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El candidato Beto O'Rourke, durante un acto en Dallas (Texas). Reuters
El Bobby Kennedy de Texas

El Bobby Kennedy de Texas

Beto O'Rourke ofrece una alternativa política para unos demócratas desconcertados ante el fenómeno Trump

Mercedes Gallego

San Antonio (Estados Unidos)

Sábado, 3 de noviembre 2018, 18:51

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¿A qué suena el punk texano? Para saberlo había que pasarse la semana pasada por el Cowboy Dancehall de San Antonio, donde Los callejeros de San Anto daban botes en el escenario con un acordeón y mezclaban letras en inglés y en español para su 'Piñata Protest'. Abrían la noche para Beto O'Rourke, un bajista punki reconvertido a la política que ha devuelto la esperanza al partido de Obama en este bastión republicano. 'Vota Beto for Senate', decían los carteles.

Ambos trataban de representar lo mismo: la biodiversidad de un Estado fronterizo en el que el 39,4% de la población es hispana, según la estimación del censo del año pasado. Más incluso que en California, donde es del 39,1%, amén de que desde 2010 Texas crece el doble de rápido que el territorio del surf y el rock and roll. El Partido Demócrata lleva décadas esperando a que este gigante dormido se despierte y bloquee a los conservadores el camino hasta la Casa Blanca, a donde les costaría llegar sin los 38 votos del Colegio electoral que otorga el segundo Estado más poblado del país. «Sólo que yo no tengo tan claro que los hispanos sean demócratas», advierte la escritora Ruth Pennebaker.

Los republicanos también apuestan a que las familias hispanas son más conservadoras que el candidato que promete legalizar la marihuana y proteger el derecho al aborto. Beto ni siquiera es uno de los suyos. Es «un pretender», le acusa el empleado bancario de Houston Eric Khan. «Un farsante», insiste en todos los idiomas. «Alguien que come tacos con tenedor».

Su familia es de origen irlandés pero en su ciudad natal de El Paso, donde el 8,2% de la población es de origen hispano, el diminutivo lo tiene desde que era pequeño. Para rebatir a su rival, que le acusa de haberse puesto el apodo para apelar a ese gigante dormido, ha mostrado una foto de su infancia en la que su madre le había cosido el nombre en la camiseta. «¿Y qué más da cómo se coma los tacos?», se revuelve Christopher Pérez. «Lo importante es que tiene los mismos ideales que nosotros. Es un hombre del pueblo que se mezcla con todas las razas, eso no se puede fingir».

Un voto de rebelión

A sus 21 años, el estudiante de Medicina es exactamente el tipo de votante que Beto necesita para arrebatar a Ted Cruz su asiento del Senado. Pérez, hijo de mexicana y puertorriqueño, dice que nunca antes ha visto a tantos estudiantes interesados por la política. Votar es, para él, una forma de rebelión. Contra el conservadurismo de su padre, seguidor de Trump, y la docilidad de su madre, «que va con lo que él diga». Esta vez puede que le lleve la contraria. Tiene familiares en México que ya no pueden venir a visitarla y empieza a sentirse más incómoda con la retórica antimexicana de Trump que con la mirada severa de su marido.

Muchos republicanos de Texas que no habían visto a un demócrata en su pueblo desde que Lyndon Johnson ganó su Estado natal para John F. Kennedy miran con desconfianza al nuevo Kennedy texano, como le llaman en otras partes del país. «¿Podría un Kennedy ganar en Texas?», se preguntaba la revista 'Vanity Fair'. Beto ya no es el joven de perilla y coleta que aparecía en la portada del disco 'El Paso Pussycat' que grabó con Foss mucho antes de ser congresista.

En el vinilo de 1993 parecía Kurt Kobain, pero ahora que se ha cortado la coleta y lleva flequillo a lo Bobby Kennedy ha capturado la imaginación de un país que en los tiempos de Trump ve con nostalgia los ideales truncados de ese Camelot perdido. En Internet se encuentran vídeos de videntes que aseguran que Beto es la reencarnación de Bobby Kennedy, también de origen irlandés. «Si alguien te dijera que Robert Francis O'Rourke es hijo de Bobby Kennedy no lo dudarías», aseguraba el diario 'Irish Central'.

Beto ni siquiera había nacido cuando el hermano menor de JFK fue asesinado en Los Angeles a los 43 años, pero se ha inspirado en él para lanzarse a una campaña de bases que ha tocado todos y cada uno de los 254 condados de Texas, convencido de que si la gente le oye cambiará de opinión. Su imagen juvenil, pese a tener sólo un año menos que su rival (46 y 47), el idealismo de su mensaje inclusivo y tolerante y su manejo de las redes sociales para aparecer sin filtros en Facebook Live, hasta cuando dobla la ropa en la lavandería, le han convertido en un fenómeno de masas que le ha catapultado a la escena nacional.

Ninguna encuesta le pone por delante de Cruz, un cubanoamericano que se hace llamar Ted, pese a haber nacido Rafael, y habla peor español que Beto. Con todo, el irlandés de El Paso llegó a darle caza en las encuestas y ha recaudado más que él, pese a haber renunciado al dinero de los Comités de Acción Política a través de los que canalizan las empresas sus donaciones para comprar influencias. Bastará un buen resultado para que se le considere un potencial candidato presidencial en 2020 o, por lo menos, «un buen vicepresidente», prefiere la escritora de Texas que publica sus columnas en 'The Washington Post'.

Sin ataques verbales

Con su campaña positiva en la que no ataca a su rival ni intenta explotar el resentimiento hacia Trump, Beto ha presentado una tercera opción entre quienes creen que para el 2020 hace falta un candidato pugilístico como Elizabeth Warren para competir con el irreverente mandatario y los que prefieren un demócrata centrista que apele a los conservadores desilusionados con Trump. El Kennedy de El Paso es un progresista irredento que no necesita pegarse con nadie para enardecer a sus bases ni tiene miedo a decir que conoce «esta mierda» o a disculparse por haber conducido borracho en sus años de juventud.

«Es el mejor hombre de esta contienda, alguien honesto, directo y sincero», le defiende Gary Kirk, un veterano de 71 años. «Si la gente levanta el culo y sale a votar, ganará», suspira. «Bastaría con que los hispanos votasen para cambiar esto en un abrir y cerrar de ojos».

El pragmatismo de Ted Cruz hiere el orgullo texano

Cada vez que Angela Moore oye a uno de sus amigos neoyorquinos ofrecerse como voluntario para la campaña de Betto O'Rourke se le encoge el corazón. «Me encanta Beto pero conozco a mi gente. Lo último que quieren es escuchar a un neoyorquino pedirle que vote por Beto». Con ello reafirman la narrativa de que a O'Rourke lo financian los progresistas de fuera del Estado. Texas no quiere ser California. Ted Cruz lo sabe. Por eso ataca con que Beto prohibirá las barbacoas y les obligará a asar tofu. Él es «tan duro como Texas», dice su eslogan, a lo que el actor Richard Linklater ha contestado con una carcajada burlona en un anuncio muy texano que ha dirigido Sonny Carl Davis.

«¡Venga ya! Si alguien llama 'perro' a mi esposa y dice que mi padre estaba involucrado en el asesinato de Kennedy no le chuparía el culo». Todo eso y más dijo de él y de su familia Donald Trump cuando el senador era el último hombre en pie del pelotón republicano del que se deshizo en primarias. Entonces era «Ted el mentiroso». Hoy es «un hombre honesto» por el que el presidente hizo campaña la semana pasada en Houston.

En ambos ha prevalecido el pragmatismo político que tanto criticó el presidente durante su campaña. Cruz dice hacerlo por sus constituyentes, a los que pone por encima de sus propios sentimientos, pero es el orgullo herido de algunos texanos el que no perdona esa bajada de pantalones.

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