Marcello Mastroianni, un ejército de sueños y elegancia
Hoy cumpliría cien años: una vida e infinidad de míticas películas
También pasa el tiempo por la belleza. Observas a Mastroianni en riguroso traje de chaqueta y corbata caminando, como un tritón, por la Fontana di ... Trevi, hacia los brazos de Anita Ekberg y piensas que los personajes vivirán para siempre en esa piscina barroca, frente a esos animales mitológicos mandados construir por algún papa. Luego miras el calendario. Te sales de la fuente de la sensualidad y te acuerdas de que la belleza es efímera y de que el cine se inventó para intentar atraparla. Mastroianni cumpliría cien años hoy y de esa escena han pasado más de sesenta. Una vida, infinidad de películas.
Marcello Mastroianni no fue el actor fetiche de mi generación, más volcada hacia las misiones imposibles y el cine de acción. Pero recuerdo volver la vista hacia el pasado para hallar en él un tipo elegante, que nunca iba mal vestido en las películas, con una mirada que combinaba la inocencia y la travesura, lo justo para irse del brazo siempre con la artista de moda. En el blanco y negro encontraba la estética perfecta. Hay actores que han nacido para seducir, para rodar escenas intensas, viajes de sentimientos por décadas. Mastroianni representa la elegancia del blanco y negro, las gafas de sol ocultando una resaca y la posición vital necesaria para seguir disfrutando al máximo de los años. Es el corazón optimista de los años posteriores a la II Guerra Mundial, la simpatía filmada sin caer en la superficialidad.
Parte de culpa de este idilio con la cámara la tuvo Federico Fellini. Mastroinni ya era famoso antes de que el director de Emilia-Romaña le encomendara interpretarse a sí mismo. Pero será a través de 'La dolce vita' donde escale hasta la categoría de mito. «Marcello, come here», gritaba la modelo sueca bañada de aguas inmortales mientras el periodista se las deseaba por tirarse de una vez a la chica, con una mezcla de paciencia y ternura que cautiva aún a todos los que se sientan delante de la pantalla. El film de Fellini es revolucionario no solamente por lo que cuenta, sino por la forma de contarlo. No es una historia fragmentada en escenas, sino multitud de escenas las que forman una historia mínima: la vida de Marcello.
En sus papeles corre la historia del cine con mayúsculas, desde Fellini a Germi, de Monicelli a Scola pasando por De Sica
Dignidad
Porque Mastroianni no fue solamente un rostro bello del cine italiano. Lo demuestra en 'Una giornata particolare', una película dura que pone el acento sobre los años del fascismo. Interpreta a un locutor de radio homosexual que acaba de ser despedido de su puesto de trabajo. Ese mismo día, toda la corrala de vecinos se prepara para asistir al encuentro multitudinario entre Mussolini y Hitler, salvo su vecina, una solar Sofía Loren, madre de familia numerosa, abnegada prototipo de mujer fascista que lava los platos mientras la historia pasa delante de sus ojos. La química entre ambos desborda una historia sencilla y triste. Los sones de la radio se cuelan de fondo entre dos actores que aman porque nadie los quiere, que hacen de su tristeza un escudo contra la barbarie.
También es eso Mastroianni, un hombre que envejeció con dignidad, que se no volvió esclavo de su rostro, que adoptó la pose de un conde con apellido ilustre, un Orsini o Visconti de las cámaras. Siguió haciendo cine, impulsando la industria europea, defendiendo el arte de un continente que tenía infinidad de historias que contar. Representó decenas de papeles de todo tipo. Mastroianni fue un actor ecléctico que tal vez nunca pudo quitarse de encima la silueta de seductor. En sus papeles corre la historia del cine con mayúsculas, desde Fellini a Pietro Germi, de Mario Monicelli a Ettore Scola, pasando por Vittorio de Sica.
En esta última imagen centenaria me gustaría quedarme con el Mastroianni canalla de 'Otto e mezzo', con la búsqueda desesperada de inspiración que protagoniza Guido Anselmi, un director que se ha quedado vacío de ideas y al que la vida de estrella le ha dejado de seducir. Conduce en mitad de la oscuridad junto a Claudia Cardinale y llegan a una plaza. Es la intimidad de la noche, dos personas que se desean pero que tienen demasiadas heridas para hacerlo fácil. Mastroianni se anuda la corbata mientras camina hacia ella. Claudia está sentada en un portón, con la voz ronca, y le dice que no sabe querer bien («non sa voler bene»). El negro de sus ojos se hace inmenso en la pantalla y Mastroianni se queda pensativo, asimilando el misterio del amor y del fracaso. Ya no es joven, pero no le importa. Sabe que podrán pasar cien años que siempre amará a través del cine, que una luz prenderá la nostalgia de una belleza serena, porque el tiempo no cuenta sobre su rostro, su gesto simpático. Esa forma de pasar por la vida como un ejército de sueños y elegancia.
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