Qué curioso es que la conexión entre Beatriz Palenzuela, Rafael de la Lastra y Murcia gire en torno a un espíritu animal. En 2014 recibirían ... el primer premio II Concurso de Acciones Urbanas de Molina de Segura con su espectáculo «Ánimo Animal», y el pasado viernes 23 de mayo cerraron la cuarta edición del Festival Determinantes con su última creación de 2023, «Muchos caballos galopando juntos pueden hacer temblar la tierra». Mucho ha crecido desde 2014, casi tanto en número de palabras en el título como de intérpretes en escena.
La sinopsis de esta obra lanza la palabra manada en la primera frase. Son pocos los que no tendrán una reacción visceral al término desde 2016, pero es de agradecer que colectivos como Babirusa Danza quieran retomar su connotación original más comunitaria. Porque de eso van estos caballos: de comunidad. La riqueza de la pluralidad, el individuo frente a la unión, la colaboración como impulso colectivo... y todas las variantes que se quieran jugar. La simbología, las imágenes y la composición del espectáculo son transparentes, y para quienes experimenten danza por primera vez -como algunos en el público confesaron durante el coloquio- es una propuesta accesible y sencilla con un mensaje conciliador.
ASÍ FUE
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Dirección y creación Beatriz Palenzuela Martinez.
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Asistente de dirección Rafael de La Lastra.
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Intérpretes Natalia Navarro, David Eusse, Pablo Venero, Andrea Ordoñez y María, Ganzarain, con la participación local de Poleth Villena Andrade, Gabriela Morales Gamarra, Sofía Acosta Martínez, Javier Lusarreta, Fernando Alburquerque, Aliena López García, Irene Manso Sanz, Marta Losana Larrazábal, Marta Campillo Fernández, Natalia Quiñones Molina, Cristina Pérez Abellán
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Coreografía Beatriz Palenzuela en colaboración con los bailarines.
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Diseño de iluminación: Victor Cadenas de Gea.
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Diseño de sonido: Evil Kate.
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Vestuario: Babirusa Danza.
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Nota: Correcta.
Sin embargo, es también una obra que construye a paso lento, muy dilatado en varias escenas, y cuyo valor reside y resuena más alto en las vivencias de quienes participan del taller que en su puesta en escena. Porque el otro punto clave de esta propuesta es quien se suma a sus tablas en cada interpretación. Diez voluntarios locales (relacionados o no con las artes escénicas) acompañan a la compañía en la escena, tras haber formado un taller y ensayado cinco días antes de la representación. Si bien esta es la esencia y el motor principal de la propuesta, es también su mayor descompensación. Es difícil equilibrar el peso y la responsabilidad escénica cuando no se quiere relegar a los colaboradores al papel del árbol de fondo. Y es igualmente laberíntico elaborar un material coreográfico que sea intercambiable entre los cuerpos desconocidos de cada ciudad en una franja tan limitada de tiempo.
Hay una ambición muy encomiable en el corazón de esta yeguada. Y hay, sin duda, momentos brillantes -si breves- cuando los cinco intérpretes se desplazan en espiral, del suelo al cielo, en cadencia y en zancadas contenidas a cuatro patas. Pero cabe preguntarse si el potencial y la energía final de la coreografía no se ven desdibujados al necesitar de un esquema universal cuyo material principal no se aleja mucho del andar, correr y caer.
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