David Trueba: «No me fijo mucho en el éxito ni de un Tarantino ni de un Spielberg»
«Vivo tranquilo, sí», dice el autor de 'Queridos niños', que este viernes hablará de literatura y cine en la Biblioteca Regional de Murcia
Pues no, lo parece pero no: ni hace yoga, ni meditación, ni se abraza a los árboles. Es un hombre tranquilo, en gran medida por ... convicción, David Trueba (Madrid, 1969), cineasta, guionista y escritor –en todas esas facetas experto en tocar los corazones–. Este viernes, a las 19.30 horas, en la Biblioteca Regional de Murcia, conversará sobre cine y literatura con Juan José Lara. Su novela más reciente, 'Queridos niños' (Anagrama), ofrece un mordaz retrato de lo que viene a ser una campaña electoral.
–¿Qué siente?
–Como todo el mundo, creo que estupefacción ante las cosas que pasan. Creo, por ejemplo, que la idea de una guerra estaba fuera de nuestros planes, sobre todo una guerra tan sucia, tan convencional, como la que se ha destapado en Ucrania. Era algo con lo que no contábamos, por lo menos en los territorios de Europa, tan cercanos a nosotros. Deberíamos reflexionar sobre lo poco que hemos avanzado en muchas cosas.
«No veo a nadie como enemigo, y por lo tanto vivo sin miedo»
–¿Qué más observa?
–Demasiada confrontación, demasiada división, y no solo en España, la encontramos en muchos países. Se viene generando desde hace un tiempo muy poca confianza en la convivencia, y no digamos ya en la buena fe, al tiempo que se está entorpeciendo mucho el propio crecimiento de las nuevas generaciones, sobre todo la de los que ahora tienen 20 años. Lo grave no es tanto que les hayan tocado las crisis sanitarias y económicas, como que estén asistiendo a una época de tantísima disputa absurda, que además te invita constantemente a sumarte a esa guerra.
–¿Y las causas?
–Hay elementos que tienen que ver con el hastío de la gente hacia la democracia, como si no se dieran cuenta de lo realmente valiosa que es. Es cierto que no es algo que hayamos conquistado muchos de nosotros con nuestro propio esfuerzo, sino que somos herederos de ese logro y hemos sido más descuidados a la hora de cuidarla. También estamos demasiado condicionados por unos discursos muy simples que lo único que buscan es dividir el mundo entre lo blanco y lo negro, como si no hubiera infinidad de matices entre medias.
«Últimamente estamos votando como si fuésemos 'hooligans' en un estadio»
–El caso es que a usted se le ve siempre tranquilo.
–[Sonríe] Es que vivo tranquilo, sí. A veces, la gente que me conoce se sorprende un poco de que parezca que tengo un espíritu zen, porque yo soy una persona nada observadora de ningún tipo de ritual, ni de relajación, ni de meditación, ni de nada de eso. Pero sí que tengo una actitud tranquila, que es una forma de estar en el mundo. No veo a nadie como enemigo, y por lo tanto vivo sin miedo. Y si en algún momento aparece alguien que puede pensar que sí lo es, siempre me digo: '¿Qué le puede hacer pensar que yo lo perciba como enemigo?'. ¡Nada más lejos de mi intención!
–¿Qué cine y qué literatura le interesan más?
–Es curioso, porque yo no suelo coincidir mucho ni con la crítica ni con el público, por hablar de los extremos. Siempre sospecho mucho de las modas, y las modas, por desgracia, son algo que sufren mucho el cine y la literatura. De pronto, se acepta lo que se lleva, lo que se tiene que hacer, lo que cuadra en esta temporada para ganar un premio o para intentar arrasar en ventas. Yo me reconozco mucho en personajes y en autores que no han tenido un triunfo masivo o que tampoco han tenido un prestigio crítico arrasador; hablo de gente que se ha movido haciendo lo que querían y cuyos libros o películas, treinta o cuarenta años después, agradeces mucho leer y ver porque cuentan su tiempo muy bien y sin aspavientos, ni trampas tendidas por las modas.
–¿A qué autores y cineastas se refiere?
–No me fijo mucho en el éxito ni de un Tarantino ni de un Spielberg, sino que a lo mejor me interesa más lo que ha hecho en el cine un japonés como [Hirokazu] Koreeda, o lo que han hecho en Estados Unidos directores que están un poco más fuera del radar como Alexander Payne, que no parece tener esa tentación de ir a ganar el Festival de Cannes todos los años, ni de reventar la taquilla con cada película. Están en otra batalla, en la de intentar hacer películas, con las que pueden a veces equivocarse, que retratan muy bien los personajes de nuestra época y que ofrecen una personal visión del mundo. Además, también tengo mis reservas sobre el camino que han tomado los efectos especiales.
«Mis escritores favoritos han sido siempre gente poco rimbombante»
–¿En qué sentido?
–No suponen una consagración de la fantasía, sino que aportan una manipulación tan alterada de la realidad que todo acaba por ser un juego sin fin, sin esfuerzo narrativo, una especie de circo de tres pistas. Echas de menos esas películas que tanto nos gustaban en las que participaban miles de extras, películas en las que al elemento humano se le daba mucho valor. Y también echo en falta cuando un efecto especial estaba hecho con esa ingeniosidad con la que los hacía Buster Keaton.
Todas esas modas
–¿Y en cuanto a escritores?
–Mis escritores favoritos han sido siempre gente poco rimbombante, que se han movido a veces en círculos laterales. Hace poco leí un libro extraordinario de Emiliano Monge [Ciudad de México, 1978], 'Justo antes del final'. Me encanta también la sevillana Sara Mesa [46 años], que intenta hablar de personajes reales, cotidianos, sin establecer estrategias de la moda del momento: puede ser la memoria histórica, el empoderamiento de la mujer, la escritura hermética... Me identifico más con Balenciaga que con las modas del momento, con un modisto que trabaja durante 60 años en cosas muy similares porque cree en ellas y las hace con cariño y con mucho cuidado, sin estar todo el tiempo pendiente de lo que se lleva en cada temporada.
–¿Qué tiene en mente tras la publicación de 'Queridos niños'?
–Entro ya en el proyecto de una nueva película, que si todo va bien podría comenzar a rodarse en abril próximo, en la que se haría una reflexión sobre el valor del humor, de la risa, del esparcimiento, para la vida. Sobre qué papel juega el humor en algo tan importante como sobrevivir.
–¿Humor que debería tener algún límite?
–El humor, cuando es brillante e inteligente puede atravesar cualquier límite, el problema viene cuando ese humor es zafio y humillante. Cuando alguien hace humor inteligente, te olvidas de lo que ha transgredido y del tema que está tocando, que incluso puede ser muy doloroso. El humor mismo se limita cuando es malo, porque entonces estaríamos ante un saltador de vallas que tira la valla que pretende saltar. A veces tienes que decir: 'Chico, no es que te estén censurando, ni diciendote qué es lo que puedes y no decir; lo que pasa es que, objetivamente, eso que prentendes hacer pasar por humor es muy, muy malo'.
Peligros
–Y su aproximación a la política a través de 'Queridos niños', ¿qué tal resultó?
–Acabó siendo un poco demodelora...; escribiendo esta novela me di cuenta de que la crítica política corre el peligro de culpar al político de todos los males de la sociedad. Cuando, al hacer crítica política, también deberíamos poner el foco sobre la propia sociedad: quiénes somos, qué buscamos, qué pedimos a nuestros líderes, a qué gente elegimos como representantes, como gestores de nuestras instituciones, como garantes de nuestras libertades...
La sociedad democrática debe entender que la democracia es algo fundamental para ella, y no solo un juego de contabilidades. La democracia se compone de los partidos, pero también de la prensa libre, de las instituciones judiciales, del necesario control y reparto del poder, ya sea central o autonómico...; todo eso contribuye a que funcione la democracia, cuando creo que últimamente estamos votando sin darnos cuenta como si fuésemos 'hooligans' en un estadio, animando a nuestro equipo de un modo fanático, lo que nos impide la crítica, la reflexión, la discusión constructiva... Deberíamos ser conscientes de que tenemos un tesoro que guardar, y ese tesoro son nuestros límites al poder, sea cual sea, y la pluralidad de las opciones, que no son un defecto de la democracia sino una de sus virtudes.
–¿En qué no cree?
–En las etiquetas que se le ponen a las personas. Creo que las etiquetas están muy bien para el pollo envasado, pero para las personas no me gustan. Les doy a todos una oportunidad de demostrarme que lo pueden hacer mejor de lo que dicen que lo pueden hacer. Confío en todos; estoy seguro de que cuando cada uno encuentre la generosidad para mirar a los demás como se mira a sí mismo, será capaz de cambiar y de mejorar el tiro para la siguiente vez.
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