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Pepín Liria con el trofeo tras la faena.

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Pepín Liria con el trofeo tras la faena. EFE

La épica regresa a Pamplona con Pepín Liria

El diestro ceheginero corta una oreja en los sanfermines tras una actuación por momentos dramática tras una fuerte voltereta

BARQUERITO

Jueves, 12 de julio 2018, 22:22

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La corrida de Victoriano del Río, parcheada con un cinqueño mal hecho y geniudo del hierro de Cortés, dio dos toros de buena nota y uno más, de tremendo cuajo y muy fiero aire, devuelto después de haber peleado a modo en un duro y largo puyazo primero, y en un segundo más medido. Fue una sorpresa la devolución del toro, el de más trapío de todos los vistos en feria.

     Las manos por delante en los ataques de salida, escarbador, pero no de manso sino todo lo contrario, el toro se lastimaría de cuartos traseros y pareció renquear de ellos al seguir al cabestraje. El criterio para la devolución, que nadie había reclamado, pecó de riguroso. El toro, que se llamaba Beato, como aquel tan célebre de la despedida de las Ventas de Esplá en 2009, hizo méritos para ser visto en plenitud. Renco y todo, o no tan renco, se comía el mundo. Todos salieron perdiendo con el cambio. Un sobrero de Cortés, que no había corrido el encierro, bizco del derecho, muy astifino y en tipo, pegó cabezazos sin ser violento y, en cuanto pudo, tomó el camino de las tablas.

     Los dos toros de nota se juntaron en el lote de Pepín Liria, que, en una reaparición esporádica de solo cuatro corridas para conmemorar el vigésimo quinto aniversario de su alternativa, decidió incluir en el calendario Pamplona. Con todos sus riesgos y azares. Fue corrida llamativamente mal enlotada. Hubo que abrir los dos cinqueños -segundo y cuarto- y hacer rancho aparte con el impresionante sexto, que desigualaba la corrida muy por arriba. Los dos toros de El Juli, sin mayor expresión, apenas pasaron de los 500 kilos. El de bestial cuajo, sexto de sorteo, fue a manos de Ginés Marín, cuyo primero de lote, tan sacudido como los dos de El Juli, sobresalía por alto de cruz.

     El reparto fue en beneficio de Pepín. La fortuna también, pues el cuarto, el mejor de la corrida, lo prendió junto a tablas al final de faena, lo levantó como un fardo, le pegó una voltereta escupida, despidió a Pepín como en salto de tirabuzón con caída casi de bruces y sin apoyo de manos, y en el suelo lo buscó con celo fiero. La escena fue de auténtico espanto. El quite a varias manos fue providencial. El Juli tomó el mano en décimas de segundo y dirigió la operación con sangre fría. Al ponerse en pie, Pepín llevaba sangre en la pantorrilla. No se sabía si del toro o de una cornada, y fue lo primero. Estaba palidísimo, sangraba por una brecha en la frente, llevaba la taleguilla descosida por la cintura, el toro le había arrancado la faja y parecía tambalearse y mareado.

     Fue monumental la paliza, ya la enésima de una semana de muchas cogidas pero solo dos cornadas. La solución, la propia de un torero en estado febril, que es como ciega ebriedad. Pepín reclamó los trastos, «¡dejadme solo.!» y volvió renqueando a la cara del toro para hincarse de rodillas, igual que en el momento de la cogida, y rematar una apuradísima y breve tanda. Se desbordaron en catarata las emociones.

     No se había dejado sentir en toda la tarde el coro famoso de «¡Pe-pín, Pe.pín, Pe-pín.!» que tantas veces lo acompañó cuando sus tardes felices y sus muchos alardes de Pamplona. Pero en cuanto Liria volvió en sí y al toro, el canto salió del túnel del tiempo y fue un clamor de quince mil almas y pico. El coro dio ánimos a Pepín para perfilarse con la espada y volcarse sobre el morrillo del toro, que era de altivo porte. Una estocada. El toro pegó un arreón feroz, hizo hilo con Pepín y lo persiguió no menos de quince metros. Se mascó la cornada. Fue un grito la plaza toda. Hasta que, cortao a tiempo, dobló en tablas el toro.

     Y entonces pareció que Pepín Liria había vuelto a nacer, Una oreja, se pidió la segunda, se enrocó el palco, la vuelta al ruedo fue de las que no se olvidan. Muy logrado el arranque de faena, el cambiado por la espalda en los medios y de largo, tres a pies juntos, un molinete y dos de pecho mirando al tendido. A todo quiso el toro por las dos manos, Pepín apostó por las tandas cortas y los desplantes, y, antes de la cogida, hizo los honores a una faena de sol muy de su firma: de rodillas y en tablas, con pase del desdén incluido. No perdonó el toro el menor error. Tampoco el bravo primero, que, elástico y casi felino, puso en jaque a Pepín desde el primer asalto. Pepín lo había recibido con larga cambiada para abrir boca y celebración. La faena apurada, larga y precipitada, se saldó sin mayor relieve. El momento de la verdad y la gloria se hizo esperar.

     La cogida de Pepín, suceso capital, se comió el protagonismo del resto de corrida: una templada faena de El Juli al quinto, que incluyó toreo al natural de bello desmayo, y las dudas y el gesto de angustia de Ginés Marín con los dos sextos. Y no solo eso, sino que, además, mandó al olvido la primera mitad, incluido el bravo el primero, el feo y desapacible segundo que El Juli despachó de oficio y el levantado tercero con el que Ginés se embarcó en un larguísimo destajo vestido con aire de fatiga.

La tarde

  • Pamplona. 8ª de San Fermín. Casi lleno. 18.800 almas. Veraniego. Dos horas y cuarto de función.

  • El Juli, de azul noche y oro: metisaca bajo, media estocada trasera desprendida y dos descabellos (silencio); estocada caída trasera (ovación tras leve petición).

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