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Dos jóvenes portan un retrato de monseñor Óscar Romero, asesinado el 24 de marzo de 1980.

«El militar dijo: 'No matamos gente, matamos indios'»

El exmisionero murciano Fernando Bermúdez edita con Alfaqueque su ensayo 'Sangre de mártires. Dieron su vida por los pobres'

Viernes, 22 de enero 2021, 00:43

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No le dejaban tregua. «La palabra de monseñor Óscar Romero molestaba a los dueños del dinero, de la política y de las fuerzas armadas [de San Salvador]». Y ya no lo soportaron más, cuenta Fernando Bermúdez (Alguazas, 1943) en su ensayo 'Sangre de mártires. Dieron su vida por los pobres' (Alfaqueque Ediciones). «Al caer la tarde del 24 de marzo de 1980», recuerda el autor, durante más de treinta años misionero en Guatemala y Chiapas (México), «cuando celebraba la eucaristía en la capilla del Hospital la Divina Providencia, las balas de un francotirador a las órdenes del mayor Roberto D'Abuisson lo abatieron».

«Detrás quedaban años espinosos: Fue difamado y acusado de ser marxista y guerrillero, de ser un ingenuo y un endemoniado. Perseguido por la oligarquía, el poder político, el militar, la administración de EE UU y el poder religioso: sus hermanos obispos, algunos sacerdotes y laicos conservadores». Después de su muerte, recuerda Bermúdez, «estos poderes todavía siguieron difamándolo y martirizándolo. La Iglesia jerárquica lo silenció y calumnió, hasta que llego el papa Francisco haciéndole justicia».

También el obispo Juan Gerardi fue asesinado, en 1998, a manos de miembros de las Fuerzas Armadas de Guatemala. Fue asignado en 1974 obispo de la diócesis de El Quiché, «donde acompañó a las comunidades y agentes de pastoral en la época más dura de la persecución del gobierno militar». «Caminó por las regiones más olvidadas del país», cuenta Bermúdez, «cruzando montañas y selvas; palpó la pobreza y escuchó los lamentos de la gente. Conocedor de la realidad, se hizo portavoz de las graves violaciones a los derechos humanos cometidas por las fuerzas del Gobierno. E implementó proyectos de formación y de desarrollo comunitario».

Junto a figuras como Óscar Romero y Juan Gerardi, incluye el ejemplo de la activista indígena Berta Cáceres

«Los campesinos e indígenas, en su pobreza y marginación», destaca, «fueron tomando conciencia de su dignidad de personas y, con el apoyo de la Iglesia, se fueron organizando en pequeñas cooperativas para hacer frente a la situación de penuria». El gobierno militar no veía con buenos ojos todo lo que oliera a organización campesina, la interpretaba como subversiva.

«Una noche», describe Bermúdez, «entró el ejército en la aldea de Macalajau, en el municipio de Uspantán. Secuestró a sus líderes y masacró a varias familias. El obispo, habiendo recopilado información detallada del hecho, acudió al destacamento militar y solicitó una entrevista con el comandante de la base, Rodolfo Lobos Zamora. Allí estuvo gran parte de la mañana en espera, de pie, sin que le ofrecieran una silla para sentarse».

Denuncia

«Después de varias horas, le recibió el comandante», prosigue, «quien escuchó sin pestañear la denuncia del obispo, que le dijo: 'Comandante, me siento en el deber, como obispo de esta diócesis, de expresarle a usted mi firme denuncia por la forma en la que los militares se atribuyen indebidamente el derecho de matar a nuestra gente; le ruego que el ejército se retire del área».

La respuesta de Lobos Zamora fue contundente: «¡No matamos gente, matamos indios!». «Un nudo en la garganta se le hizo al obispo y, sin mediar palabra alguna, se retiró. Desde ese día», informa Bermúdez, «monseñor Gerardi estuvo ya en la mira del ejército. En los primeros meses de 1980, los militares asesinaron a numerosos catequistas y a varios sacerdotes de la diócesis, a los que acusaba de guerrilleros y comunistas».

Bermúdez conoció a Gerardi en 1979, «cuando él era obispo de El Quiché y yo ejercía de párroco en San Cristóbal Verapez». Su recuerdo ha sido inspirador para la escritura de 'Sangre de mártires', donde se recoge «el testimonio profético y martirial de hombres y mujeres de nuestro tiempo, concretamente de América Latina». «Ellos dieron la vida», precisa, «por ser consecuentes con el evangelio en la defensa de los derechos humanos, particularmente de los pobres y excluidos». Las figuras de Óscar Romero y Juan Gerardi son, desde la atrocidad de sus asesinatos, «símbolos de los innumerables mártires del continente de la esperanza y de todo el sur global, cuyo ejemplo es un desafío y un estimulo para continuar con la causa por la que ellos dieron su vida: la construcción de una nueva humanidad, alternativa al sistema que los poderosos de este mundo han impuesto».

No solo hay espacio para hombres y mujeres versados en Teología y en experiencias de vida siempre del lado de los más desfavorecidos –el asesinato del jesuita español Ignacio Ellacuría aún hoy hace enmudecer–, sino para representantes de esferas bien distintas a las eclesiásticas; este sería el caso de la indígena y activista ambiental hondureña Berta Cáceres, asesinada por un sicario delante de su hija.

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