«Los médicos tienen la obligación de curarte y tú la de vivir bien»
El hijo de Asunción Balaguer y Paco Rabal presenta en los próximos días su primera novela, 'Ayer, mañana'
«En el 68 yo tenía 14 años», recuerda Benito Rabal, para quien «los jóvenes tienen la obligación, para consigo mismos, de cuestionar el mundo ... que encuentran. Y eso es lo que hacen los personajes de mi novela». «A menudo se piensa», añade, «que los ideales desaparecerán con la madurez, pero cuando estos son firmes, basados en el amor a la Humanidad, se agarran con más fuerza con el pasar de los años». Nacido en 1954, director de cine, guionista y escritor, e hijo nada menos que del internacional actor aguileño Paco Rabal y de Asunción Balaguer, ha publicado 'Ayer, mañana' (Algaida), esa novela a la que se refiere, la primera de su vida. Una historia que así comienza: «Cuando supo que su hijo había muerto, la madre del Jebo no lloró. El Jebo había nacido un 24 de diciembre y ella, convencida de que era la reencarnación de Jesucristo, pensó que, como este, acabaría resucitando. No era por tanto una despedida, sino solo un hasta pronto».
'Ayer, mañana' nos introduce de lleno «en los primeros años 70, durante los últimos de la dictadura en España», cuando «la necesidad de escapar del miedo, instaurado en un país donde todo está prohibido, lleva a Pedro, el protagonista, a tomar postura contra la pacatería y la opresión». Y ahí es «donde se encuentra con un grupo de jóvenes que, como él, atisban el nuevo tiempo que se avecina y en el que ya pretenden vivir haciéndolo realidad en su día a día, sin pensar en más futuro que el propio presente». Vaya, «la música, el arte, las drogas, el amor, las relaciones, todo parece anunciar un cambio de era. Y no es solo la urgencia de acabar con la dictadura, sino de poner el mundo patas arriba: el fin del colonialismo, los movimientos contraculturales, las guerrillas, se unen al amor libre, el ocaso del patriarcado y el fin de los tabúes, confirmando la agonía de una sociedad caduca».
Precisa Rabal: «Detesto la imagen preconcebida del revolucionario ascético, esperando al asalto a los cielos para gozar la vida. Haberlos, haylos, pero no es el caso de los personajes de 'Ayer, mañana', que, evidentemente, está inspirada en algunas de mis vivencias, pero no deja de ser ficción. Al fin y al cabo, siempre se escribe sobre lo que has vivido o lo que has soñado».
«Me vine aquí hace nueve años, después de haberme pasado la vida viajando por todo el mundo. Mis amigos saben que ese sueño lo llevaba acariciando desde hace muchísimo tiempo. Estoy muy feliz, cerca del mar y enamorado»
Cuando se le pregunta sobre el contexto y la temática de su primera novela, responde: «Pertenezco a una generación diezmada, arrasada, tanto por la represión como por las drogas. Nos tocó vivir en la última gota de agua, la que desbordó el vaso de nuestra más reciente historia. El futuro era nuestro presente. Queríamos cambiar el mundo y en ello empeñábamos el día a día». ¿Y qué lograron? «Conseguimos», indica, «acabar con el miedo, romper las cadenas con las que atenazaba a la sociedad. Sin embargo, las aportaciones y cambios provocados parecen haberse borrado de la crónica». Y por eso se decidió a escribir 'Ayer, mañana', porque le parecía «no solo necesario, sino también de justicia. La libertad que ahora vivimos, con todas sus imperfecciones, también se debe a nuestra lucha que, por otra parte, de alguna manera, era más personal que política».
–¿Qué no comparte?
–A mí eso que dicen de los jóvenes que empiezan siendo revolucionarios, pero que luego ya se calman y acaban siendo de derechas, me parece una estupidez como un piano. Lo que sí es cierto es que el mundo no se cambia en dos segundos; hoy sigo pensando no solo que se puede cambiar, sino que se logrará cambiar.
–¿Y España?
–Un país, por ejemplo, demasiado preso del catolicismo, algo que arrastramos no solo desde los años de la dictadura y el nacionalcatolicismo, sino desde los tiempos de la pareja esta de los Reyes Católicos. Falta interés por la cultura, que es la base del progreso, y pienso que somos demasiado respetuosos con los que han sido verdugos del pueblo –bueno, que lo han sido y lo son–: la Iglesia Católica y la banca, claramente. Creo que falta un poquito de agitación. Y otra cosa: hablas con la gente y todavía hay mucha que sigue pensando que somos un país pobre, y no, somos una país rico, lo cual quiere decir que también somos uno de los que hacen más pobres al resto, y eso es algo sobre lo que no pensamos en absoluto.
–¿De dónde se siente?
–Me siento aguileño porque aquí encuentro mis raíces, y en general le diría que los aguileños son muy simpáticos, divertidos y generosos; pero, ¿eso quiere decir que no hay también aguileños canallas? Por supuesto que los hay. Las generalidades necesitan de muchos matices, también cuando hablamos de los españoles. Vivimos en un país que, si lográsemos quitarnos un poco el tufo a nuevos ricos, reconozcamos que está lleno de bastante buena gente y de gente con un gran empuje. Pero no nos caracterizamos por reflexionar. Por ejemplo, tenemos este fervor folclórico por la Semana Santa, cuando la religión nos ha oprimido durante siglos. Deberíamos tener claro qué es lo que nos ha hecho daño y lo que nos ha impedido progresar. Por otro lado, creo que esa lacra del cainismo y de la envidia nos la vamos quitando poco a poco de encima, aunque insisto en que nos falta respeto por la cultura. Estoy de acuerdo con Luis García Montero cuando dice que están muy bien esos logros indiscutibles como el agua caliente y los cubitos de hielo, pero que cuando se nos muere un amigo o nos enamoramos, lo que de verdad necesitas es la poesía.
