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King Diamond y Airbourne desatan la locura en el Rock Imperium
Arranque notable del festival cartagenero con la macabra teatralidad del danés y la energía desbordante de los australianos
Conciertos hay todo el año, pero los conciertos míticos son otra cosa. Hay actuaciones emblemáticas que se nos quedan grabadas en la memoria y entran ... a formar parte de nuestra vida: los Lorca Rock, Manowar en las fiestas de Las Torres de Cotillas -y yéndose con un chichón de recuerdo-, Deep Purple en Murcia con orquesta sinfónica y el llorado Ronnie James Dio como cantante invitado, el masivo concierto de Iron Maiden en el estadio Enrique Roca… En los últimos años, gracias al Rock Imperium, Cartagena se ha convertido en el escenario de algunas de esas citas irrepetibles cuyo recuerdo nos trae una sonrisa y esa cálida satisfacción de poder decir «yo estuve ahí». ¿Quién nos iba a decir, hace unos años, que la Región de Murcia acogería el último concierto de KISS en España o una actuación de gran formato de los elusivos Emperor?
Algo de eso tuvo el concierto de King Diamond en el arranque de la cuarta edición del festival. Para los que nos criamos trapicheando con cintas grabadas como el que pasa droga, descubrir la música del danés, tanto en solitario como con su banda Mercyful Fate, nos rompió los esquemas. Sus agudos espeluznantes, sus melodías tenebrosas y su imaginario desquiciado no se parecían a nada que hubiéramos escuchado antes. Y ahí lo teníamos este jueves, en carne y hueso, tocando para nosotros al lado de casa, como aquél que dice.
Como uno de los iniciadores del 'shock rock' y mejor alumno de Alice Cooper, la actuación de King Diamond estuvo a caballo entre el espectáculo teatral y un concierto de heavy metal al uso. Con el escenario decorado como un tenebroso manicomio de principios del siglo pasado, el danés llevó al público a un retorcido viaje por los excesos de las antiguas instituciones mentales, un concepto que nació como respuesta a la angustia que sintió durante un duro ingreso hospitalario para someterse a una cirugía de triple bypass. Buen material le pusieron en la maquinaria, a juzgar por la energía y el poderío vocal exhibidos en Cartagena, impropios de un tipo que acaba de soplar 69 velas.
El espectacular montaje escénico, el apoyo de una actriz que las pasó canutas interpretando a una muchacha ingresada y la imponente presencia de King Diamond, que lució su icónico maquillaje y varios cambios de vestuario, hicieron del 'show' una película de terror en directo. Y, sin embargo, la teatralidad no opacó el protagonismo de unas canciones que sonaron tan afiladas, poderosas e impecables que cabría preguntarse si lo que le pusieron en el pecho al cantante danés no sería en realidad el corazón de algún joven en la flor de la vida.
No cayó King Diamond en la tentación de cederle el protagonismo a 'Abigail', su disco más aclamado, del que rescató tres temas situados estratégicamente al inicio y al final del repertorio, sino que ofreció una selección bastante equilibrada de su extensa carrera. Acompañado por una banda de gran nivel, brillaron especialmente las referencias a 'Them' y 'The Eye', e incluso ofreció dos adelantos de su próximo disco: 'Masquerade of Madness' y 'Spider Lilly'. No desentonaron al lado de sus clásicos de los 80, que no es decir poco.
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Airbourne
El huracán que vino de Australia
Inmediatamente antes de King Diamond, Airbourne desató otro tipo de locura sobre Cartagena. La locura del golferío con sabor a Jack Daniel's y olor a sobaco. Los mejores sucesores de los también australianos AC/DC se presentaron con el tema principal de 'Terminator', dispuestos a no dejar prisioneros, y no dieron un momento de respiro. Su enérgica puesta en escena y su hard rock vigoroso, con raíces blueseras, son una receta perfecta para las grandes audiencias, donde se retroalimentan del entusiasmo colectivo. No se esconden: sus 'riffs' simples pero sabrosones y unos estribillos diseñados para ser coreados son carne de festivales. Y el público del Rock Imperium entró al juego, claro, sirviendo de gasolina para un motor que rugió durante alrededor de hora y media de puro rock and roll.
