Hasta el pueblo más pequeñito de Turquia tiene su propio café. El Kahve, como allí lo llaman. Tiene mucha importancia, porque es el centro de ... la vida diaria de los hombres. Un lugar sacrosanto, vedado a las mujeres, en el que se reúnen para charlar de sus cosas, saboreando su tacita de café o té. En un café tradicional turco no van a encontrar bebidas alcohólicas, ¡Alá no lo permita! Pero eso no tiene importancia, porque la velada puede transcurrir de la forma más plácida y distendida, aspirando voluptuosamente a través del largo tubo de la boquilla del narguile, esa gran pipa, llena de agua en su base y repleta de tabaco en la parte superior.
Charlar, leer el periódico, jugar interminables partidas de una especie de chaquete, que llaman Tavla. Y así pasa el tiempo, que en estos lugares no tiene ningún valor. Porque atravesar las puertas de un café turco es olvidarte del mundo, hundirse en una atmósfera mullida y relajante, perderte entre las volutas azuladas del humo de las pipas. Como mucho, interesarte por el porvenir, dejando que te lo lean en los posos de tu café. Ya saben que una taza de café debe llevar entre 10 y 12 gramos, y que el agua no debe contener cal ni minerales, y no llegar a más de 96º. Hay que tomarlo caliente, no hirviendo, y no se debe recalentar.
El té llegó a estas tierras en el siglo XV, con las caravanas holandesas que venían de China. Las plantaciones se extienden abundantes por Turquía y falta hacen para atender el consumo de la población. Porque, sepan ustedes, que hay personas que se toman veinte o veinticinco vasitos de té diarios. Empiezan en el desayuno, donde se toma sin leche, usando unos vasitos pequeños, o en unas tacitas un poco más grandes que las del café. Para prepararlo, se echa en la tetera agua caliente, se tira y se echa una cucharadita de té por taza, más una «para la tetera», y se vierte encima el agua apenas empieza a hervir. Lo tapan, y dejan que infusione cinco minutos.
Pero aquí estoy contándoles cosas de los cafés y todavía no les he explicado cómo se hace un buen café turco. Lo primero es molerlo bien finito, como harina. Lo mezclan con el azúcar según el número de tazas que vayan a preparar, y ya se puede echar en el cazve, la cafetera tradicional turca, un cacillo de mango largo, que normalmente es de cobre. Se llena de agua, se pone sobre el fuego, y se deja que hierva por lo menos dos veces. Lo echan en las tazas cuando todavía está muy caliente, sin filtrarlo, y se deja reposar hasta que los posos caen al fondo de la taza. Entonces es el momento de deleitarse saboreándolo, despacito, sin prisas. Porque, aunque el café no se produce en Turquía, beberlo es un rito. Un proverbio turco, muy antiguo, asegura que… «una taza de café, engendra cuarenta años de amistad».
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