Un Marcel trasplantado de Combray a Espinardo
Joaquín Medina
Gerente de Conexión Cultura
Viernes, 31 de enero 2025, 00:27
La persona que escribe es siempre alguien escindido, como aquello que decía Pessoa de que el poeta es un fingidor. Pero si encima, como es ... el caso, el escritor escribe sobre sí mismo, se revela la unidad imposible entre lo contado sobre él y el que lo cuenta. Honestamente, Patricio Peñalver utiliza en este libro autobiográfico dos recursos, a los que hay que añadir el título, para evitar las trampas de la subjetividad y la memoria.
El primero de ellos consiste en el empleo de la tercera persona, con lo cual noveliza una historia que no deja de ser personal, y no es tanto un distanciamiento, como una entrada de aire fresco narrativo. La otra decisión importante del autor es la de dividir el libro en dos partes. Una, esa historia aludida sobre su propia vida, escrita en tercera persona, y que transcurre desde su infancia hasta el comienzo de los 90.
Y la segunda parte, un diario que coincide con el periodo de escritura de esa primera parte. Aquí es ya Patricio el que toma la palabra en primera persona, precisamente como escritor de la autobiografía mencionada, con lo que hace evidente el desdoblamiento al que se ha sometido en el proceso narrativo, y que es también paralelo al biográfico. Entre la primera y segunda parte lo que acontece es una enorme elipsis narrativa, la que va de la de la vida vivida a la vida escrita.
Esa biografía compartida que se reivindica no es sólo la de una generación, sino la de una condición social
Una elipsis a la vez temporal y existencial, que atraviesa el protagonista, luego autor, para quien la escritura no va a suponer una redención, porque no hay, de momento, el éxito salvífico final que justifique socialmente ante los otros, sino como un destino estrictamente personal, casi un estigma, con todas las contradicciones y penurias que pueda conllevar. Y ahora viene el título del libro: 'Aunque parezca mi autobiografía tal vez sea la tuya' (La Fea Burguesía, 2024), una confesión de inicio, que, al afirmarse por el autor, lo excluye ya de todos y todas aquellos y aquellas con los/as que se identifica.
Pues esa biografía compartida que se reivindica no es sólo la de una generación, sino la de una condición social, la de los/as excluidos y excluidas. La tercera persona de Patricio Peñalver le da así voz a los que no la tienen, lo que genera la paradoja de que tenga que renunciar al protagonismo emocional de su vida, y sea su aparición posterior como el escritor de la autobiografía la que autentifique la vivencia real de un pasado para nada contaminado por el recuerdo. Al contrario, sorprende gratamente encontrarse con una Murcia desprovista de los habituales tópicos nostálgicos, con los que se suele ocultar una cruda realidad social, que sí detalla el libro de Patricio Peñalver. Y tampoco la huerta murciana es el entorno idílico en el que envolverse como falso mito de origen.
El escenario de la niñez y juventud del protagonista es un escenario suburbano, más unido ya a las aspiraciones de prosperidad, asociadas a las formas de vida burguesas, que a los valores tradicionales de un mundo agrícola y rural en desaparición. Para el protagonista, un Marcel trasplantado de Combray a Espinardo, la música y la literatura se convierten en el vehículo de evasión y fuga de una realidad contra la que se estrella una y otra vez, ese es su particular 'bildungsroman', hasta que el mundo imaginario de la escritura acaba viniendo al rescate, y cae el Muro de Berlín, y bajo los adoquines, el césped... Claro, es nuestra autobiografía, con banda sonora incluida.
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