José Belmonte: «Cogí a mi hija Bárbara Joyce de la cuna y le leí una página de 'Fortunata y Jacinta'»
Presenta hoy en el Hemiciclo de Letras la obra ganadora del Premio de Poesía Dionisia García, 'Tal vez los años ya no tengan octubre'
El profesor José Belmonte, veterano crítico literario –en LA VERDAD desde hace 42 años–, mereció el XXII Premio de Poesía Dionisia García por 'Tal vez ... los años ya no tengan octubre', su sexto poemario, que presenta este miércoles, a las 19 horas, en el Hemiciclo de Letras de la Universidad de Murcia junto a Francisco Javier Díez de Revenga, Isabelle García Molina y Oché Cortés. La noticia le vino en edad de jubilación –tiene 68 años– y en plena crianza, de su tercer hijo, una niña de nombre Bárbara Joyce, a la que dedica esta obra, porque «reparte alegría». Es la hija que tuvo con la joven polaca Paulina Michalska-Belmonte, su esposa y antigua alumna, a la que le dedicó 'Paulina' (La Fea Burguesía, 2023).
'Tal vez los años ya no tengan octubre', título tomado de la novela póstuma de Manuel Vázquez Montalbán 'Los papeles de Admunsen', arranca con un poema, 'El cielo anuncia lluvia', que empezó a escribir en el sexto piso del hospital La Vega de Murcia. «Paulina estaba recién operada de cesárea, y yo me quedé con ella la primera noche de su vida. Esa noche yo hice dos cosas: en un momento de lucidez de mi cría, la cogí de la cuna y le leí un fragmento de 'Fortunata y Jacinta', y, ya de madrugada, en la parte final de las hojas en blanco empecé a escribir ese primer poema, en el que me asomo a la ciudad desde la ventana y me pregunto «en qué momento sucumbió esta ciudad, como un antiguo imperio que se desmorona, carente de historia, que no posee puerto, ni una poderosa y sólida muralla que la defienda de los enemigos invisibles que la acechan».
De alguna manera, acepta, fue «el incendio o la chispa» el nacimiento de Bárbara Joyce, «como si me hubieran puesto un chute de algo, de adrenalina o yo qué sé, porque hacía nada que yo había publicado el libro 'Paulina', y yo suelo tardar de seis a ocho años en escribir un libro nuevo. Me sentí joven, con empuje y con adrenalina, y con mi hija en el brazo y un dedo tecleando en el ordenador escribí parte del libro».
«Leí en 'En busca del tiempo perdido', de Marcel Proust, que a partir de los 40 uno tiene ya todos los privilegios, incluso el de elegir a sus amigos. Te das cuenta de que ya tienes una edad y que mentir no es rentable. ¿Y cuánto te va a costar decir la verdad?»
–Usted suele dedicar tiempo a leer y a investigar sobre historias y personajes que llaman su atención, sin saber para qué servirá el hallazgo. Quizás un poema, quizás un artículo, o una ponencia, o todo al mismo tiempo.
–En este libro así ha sido, procuro entrar a fondo en un autor. Por ejemplo, los artículos que escribo para LA VERDAD para mí son fundamentales. Una vez leí que los ingleses habían proclamado el que se considera «peor poeta de la historia», el escocés William Topaz McGonagall, nacido en 1825. ¿Cómo se puede llegar a esa conclusión? Me documenté y me fui a la obra de McGonagall en inglés, encontré que en el fondo era un poeta tejedor, de endiablada y retorcida sintaxis, un hijo de curtidor, con una cultura ínfima, pero inspiradísimo. Tiene versos buenos. Me salió un artículo de puta madre que publiqué en LA VERDAD, 'El peor poeta de la historia', y un poema, que incluyo en este libro, en el que descubro, que fue enterrado en el cementerio de Greyfriars [tengo unas fotos que me envió mi amigo Alexis Grohmann de sus lápidas con flores mustias] en una tumba sin nombre, sin inscripción; que nadie cantó con su ímpetu a la ciudad de Glasgow, que compró con su menguado sueldo los dramas de Shakespeare, etc.

–También encontramos a Galdós y a Manuel Ciges Aparicio, el padre del actor Luis Ciges.
–A Ciges Aparicio [militante de Izquierda Republicana, fue gobernador civil de Baleares durante los primeros años de la República y, posteriormente, gobernador civil en Santander y luego Ávila] casi nadie lo conoce ahora, pero cuando lo fusilan en el 36, Luis tenía 14 años. Yo recordé el momento en que llegan los bravucones de la Falange, lo sacan y sin juicio sumarísimo ni nada, por ser gobernador de la República lo fusilan. Y asocio su figura con la de su hijo, el actor que hizo historia por una escena en 'Amanece que no es poco', en la que acostado en el lecho con Antonio Resines, su hijo en el filme, que es profesor en Oklahoma, le dice aquello de «supongo que me respetarás, que un hombre en la cama siempre es un hombre en la cama, ¿eh?». Son poemas con mucha narratividad, once poemas, y son extensos. Estoy contento, con el resultado. Yo le digo siempre a Pascual García que él siempre escribe libros de poesía, en vez de poemarios; hay una diferencia abismal. Porque Pascual desde el primer verso hasta el último consigue el mismo tono. Este sexto libro mío, así lo entiendo yo, tiene esa voz, la misma voz, un tono de principio a fin.
