, afrontó ya ingresada el tratamiento de acondicionamiento previo al trasplante. El objetivo en esta fase es «vaciar la médula enferma, eliminar las células progenitoras del paciente, que serán sustituidas por las del donante», explica María Luisa Lozano, jefa del servicio de Hematología del Morales Meseguer.
«Fueron unos días terribles; sentí que moría para volver a nacer. Te sientes un muñeco roto», confiesa Pilar Díez. «Tienen que matar tus células rebeldes, a las que les costó irse, y entra un benefactor (las células del donante). Yo le llamo mi 'okupa', porque tenemos intimidad». El impacto no solo fue físico. «Psicológicamente es complejo. Entré siendo del grupo sanguíneo A+ y salí de allí siendo AB». Pilar procede de una familia numerosa, pero ninguno de sus cuatro hermanos presentaba una compatibilidad de HLA (el sistema de antígenos leucocitarios humanos). Así que hubo que recurrir a la gigantesca base de datos del Registro nacional de donantes de médula ósea (REDMO), que a su vez está interconectado con registros de todo el mundo. En algún lugar de España, o de otro país, alguien histocompatible se había hecho donante, y eso la salvó.
Pilar está acostumbrada a expresarse con palabras. No en vano lleva tres libros de poesía publicados en la editorial Balduque, y está en camino un cuarto. Pero no es fácil describir un sentimiento de gratitud tan desbordante. «Gracias a la generosidad de los donantes, nuestras voces, las de quienes hemos pasado por esto, se siguen escuchando», recuerda.
«Una catarsis»
Pilar comenzó a escribir antes de que la leucemia irrumpiese en su vida. Pero una experiencia así deja huella. Su último libro aún sin publicar, 'Los días que fueron', ha sido «una catarsis» en la que ha intentado «volcar suavemente algunas de estas experiencias». Confiesa «cierto pudor» por compartir algo tan personal, pero confía en que «si alguien lo lee, pueda ayudar». Es el mismo pudor que le lleva a calificarse con humildad como «aprendiz de poeta».
Si Pilar pudo seguir escribiendo gracias a un donante anónimo, Pedro José podrá pasar la Nochebuena con toda su familia gracias a su hermano Antonio. En su caso sí hubo compatibilidad. Esto facilitó las cosas, pero sabe que queda mucho camino por delante. «A mis pacientes siempre les digo que el trasplante empieza el día del alta. Es un proceso largo», explica Inmaculada de las Heras, la directora del programa de trasplante de progenitores hematopoyéticos del Morales Meseguer.
El principal riesgo al que se enfrentan tras la intervención es la enfermedad injerto contra huésped: los linfocitos T del donante se encuentran de repente con tejidos y órganos que no reconocen. Y los atacan. Para evitarlo, los pacientes reciben un tratamiento inmunosupresor.
Hasta hace apenas una década, esto obligaba a buscar donantes HLA idénticos. Pero gracias a las mejoras en el manejo del trasplante y de las reacciones adversas, el Morales Meseguer realiza desde 2011 trasplantes denominados haploidénticos. Esto es, cuando el donante presenta una histocompatibilidad parcial, habitualmente del 50%. «Ahora es más fácil encontrar donantes en la familia. Ya no tienen que ser hermanos: puede ser un padre, un hijo o un primo», explica María Luisa Lozano.
Ni en el caso de Pedro ni en el de Pilar fue necesario recurrir, sin embargo, a esta opción, gracias a que sí hubo donantes HLA idénticos. Pilar recuerda mientras recorre el pasillo de la quinta planta algunas de las escenas de aquellas semanas que pasó aquí, hace ya casi doce años: «Mi nieto me saludaba desde fuera. En la habitación solo podía estar mi hija». También la labor del personal sanitario le dejó huella. «Caí en buenas manos: los hematólogos Felipe de Arriba e Inmaculada de las Heras, y los sanitarios que me atendieron en las sesiones de 'quimio', o en la planta. Mostraron una empatía maravillosa. Me hicieron sentirme confiada sin prometer nada. Nunca prometieron éxitos, sino lucha». Algunas veces sintió desfallecer. Pero la vida volvió a fluir desde su médula. En sus nuevos poemas habla de 'los días que fueron'. Ahora le toca disfrutar, a ella y también a Pedro, de los días que vendrán.
Más de treinta años de un programa con mucho futuro
El Morales Meseguer puso en marcha el programa de trasplante de médula en 1991 fruto de la iniciativa de Vicente Vicente y José María Moraleda. Desde entonces se han realizado ya más de 1.500 intervenciones. Cada año se llevan a cabo unos 70 trasplantes, de los que aproximadamente un 60% son autólogos (es decir, con células del propio paciente), y el resto alogénicos (con células de donante). Estas últimas intervenciones son las indicadas para cánceres como la leucemia aguda o el síndrome mielodisplásico. El éxito del programa no solo se explica por la potencia del servicio de Hematología del Morales Meseguer. Todo el hospital está detrás, con la implicación de servicios clave como la UCI o Farmacia, además de los diferentes especialistas que tratan las múltiples complicaciones que pueden surgir en los pacientes.
La irrupción de nuevos tratamientos ha revolucionado el abordaje de algunos cánceres hematológicos. Es el caso de las células CAR-T, una terapia basada en la 'reprogramación' de los linfocitos T del propio paciente para que ataquen al tumor. Pero estos avances no implican que el trasplante esté siendo sustituido como herramienta terapéutica o que vaya a serlo a corto o medio plazo, al menos no de forma general. «Podríamos pensar que el número de trasplantes va a ir descendiendo por el avance de otros tratamientos, pero no es así. Primero, porque ahora se incluyen candidatos a trasplante que antes no lo eran. Además, porque en muchos casos se trata de un tratamiento curativo», aclara María Luisa Lozano.
Así que los donantes siguen haciendo mucha falta. Con unas 26.000 personas registradas en Redmo, la Región de Murcia es la segunda comunidad con mayor tasa de donantes, solo por detrás de Navarra. Uno de los frenos a la donación es el desconocimiento. La punción en la cresta ilíaca para el aspirado de la médula es una práctica ya poco habitual. En más del 90% de los casos, lo que se dona es sangre periférica. Los donantes reciben durante cuatro o cinco días inyecciones subcutáneas para favorecer que las células madre salgan al torrente sanguíneo. Después, se realiza la colecta de estas células mediante un proceso que, a diferencia de la donación habitual de sangre, se prolonga durante varias horas.
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