Un Cehegín literario y sin franciscanos
Estos frailes extendieron por el mundo el nombre de esta ciudad del Noroeste y el culto a la Virgen de las Maravillas. Eran otros tiempos. Abundaban las mieses y los operarios. Escasean hoy las vocaciones.
Escribo estas líneas en Cehegín. Desde la falda de la Peña Rubia, contemplo la estampa del pueblo. Ascienden las casas hacia el castillo y la ... iglesia de la Magdalena. A la derecha, destaca una inmensa mole: el convento y los colegios de los frailes franciscanos. Hortalizas y árboles frutales –los famosos peros de alcuza son aquí leyenda de siglos– verdean en las vegas de sus dos ríos, el Quípar y el Argos. Hieren sus montes, al norte, algunas canteras de mármol. A poniente se extiende la sierra de Burete. Vegas y sierra convierten a Cehegín en el pueblo más arbolado de la región murciana.
A este rincón, uno de los más bellos de nuestro país, llegaron los franciscanos en 1566. Regía los destinos de España Felipe II. Dedicaron su fundación a San Esteban protomártir. En dos ocasiones se vieron obligados estos frailes a abandonar el convento: durante la desamortización de Mendizábal, de 1836 a 1878, y durante la funesta guerra civil de 1936. A inicios de septiembre de 2022, sin que medien sinrazones políticas, los frailes han abandonado Cehegín. Definitivamente. Nada han podido contra esta decisión los ruegos y protestas de los cehegineros. Ni los lamentos de los propios frailes, obligados a tomar una decisión que les aparta de este paraíso centenario. En una última actuación ritual, el día 14 de septiembre, un fraile presidió la procesión de la Virgen de las Maravillas desde la iglesia de la Magdalena hasta la iglesia del convento.
Prefiere ahora este cronista evocar acontecimientos más complacientes. Fue el primero la llegada a la iglesia del convento, en 1725, de la bellísima imagen de la Virgen de las Maravillas. Salvador García Jiménez, poeta y novelista ceheginero, ha escrito un relato que rezuma música y ternura por todas sus costuras: 'La voz imaginaria'. En sus páginas, en primera persona, la imagen nos da cuenta por detalle de su vida, desde que, árbol verde colmado de trinos y de brisas, sus días transcurrían, apacibles y bucólicos, en un bosque napolitano, hasta sus muchos años ya, de imagen venerada, en la Iglesia de los franciscanos. Desfiles ante su camarín, cantos de los seminaristas de la orden –los seráficos– procesiones por las empinadas calles del pueblo, loas y panegíricos... En la próxima edición de 'La voz imaginaria', García Jiménez deberá añadir el llanto de la Virgen por la desaparición de sus frailes. Otros capítulos deberán añadir el P. Javier Gómez a su 'Guía maravillense', y Manuel Gea Rovira a su 'Cehegín sorprendente y milenario'. Al hilo de estos y otros títulos, este improvisado cronista sugiere que los artistas y poetas del terruño reúnan, en volumen antológico, el sentir por su Virgen al amparo de sus frailes ahora ausentes.
García Jiménez deberá añadir el llanto de la Virgen por la desaparición de sus frailes en la reedición de 'La voz imaginaria'
Suceso de feliz alumbramiento fue igualmente la creación del Colegio Seráfico de Cehegín, destinado a la formación de futuros misioneros. Inició su andadura en 1899 y se clausuró definitivamente en 1977. Se situaba el colegio en el piso superior del convento. Llegó a albergar a más de cien adolescentes. Desde este seminario partían, para finalizar sus estudios, a otros conventos incluidos en la demarcación conocida como Provincia Seráfica de Cartagena. Convertidos ya en frailes profesos, eran destinados a los conventos y parroquias de la provincia, o a destinos más lejanos, entre los que se contaban los países americanos o de Extremo Oriente, China y Japón. Estos frailes extendieron por el mundo el nombre de Cehegín y el culto a su Virgen. Eran otros tiempos. Abundaban las mieses y los operarios. Escasean hoy las vocaciones. Ello ha obligado a cerrar conventos, algunos de ellos de tanta antigüedad como el de la Virgen de las Huertas, de Lorca. Hace unos meses le tocó la mala suerte al convento de las Maravillas.
Por los sueños de algunos cehegineros seguirán apareciendo estos frailes de mantos pardos y cordones blancos, solitarios o en pareja
Escribo estas líneas en Cehegín. Yo también fui alumno de los franciscanos. Sesenta años han pasado. Azorín, cuyo magisterio admiro desde entonces, nos aconseja no volver a los lugares en los que transcurrió nuestra infancia y nuestra adolescencia. No cumplió el escritor su consejo. Yo tampoco. Con trece años, leí el libro que surgió de la visita del maestro al colegio de los Escolapios de Yecla: 'Las confesiones de un pequeño filósofo'. Azorín retrata con bondad y simpatía a algunos de aquellos escolapios que le enseñaron el amor por los libros y los paisajes levantinos y castellanos. Varias veces he vuelto a este libro a lo largo de mis años. En este momento, al hilo de su relectura, la conciencia me traslada, de Yecla, a los colores de los campos y vegas de Cehegín, al rumor de sus aguas, al olor de aquellos peros de alcuza, al recuerdo de amigos entrañables –Alfonso, Cayetano, José Antonio, Juan Vicente, Bustamante, José Luis...–. Y al de algunos profesores: el P. Javier, que me hizo amar el latín; el P. Dimas, poeta y místico; el P. Alfonso Ortega, al que debo mi amor a Virgilio y mi dedicación a la crítica literaria; el P. Díaz, al que un día hice llorar al recordarle sus gestos de bondad innata...
Escribo estas líneas en Cehegín y me parece irreal la ausencia de los franciscanos. Muchos cehegineros compartirán este dolorido sentir. Por los sueños de algunos de ellos seguirán apareciendo estos frailes de mantos pardos y cordones blancos, solitarios o en pareja. Les costará borrar sus siluetas, petrificadas por los años, al doblar una esquina del barrio; subiendo las cuestas del mirador; sendereando, por la vega del Argos, camino de la ermita de la Virgen de la Peña... Ilusiones. Ilusiones del deseo y la nostalgia. Los franciscanos se han marchado de Cehegín. Para siempre. ¿Quién dijo que «se canta lo que se pierde»? De momento, la cita me parece inoportuna.
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