–En algunos poemas se repite la figura del hombre, que igual es usted que Galdós o François Villon. En el titulado 'El olor de la lejía' encumbra a José Daniel Espejo por 'Los lagos de Norteamérica' frente a otro poeta, al que se refiere como «Vate Mentidor», «pobre desgraciado que te diriges a las maravillosas niñas».
–Ese poema me ha costado un disgusto porque ha habido un poeta de aquí de Murcia que se ha identificado con eso de «Vate Mentidor». Todo ese poema parte porque en un club de lectura en el que estoy en El Carmen, leemos 'Los lagos de Norteamérica' y vino José Daniel Espejo, y yo me quedé perplejo con esa obra, sobre todo, cuando conozco su historia de superación personal y la pérdida de su madre, de su esposa y de uno de sus hijos. Pensé que hay que tener muchos huevos y ser muy buen poeta para coger toda esta desgracia tan grande y escribir algo espléndido, una poesía limpia y elegante, que deja atrás el sufrimiento y se mete incluso hasta optimista en un momento determinado. Esto es lo contrario a la poesía festiva del poeta que se fija en la muchacha que pasea por la playa y que contempla cómo crece la hierba. Me interesa más como acto poético el momento en que José Daniel Espejo coge a sus hijos y les pone la lejía en la nariz para que la huelan y no la beban, para que no confundan agua con lejía. Me interesa más eso que lo que diga un poeta paseando por las calles de Perugia o por una playa de Mazarrón.
–¿A qué poeta de la Región de Murcia ha admirado por inteligente, original e iconoclasta?
–El cartagenero José María Álvarez es para mí el mejor poeta del siglo XX de la Región de Murcia. Te dejaba flipando con un libro de poemas amorosos, y, de pronto, lo hacía igual de bien con sus poemas de vividor, Álvarez cambiaba de registro como quería.
–En tantos años como crítico literario, más de cuatro décadas, ha recibido cornadas por todas partes, y ha dado sus rejonazos.
–Más de una vez he pensado que por qué tomo ciertos riesgos, por qué soy tan valiente diciendo la verdad si eso me trae consecuencias. Leí en 'En busca del tiempo perdido', de Marcel Proust, que a partir de los 40 uno tiene ya todos los privilegios, incluso el de elegir a sus amigos. Te das cuenta de que ya tienes una edad y que mentir no es rentable. Ahora, la cuestión es: ¿Cuánto te va a costar decir la verdad? Por ejemplo, yo tuve una trifulca porque en una novela de Pedro García Montalvo yo dije que era un Montalvo de notable, de 7, pero no de 9 como nos tenía acostumbrados. Perico Soler dejó de hablarme, Trapiello me llamó para decirme que eso no se hace a un amigo, y Pedro García Montalvo un tiempo después me dijo que en el fondo tenía razón, y recuperé la amistad con él.
–Ha cumplido 68, pero dice que a partir de los 40 se hizo más combativo, que pasó a la acción.
–Hay un momento en que te tienes que posicionar en el mundo. Yo le he dado tantas hostias a la izquierda como a la derecha cuando hacía mi columna en La Ser o en LA VERDAD. Hay un momento en que hay que decirle a la gente la verdad. Y con la crítica te puedes llevar tremendos golpes. Todo el mundo cree que hace obras maestras, hay un crítico para el que al cabo del año hay 35 obras maestras, y yo empiezo a desconfiar ya de tantas obras maestras.
–¿Está de acuerdo con el editor Javier Castro Flórez cuando dice que en la Región de Murcia hay demasiados falsos prestigios?
–Yo coincidí una vez con él en el Museo Gaya y puso a parir a Gaya. Me llamó la atención. Pero es una persona a la que admiro desde hace unos años, el tiempo le da la razón, y mira a la Región de Murcia sin prejuicio ninguno. Es un editor extraordinario y una persona de gran inteligencia. Aquí se han construido unos falsos ídolos que poco a poco han ido cayendo o están cayendo poco a poco, y que habrá que ponerlos en su sitio. Y gente muy modesta en el arte y la narrativa que deberían empezar a ser valorados.
–¿Qué valora de un amigo?
–La generosidad. Yo he visto a Patricio Peñalver darle 5 euros a una persona necesitada y llegar andando a su casa porque no tenía para el taxi ni para el bus. Ese tío no puede matar a nadie. La generosidad es una de las cosas que tiene Paulina, mi mujer. Yo la he visto muy recortada de dinero, cuando era alumna mía, que tenía 1 euro para comer cada día, y darle 100 euros a una compañera porque no tenía para volver a Polonia. Y Arturo Pérez-Reverte, con todos sus nervios, con sus maneras, a veces puede parecer violento e irascible, pero todo lo hace por defenderse, porque más hostias que le han dado no le pueden dar en la vida. Y yo no he conocido a gente más generosa que Arturo cuando dejó TVE y no tenía claro si se iba a ganar la vida con la literatura e irnos a comer y poner por delante su tarjeta. Para mí es un hombre que se distingue por su generosidad y rectitud. Yo me jacto de los grandes amigos, la mayoría inmerecidos. Y muchos han caído en lo más profundo de la desgracia, y ahí he estado yo para echarles una mano.
–¿Qué diría su yo adolescente del hombre en que se convirtió?
–Yo traté de superar lo que mis padres, que eran huertanos, no habían hecho; primero, no pasar hambre, y ser algo en la vida. A la larga, la mayor enseñanza de mi padre es que, sea lo que sea en la vida, nunca dejara de ser buena persona. Y yo me pongo enfermo con cualquier injusticia.
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