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Mapas sin mundo (10/03/2019)

Pedro Alberto Cruz

Domingo, 10 de marzo 2019, 11:45

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En 1966, la artista Carolee Schneemann escribió un emocionante alegato feminista titulado 'Be Prepared' ('Prepárate'). En él se podían leer advertencias del tipo: «Prepárate (...) para que tus intenciones sean distorsionadas (...) para ser usada y abusada (...) para ser una 'copia', para ser copiada (...) si eres una mujer (y las cosas no cambian en un futuro) ellos casi nunca creerán que realmente lo hiciste (...) ellos te adorarán, te ignorarán, te difamarán (...) tomarán como suyo lo que tú hiciste (una mujer no comprende sus mejores descubrimientos después de todo)...». Han pasado cincuenta y tres años de estas anotaciones y, desgraciadamente, los «tópicos machistas» que enuncia Schneemann continúan vigentes. El verdadero valor de estas palabras es que describen espacios moleculares de violencia. Quienes sospechan o atacan directamente al feminismo lo hacen a partir de análisis groseros a partir de los cuales concluyen que, en la actualidad, ninguna mujer es atada a la pata de la cama, lleva cinturón de castidad o se la aporrea nada más entrar por la puerta del trabajo. La desenvoltura de sus análisis en el plano de una violencia cavernaria les lleva a afirmar que vivimos en una situación de plena igualdad. Faltaría más. Ningún tío va ya, como en las viñetas, con una porra de madera golpeando a una mujer para declararle su amor. Los que declaran la inexistencia del machismo y, por tanto, la inutilidad de las políticas de género son los mismos que cuando utilizas conceptos como sociedad patriarcal o microviolencia esbozan una sonrisa socarrona que viene a decirte: «Puff, ya estás utilizando el vocabulario machacón de las feminazis». Y me jode, me jode muchísimo sentirme con un solo gesto sin margen de argumentación. Porque, desde el momento en que detectan una voluntad de precisar y descender a detalles, desconectan y te consideran como una víctima más del discurso hegemónico. Diariamente constato cómo muchas mujeres, por el hecho de ser mujeres, son tratadas con condescendencia y sus ideas ni siquiera son tenidas en consideración; constato cómo, en el caso de que hayan dado con una solución buena, esta no es reconocida hasta que, días después, el mismo hombre que la negó viene con ella como si se tratara de una ocurrencia propia; como, en el caso de que se reconozca desde el principio como un planteamiento interesante, se le despoja de él por cuanto puede haber sido producto de la suerte, la inconsciencia o simplemente no será capaz de desarrollarlo. Para los energúmenos del «mundo feliz e igualitario», esto no es violencia. Claro que no lo es: operan a través de un machismo tan grabado en sus automatismos que no logran adquirir conciencia de su «rutina del mal». Las leyes no son lo suficientemente finas como para meterse entre las grietas de la microviolencia institucionalizada. La Policía no podrá detener a alguien que maltrata tan sutilmente. Y la educación... para qué vamos a hablar de la educación. Aquí, si no pegas no eres machista. Y ese es el problema: todo aquella violencia que no consiste en golpear y que crece a la misma velocidad que el universo.

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No hay nada más patético que buscar excusas a la desesperada para justificar tu propia mediocridad y sectarismo.

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Leo con estupor que la secretaria de comunicación de un partido político ha declarado: «No soy feminista, soy femenina». Esta afirmación -que, a buen seguro, habrá pretendido ser una declaración de principios henchida de ocurrencia- solo denota un desconocimiento supino y bochornoso de los dos conceptos que maneja -feminista y femenina. Según se desprende del significado explícito de esta declaración, feminista implica una construcción ideológica y, por lo tanto, disciplinaria y limitadora de libertades; mientras que femenina supone un estado natural de la mujer y, en consecuencia, un plano de libertad sin restricciones. Asumir el aspecto natural y no-construido de lo femenino ya entraña un desafino intelectual de envergadura. La feminidad -y máxime en la acepción en la que es empleada aquí- no es una categoría neutra, sino una construcción realizada históricamente según los cánones impuestos por la mirada patriarcal. Por su parte, es indudable que el feminismo es una construcción; pero una construcción que pretende aumentar el grado de autonomía de la mujer a la hora de configurar su subjetividad. Quiere esto decir que, en contra de lo supuesto por esta política, el feminismo construye para empoderar, mientras que la feminidad es construida para mermar. ¿Implica esto que, como se deduce de tal afirmación, el feminismo y lo femenino son situaciones antagónicas y, en consecuencia, una mujer feminista no puede ser femenina? Evidentemente que no. Cuando lo femenino se inserta dentro del proceso de construcción feminista y, a causa de ello, forma parte de una decisión libre y no de la adecuación a un estereotipo patriarcal, es perfectamente compatible. Una mujer puede ser como le dé la gana. En eso consiste el feminismo y en eso consiste la libertad por la que lucha.

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