«Eso de que los jóvenes empiezan siendo revolucionarios, luego ya se calman y acaban siendo de derechas, me parece una estupidez como un piano. Lo que sí es cierto es que el mundo no se cambia en dos segundos»
–De la que sus padres eran amantes, disfrutando de la amistad estrecha de grandes poetas como Rafael Alberti.
–Así es, menudo lujo, menudo placer enorme ser hijo de mis padres, que eran dos personas que rompieron su destino.
–¿En qué sentido?
–Mi padre estaba destinado a ser toda su vida un labriego, un minero, un peón; y mi madre lo estaba a ser una mujer aburrida de la burguesía catalana, llena de hijos y odiando al marido. Y, sin embargo, los dos consiguieron romper siempre su destino. Haberse criado en ese ambiente es muy gratificante. De joven, además de tener mucho impulso para intentar cambiar el mundo, yo era una 'rara avis' porque vivía con dos personas que estaban orgullosas de su vida y que se amaban; vivir eso de cerca es algo que marca.
–¿No tuvo con ellos conflictos a lo Ingmar Bergman?
–[Risas] ¡No, por suerte! Mi padre, por ejemplo, terminó siendo para mí un compañero y un amigo, eso que se suele señalar como un imposible entre un padre y un hijo. Trabajamos juntos en 18 películas y acabamos siendo más dos amigos que padre e hijo. Y con mi madre la relación fue siempre maravillosa. ¡A lo mejor por eso me aburrían tanto las películas de Bergman y me gustaban las de John Ford!
Enseñanzas
–¿Los tiene presentes?
–Se les echa de menos, pero los dos murieron en un momento muy dulce de sus vidas. Habría sido terrible que hubieran vivido más, aunque parezca horrible decir esto. No me imagino a mi padre viviendo más años enfermo y sin poder hacer su trabajo, que era lo que más le gustaba, y a mi madre lo mismo. Durante la última conversación que tuve con ella, ya muy malita en el hospital, pensaba que estábamos en un rodaje y que se había caído y no podía rodar. Sus enseñanzas me acompañan siempre: el respeto, el no olvidarte nunca de dónde vienes, el estar siempre en la trinchera al lado del débil, y la humildad y la pasión por no dejar nunca de aprender.
–¿Por qué se instaló en Águilas?
–Me vine aquí a vivir hace nueve años, después de haberme pasado la vida viajando por todo el mundo. Mi amigos saben que ese sueño lo llevaba acariciando desde hace muchísimo tiempo. En Águilas estoy muy feliz, cerca del mar y enamorado. Y tengo la gran suerte de que me llevo estupendamente con mis hijos y de que mis hijos se lleven también estupendamente con los de mi compañera. Vivo un momento muy dulce, y además soy una persona que no me suelo deprimir.
«Conseguimos acabar con el miedo, romper las cadenas con las que atenazaba a la sociedad. Sin embargo, las aportaciones y cambios provocados parecen haberse borrado de la crónica»
–¿Nunca?
–Tuve una depresión, pero me la comí.
–¿Cómo se la comió?
–No haciéndole caso. La verdad es que no tengo ningún motivo para deprimirme, pero nadie está a salvo de la enfermedad mental. Yo por suerte tengo buen carácter, soy optimista y eso es una ventaja en la vida, pero sé muy bien que con el tema de la depresión no se debe frivolizar.
–La enfermedad.
–Tuve un cáncer de próstata hace cuatro años, así es que le recomiendo a todo el mundo estar vigilante y hacerse pruebas a partir de una edad. Recuerdo que, cuando le decía a la gente 'tengo cáncer', escuchaba a menudo eso de '¡qué horror!'; pero, cuando añadía que era de próstata, lo que escuchaba entonces era: '¡Ah, bueno!'. Vaya, como si no fuese nada. Me he ido haciendo revisiones cada seis meses, empezaron los marcadores tumorales a subir y resulta que se había reproducido. El tratamiento que se me aplicó tiene un 95% de éxito, y a mí me ha tocado estar en el 5% restante.
Hasta aquí
–Lo dice tan tranquilo, incluso con sentido del humor.
–Qué le voy a hacer, pero una cosa le digo: los médicos tienen la obligación de curarte y tú tienes la obligación de vivir bien. Y en un momento puedes decir 'me curo hasta aquí, porque mis últimos años quiero vivirlos bien'. Y, si acaso llega el día en el que los dolores son muy fuertes, pues me quito de en medio y ya está. Ahora, mientras me mantengan con calidad de vida me quedo en manos de los médicos, que son unos benditos. En este país no somos conscientes de la inmensa suerte que tenemos con la sanidad pública, ya les gustaría a tantísimos países.
«Menudo placer enorme ser hijo de mis padres, que eran dos personas que rompieron su destino. Dos personas que estaban orgullosas de su vida y que se amaban. Vivir eso de cerca marca»
–¿Qué es una tontería?
–¿Una tontería? Experimentar por experimentar.
–¿Su nuevo proyecto?
–Estoy acabando una segunda novela, que me han encargado, sobre mi familia.
[La novela 'Ayer, mañana' se presentará en Águilas el próximo viernes, a las 20.00 horas, en el Casino; acompañará al autor Ruth Celdrán. En Murcia se presentará el jueves 27 de abril en Libros Traperos; José Belmonte y José Daniel Espejo acompañarán a Benito Rabal]
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión