La firma
Con la misma disciplina que aplicaba Dalí en sus mecanizadas sesiones de firmar hojas en blanco, empleé yo las semanas previas a la expedición de mi primer DNI repitiendo de manera compulsiva el garabato de mi recién creada rúbrica, solo que con aquella economía de medios que me obligaba a cubrir cada hueco en blanco de todo papel que cayera en mis manos. Me aterrorizaba ejecutarla de tal manera que luego fuera incapaz de repetirla y dar al traste –antes de empezarla– con mi vida burocrática por no poder acreditar mi identidad. Maldita inocencia. Ojalá alguien me hubiera hecho ver la imposibilidad material de hacer dos veces la misma firma, para empezar.
La Casa Blanca ha publicado estos días en sus redes sociales un vídeo que confirma que la particular galería de retratos presidenciales ideada por Donald es ya una realidad. Junto al Despacho Oval se han dispuesto las fotografías de todos los presidentes de Estados Unidos. O casi. Falta precisamente el de su predecesor demócrata, Joe Biden, que ha sido sustituido por la imagen del artilugio que supuestamente trazaba mecánicamente su firma –el 'autopen'–. Parece ser que desde Obama se ha usado este dispositivo en mayor o menor medida para rubricar invitaciones, fotografías, cartas de admiradores o documentos de trámite sin mayor trascendencia. La imagen en cuestión da forma visual a la acusación que se viene vertiendo sobre Biden, esto es, la de haber renunciado a su firma ológrafa delegándo la responsabilidad en cuestiones tan importantes como la sanción de leyes fundamentales o la autorización de sus controvertidos indultos –uno de ellos al asesino de una madre y su hijo de ocho años–.
La relación entre arte y firma es larga y enjundiosa, por lo que ha sido profusamente discutida desde la estética y la filosofía. Aliviando el tema, recordaré que aunque en el arte antiguo se pueden encontrar algunas obras con algo parecido a un sello o inscripción, no es hasta el Renacimiento cuando surge la idea moderna de autor y aparecen reivindicaciones directas de autoría, como la famosa firma que cruza el pecho de la Piedad de Miguel Ángel. Ojo, porque a algunos discípulos del taller de Rubens se les permitía firmar en su nombre, por lo que la firma como huella de trazo único, exclusiva e irrepetible, aurática en sentido benjaminiano, se ve desafíada desde hace mucho. Como era de esperar, es en las vanguardias cuando la noción de la firma se radicaliza, hasta llegar, ya en las neovanguardias, al extremo de obras conceptuales inherentemente renuentes a la firma física que coexisten en el tiempo con otras que hacen de ella su razón de ser, como es el caso de las 'Sculture viventi' de Piero Manzoni, en las que éste estampaba su autógrafo sobre el cuerpo de modelos y espectadores, certificándolos como obras de arte genuinas.
En el arte actual es raro encontrar una obra con una firma visible. Diría que es anacrónica, aún dándose la paradoja de que la autoría es el valor supremo de las propuestas contemporáneas. La identidad se acredita y se valida por otros canales. En los entornos digitales, los NFTs la han sustituido. En paralelo, la firma manuscrita es absolutamente anecdótica en nuestros desempeños administrativos cotidianos. Como mucho, incrustramos una firma en formato JPG en las facturas –al final sí era posible la firma idéntica–, y consentimos con códigos númericos y certificados electrónicos cualificados. Visto así, el adelantado, el moderno, en sentido estricto, es Biden.
La etimología de la palabra 'firma' está emparentada con las ideas de 'volver firme' o 'dar solidez'. Quizá por eso ya sea tan difícil de encontrar. Del mismo modo que sostenía Yves Michaud en 'El arte en estado gaseoso' que el arte ha perdido su densidad para vaporizarse en un flujo difuso de experiencias estéticas que impregna nuestra vida, yo veo cada vez más artistas fuera que dentro de las facultades universitarias. La imagen de la firma en proceso del 'autopen' de Biden en realidad lleva la firma de Trump. Por eso, juzgada como intervención artística, me parece magistral. Funciona. Es ácida, sutil, coherente, eficaz y está bien resuelta. Después de todo, «ha puesto el consentimiento en el centro». Ahora, analizada como lo que es, la acción de un equipo presidencial en la mismísima sede del Poder Ejecutivo de los Estados Unidos, que haya pasado de una 'boutade' a ejecutarse, es lo suficientemente ilustrativa de su degradación institucional. Será que cuando los artistas se dedican a hacer política a los políticos no les queda otra que volverse artistas.