Las nupcias de Iunia Paeta
PAISAJES CON HISTORIA IV ·
Mansión de Lucius lunius Paetus, actual Domus de la Fortuna, Cartagena. Año 3 s. C.ARÍSTIDES MÍNGUEZ BAÑOS
Miércoles, 21 de agosto 2019, 02:05
Apenas había pegado ojo. Según la tradición, su madre la había obligado a vestir una túnica recta y una redecilla azafranada, tejidas de arriba a abajo por artesanos que debían estar de pie, para evitar la mala suerte. Su nodriza le había traído una tisana relajante con la que conciliar el sueño. No había surtido efecto.
Antes habían acudido al templo a la Tríada Capitolina. Habían depositado ante la imagen de Juno sus vestiduras ribeteadas con la franja púrpura, propias de los niños, la bulla, que colgaba de su cuello con amuletos para protegerla de mal de ojo, y sus pupae, esas muñecas que la acompañaron en su infancia.
Iunia suspiró al recordar cómo Pater la llamó a su tablinum dos años atrás. Le gustaba ese despacho, decorado con fastuosos frescos con aves, pequeños sátiros y escenas bucólicas, pero casi nunca entraba. Ahí Pater tenía su biblioteca y recibía a sus clientes más significados. No le gustaba que los niños merodearan por allí.
Junto a Pater se hallaba Salvius, uno de los prohombres de Carthago Nova, que poseía una domus a varias calles de distancia. Pater la hizo sentarse. Sin ninguna contemplación le informó de que habían acordado que, cuando tuviera 15 años, se casaría con el primogénito de Salvio, del que le separaban tres lustros y que servía como tribuno en territorios cántabros, antes de regresar a la urbe y presentarse a las elecciones a duoviri.
Iunia ocultó su turbación abstrayéndose en un bellísimo cisne, que intentaba levantar el vuelo, asustado por un satirillo. Así voló su infancia.
Termas
Salvius le puso en el anular de la mano izquierda el anillo de oro que la comprometía con su vástago, farfullando algo de que de ahí nacía un nervio que llevaba directamente al corazón. Entregó a Pater un cofrecillo con la dote y estamparon sus sellos en un documento que había elaborado su secretario, antes de dirigirse al triclinium, en el que se había dispuesto un banquete. No volvieron a dirigirle la palabra. Éstos fueron sus sponsalia.
Anoche las esclavas decoraron las puertas y ventanas de la mansión con coronas de flores de verbena, mejorana y azahar. Antes de que cantara el gallo su ornatrix la despertó y la llevó a las termas de la casa para tomar un baño purificador. En el triclinium se les unieron Mater y Virginia Secunda, una amiga de la familia, que actuaría como pronuba o madrina, por ser univira, al haberse casado una sola vez.
Habían tenido que mirar con muchísima atención la fecha para las nupcias, pues eran infinidad los días funestos en los que sería sacrílego casarse. Le encantaba mayo: la naturaleza estallaba en todo su esplendor, pero ese mes estaba consagrado a los difuntos y era impensable casarse en él. Habían tenido que aguardar a la segunda quincena de junio, dedicado a Juno, diosa protectora del matrimonio.
Trenzas
La pronuba dio instrucciones a la ornatrix para que la peinara haciéndole las seis trenzas rituales, anudándolas con cintas de lana, mediante las que se recordaba a las vestales. Usó una punta de lanza, regalo de su suegro: se la había arrebatado a un astur al que abatió cerca del monte Medulio. Una vez peinada, ciñeron su túnica con el alambicado Nudo de Hércules con el que simbolizar la indisolubilidad de los esponsales. La cubrieron con un velo azafranado y la calzaron con unos zapatos del mismo color. Fue coronada con una diadema de azahar.
Así ataviada la encaminaron al atrium. Pater sacrificó un cordero, cuyas entrañas fueron examinadas por un auspex, a fin de ver si los dioses aprobaban las nupcias.
Hicieron entrar a su prometido, a quien sentaron a su lado y cubrieron con su mismo velo. Los lares de los Paetus no debían fijarse en él: después de la cena les iba a arrebatar a una de los suyos y se la iba a llevar a otro hogar. La pronuba les dio a comer el pan farreus, mientras unía sus manos. Iunia apenas pudo susurrar 'Ubi tu Caius, ego Caia'. Decía adiós a su infancia. Ahora era una matrona.