Queridos Reyes Magos, este año me pido una ciudad jugable
El juego en la calle nos ayuda a paliar algunos de los problemas emocionales de nuestro tiempo, como el aislamiento social y la adicción a las pantallas
La Navidad dictada por la agenda comercial ya está aquí y con ella esa formidable transformación urbana que llena de luz, ilusión y actividades nuestras ... calles alimentando los deseos de comprar, pero también de descubrir, jugar, deslumbrarnos y compartir.
¿Y por qué no podemos extender esta forma de sentir lo urbano todo el año? Me dirán que la ciudad es algo muy serio, una máquina de dispositivos, engranajes y conductos en la que lo lúdico ya tiene su espacio en lugares 'adecuados' y, también hay que decirlo, en ocasiones tan pequeños como las personas a las que van dirigidos. Personas que, además, conforme crecen van perdiendo su sitio para ser rápidamente transformadas en consumidores. Como si el poder educativo de la convivencia, la autorregulación, el juego, la socialización o el movimiento no fuera una magnífica herramienta para construir sociedades sanas. Porque no hablamos solo de que nuestros hijos estén entretenidos, se trata de que lleguen a formar parte de un futuro de gente saludable, feliz, responsable, empática… y todo esto, como diría el psicopedagogo Francesco Tonucci, como mejor se aprende es jugando, compartiendo y practicando la autonomía desde la niñez.
Es cierto que los municipios cuentan con planes locales enfocados a la infancia y la adolescencia que contemplan acciones transversales en los ámbitos político, social, económico, educativo y cultural, con el fin de promover el bienestar, incrementar la calidad de vida y garantizar el pleno desarrollo de sus capacidades. Pero, además, hay ayuntamientos en los que la dimensión urbana de estos planes se está abordando de forma rotunda con el objetivo de dejar de ser localidades con áreas de juego para convertirse en poblaciones jugables. Lo que significa, ni más ni menos, que están planteando transformaciones cuyo propósito es poner el espacio público a disposición de los más jóvenes, ofreciendo entornos dinámicos, educativos y socializadores.
Las estrategias para conseguirlo son diversas y se acometen tanto de forma efímera como permanente. Por poner algunos ejemplos, proliferan las superáreas de juego que ofrecen propuestas singulares diseñadas para diferentes edades y capacidades motrices, los parques deportivos o los juegos de arena y agua. También se naturalizan y se abren los patios escolares mediante la gestión de horarios y recursos humanos que velan por el buen uso de las instalaciones e incluso establecen dinámicas de relación entre las personas asistentes. O se están reformando los entornos de los colegios para facilitar la convivencia y el juego en la entrada y salida de los centros. En este sentido, son también muy valiosas las iniciativas de activación como el corte periódico del tráfico en algunas calles, en Murcia lo hemos visto en la Gran Vía, con el objetivo de ofrecer de manera temporal el espacio de la calzada a otros usos, entre los que se destacan el juego y la actividad física.Y la promoción de proyectos para el estímulo de los pasatiempos compartidos en la calle, como las ludotecas móviles que visitan barrios y pedanías o los chiringuitos con préstamo de juegos.
Habrá a quien todo esto le parezca superficial frente a los grandes retos de la productividad, la movilidad o la sostenibilidad urbana, pero además de que no es algo incompatible, sino una herramienta más con la que construir la ciudad del siglo XXI, el juego en la calle nos ayuda a paliar algunos de los problemas emocionales de nuestro tiempo, como el aislamiento social, la adicción a las pantallas o las dificultades de relación que padecen muchos jóvenes. Los planes para crear una ciudad jugable comportan beneficios en el bienestar físico, social, mental y afectivo a través del contacto con la naturaleza, el tiempo libre y la relación con otras personas, y suponen una formidable oportunidad educativa con la que los ciudadanos más jóvenes pueden aprender a enfrentarse a las controversias, los retos y las dificultades de la convivencia de manera informal y lúdica, que es como mejor se aprenden las cosas.
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