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Reconozco que, a veces, me cuesta sentarme a escribir sobre las obras de otros. Quién soy yo, una chiquilla de apenas treinta, para atravesar una ... obra respaldada por la solera de una asentada trayectoria. Otras veces, me atraviesa un radical espíritu pseudoposmodernista que no confía en la autoridad del pasado. Pero 'Luz sobre las cosas' de Guillermo Weickert no podría haberme cogido más por sorpresa.
El pasado miércoles 30 de abril, un Centro Párraga lleno hasta la bandera –qué lujo– recibió la última creación de la compañía del onubense, dentro del marco del festival Abril en Danza. Casi dos horas de escenas cuya sinopsis adelanta sin hilo argumental (aunque no por ello aleatorias ni inconexas), llenas de mordacidad, ingenio, humor y mucha honestidad. Da mucho que pensar que los intérpretes aparezcan y se despidan de la escena en una bolsa para cadáveres, quizás resignados a la profecía de Barthes, o al letargo creativo entre residencia y residencia. Pero lejos de querer explicarla, 'Luz sobre las cosas' está para dejarse llevar por su equipo. Luna Sánchez, punzante y sagaz, trazaba formas en el aire con su pelo y su cuerpo, como si ella fuera luz en sí misma. Alberto José Lucena, con aires a un moreno Peter Hinwood en 'Rocky Horror' en unos calzoncillos bóxer blanco, atraviesa la escena como un recién llegado al mundo. Pronto se vio distraído en rumbo y calidad de movimiento por los focos, hasta entrelazarse con Luna recorriendo todo su cuerpo en un solo trazo. Weickert apareció bien entrada la obra, tarde y refunfuñando como el conejo de Alicia. Farfullaba y se quejaba rozando al 'boomer' que se preocupa por las generaciones venideras, pero cansado del estado actual de las cosas, casi sin saber si la obra seguía siendo suya. Pero, sin duda, lo es. Weickert es una fuerza de la naturaleza. Con una frondosa barba blanca que parece atesorar más respuestas que años, es la mejor experiencia cercana a la verdad en escena. Y todos ellos supervisados desde una plataforma por la música y voz del increíble Miguel Marín 'Árbol', que guía el movimiento y ritmo de la escena con sus baquetas y panderetas.
'Luz sobre las cosas' es toda una clarividencia sobre cómo la vorágine de la creación, la soledad de la estética o el ineludible ritmo de la escena pueden engullir al artista, relegándolo a un segundo plano en su propia obra. Un retrato del borreguismo de seguir las inercias marcadas que casi se siente como una dedicatoria de despedida, cuando el público de hoy no puede dejar escapar a quien es capaz de firmar una radiografía de las dolencias que padece la escena actual y, a la vez, una carta de amor a la caja negra.
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