Terenci Moix, perpetuo Peter Pan
En el trabajo sumergido de los gestores culturales hay amores rotos. Los que nunca se dieron. Los encuentros que se quedaron el limbo de lo ... imposible. Yo adoraba a Terenci Moix y jamás le conocí. Me encantaban sus entrevistas a las grandes estrellas de Hollywood. Terencio era gracioso, con chispa. Inteligente, currante y mitómano. Su partida de nacimiento asegura que se llamaba Ramón Moix i Messeguer. La máscara grecolatina le permitía ser una voz disidente. Era su reluciente armadura en el mundo gris del franquismo donde todo era pecado y estaba prohibido. O no tanto. Porque los habitantes de aquel país encontraban mil modos de saltarse la estupidez.
Colecciono «Mis inmortales del cine», con las diosas de Hollywood a las que adoraba. Todas no eran Ava Gardner ni Elizabeth Taylor. Hay preciosas fotos en Technicolor con heroínas de serie B y gladiadores musculosos, untados en aceite, listos para darles un enjundioso bocado a tan delicioso manjar.
El fascinado Terenci se refugió en el cine para encontrar la luz en la oscuridad. Como si fuera una metáfora de la iluminación divina, el destello del proyector nos ha llevado a muchos a vivir fantásticos sueños para escapar de una realidad, como poco, austera, conflictiva. El cine nos ha enseñado a vivir.
Gracias a esta conexión sentimental con el autor al que jamás conocí, me compré El día que murió Marilyn. A partir de ahí se convirtió en un maestro. Imagino que lo fue también para muchos. Es el poder que tiene la buena literatura: sana las heridas abiertas, las incertidumbres, las inseguridades. Sus palabras consuelan a los inadaptados, a los frikis que se refugian de un mundo indescifrable en salas oscuras, en las casas sin ventanas de la ficción. Esas habitaciones son un pasadizo al alma de las historias donde la fantasmagórica y caótica realidad se estructura en escenas y capítulos. Ese orden de las palabras apacigua los tormentos de la vida. Y ese fue el consuelo de los libros de Terenci; el feroz sarcasmo de Mujercísimas o Chulas y famosas invitan a la risa y la despreocupación. A la ligereza.
Seamos eternos Peter Pan como él. Negarse a crecer no es un defecto de las neuronas, es una actitud ante la vida. Una decisión consciente que él tomó sin escatimar esfuerzos y que lo convirtió en un expertodel mundo antiguo. Esa cultura que encierra nuestro pasado más rico y visceral. Esa cultura que ya lo inventó todo. Sus viajes incesantes buscaban esa herencia clásica; las máscaras griegas, las estatuillas faraónicas decoraban sus casas. Su refugio en el arte, el pasado y la belleza eran un grito de resistencia ante la vulgaridad del presente.
Decía Terenci ser un pagano radical «porque estéticamente es más hermoso». Sus altares eran para Sarita Montiel, Bette Davis, Cleopatra, Greta Garbo, Alejandro Magno, Marlene Dietrich. El autor iba más allá de conocer sus filmografías y vidas: creaba un auténtico universo emocional alrededor de sus divas. En sus «Inmortales del cine» aparecen retratadas estas mujeres y muchos hombres que «sabían sufrir con elegancia».
El escritor habló siempre abiertamente de su homosexualidad, de sus traumas infantiles en los que afirmaba sentirse un monstruo porque le gustaban los otros chicos de su clase. De sus amores incompletos, frustrados. Ese gran amor que siempre añoró, que le fue esquivo. Y que extrañaba en los días de la soledad cotidiana, de migas de pan «que es humilde como una castañera sin empleo».
Terenci era una mezcla de intelectual, dandi, reina de la noche y humorista de comedia. Era único.
Existe una palabra en gaélico para la nostalgia por lo que nunca ha sucedido: Hiraeth; Con esta se define el «hogar perdido» o la simple «ausencia de algo». La añoranza y nostalgia por lo nunca acontecido, por alguien que ya no existe. Esa es mi relación con Terenci y ese es mi punto de conexión con él. Los peterpanessomos perpetuos niños perdidos. Nada ni nadie podrá cubrir ese vacío porque también somos inconformistas irredentos, porque todo nos parece poco, porque nunca podremos bailar con Gene Kelly o decirle «amiga date cuenta» a la Gilda de Rita Hayworth. Porque en esa frontera insalvable entre la realidad y la ficción, no somos nadie y desaparecemos.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.