Su propuesta simple como un botijo pero igual de efectiva nos dejó uno de los conciertos más divertidos del año, con el cantante y guitarrista Joel O'Keeffe acompañando con simpáticas cucamonas himnos tan infalibles como 'Too Much, Too Young, Too Fast', 'Runnin' Wild' o la reciente 'Gutsy', publicada hace escasos días. Muy aplaudidos sus numeritos de bajar a hombros para tocar entre el público y reventarse una lata de cerveza en la cabeza para salpicar al respetable. Más se agradecieron los manguerazos de agua fresca con los que la organización refrescó el ambiente durante las horas más calurosas del día.
Entre fogonazos pirotécnicos y algunas payasadas más, como un homenaje a Lemmy Kilmister que consistió en sacar un mueble bar para preparar whisky con cola, el trago favorito del fallecido líder de Motörhead, que posteriormente sirvieron al público, la descarga de Airbourne se pasó tan rápida como un trueno, con la promesa de volver en el futuro. Ojalá la cumplan.
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GUN
Con clase se nace
A los amantes del hard rock más clásico se les quedó un jueves redondo, con GUN como aperitivo de Airbourne y Kissin' Dynamite como penúltima banda antes del cierre. Mención especial merecen los primeros, una formación escocesa nunca suficientemente apreciada que nos regaló dos obras maestras del género, 'Taking On the World' y 'Gallus', y después se le escapó el tren durante la complicada década de los 90. Su presencia en un lugar destacado del cartel fue de justicia y lo demostró con un gran concierto que con toda seguridad les reportó una buena cantidad de nuevos seguidores.
Menos brillante pero aún así muy disfrutable fue la actuación de Kissin' Dynamite, un fichaje alegre y festivalero que dejó estribillos muy pegadizos -aunque quizá algo empalagosos-, además de una agradecida luminosidad melódica que sirvió de contrapunto a la oscuridad de King Diamond. Los alemanes pecaron de irregulares, oscilando entre unos temazos tremendos con coros dignos de un concierto de estadio y otras canciones bastante más discretas. Una propuesta de calidad, en cualquier caso, que logró retener en el recinto a una respetable cantidad de público.
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Far East Groove
La fiesta 'otaku' que nadie vio venir
La nota más pintoresca de la primera jornada del Rock Imperium la puso el compositor Yasuharu Takanashi con su proyecto Far East Groove, dedicado a llevar a los escenarios la música de series de anime tan míticas como 'Naruto' o 'Fairy Tail' en clave metalera. La ofrecida en Cartagena fue una de las tres únicas fechas de su gira europea y bien mereció aguantar el bochorno de las 17 horas.
Después del japonés llegó el turno de disfrutar de otra rareza. Satan, que apenas ha pisado España en 50 años de trayectoria, cubrió de forma aceptable el obligado cupo de heavy metal, un género que este año no tiene tanta representación como en ediciones anteriores. Dentro de ese saco meto a los murcianos 'Iron Curtain', cañeros y solventes cualquier día de la semana, que supieron resolver como leones la difícil hora de la siesta.
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Hellripper y Triumph of Death
Demonios sueltos por Cartagena
Los más cafres del lugar se llevaron este jueves dos ricas tazas de lo mejor del pasado y futuro del metal extremo. Por un lado, a una hora indecentemente temprana, Hellripper se coronó como uno de los mejores representantes del legado de Venom y Darkthrone, con una pizca de la actitud macarra de Motörhead. Excelente progresión del jovencísimo James McBain, quien ha pasado de hacer de hombre orquesta en casa de sus padres, grabándose tocando todos los instrumentos de forma amateur, a convertirse en una de las nuevas voces más prometedoras del black metal. No dejó títere con cabeza.
La jornada inaugural del Rock Imperium echó la persiana con un homenaje a la fugaz pero muy influyente carrera de Hellhammer a cargo de Triumph of Death, su banda sucesora, surgida a su vez de una escisión de Celtic Frost. Ya, estos grupos son un lío. Para perdición de los vecinos que a esas horas intentaran conciliar el sueño, la descarga de los suizos fue una exhibición de mala leche y guitarras chicharreras. O sea, caviar para los nostálgicos del metal más sucio y subterráneo.
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