@DavidHume
Imaginemos por un momento a David Hume, el gran filósofo escéptico de la Ilustración, generando contenido en X (Twitter) o en TikTok. Podemos verlo sentado ... frente a su pantalla, leyendo hilos y visualizando vídeos de teorías conspirativas, bulos políticos, noticias manipuladas y anuncios engañosos. ¿Qué haría? Con toda probabilidad, Hume haría lo que mejor sabía hacer: cuestionar cada afirmación, exigir pruebas y responder a cada mensaje viral con una simple pregunta: «¿Dónde está la evidencia?».
En este mundo, donde la velocidad y la viralidad son el único filtro que una buena parte de la sociedad utiliza para determinar qué es cierto y qué no, el escepticismo de Hume se convertiría en un oasis de calma y racionalidad. A él no le interesarían los tuits que apelan a emociones ni los mensajes que solo refuerzan prejuicios. Su lema, adaptado a nuestros tiempos, sería: «No compartas lo que no puedes demostrar».
David Hume nació en 1711 en Edimburgo y fue uno de los máximos exponentes de un empirismo que desafiaba cualquier creencia que no pudiera sustentarse en la experiencia directa. Una de sus obras más influyentes, 'Investigación sobre el entendimiento humano', publicada en 1748, proponía un enfoque radicalmente escéptico que cuestionaba las certezas y desenmascaraba las ilusiones de causalidad. Para Hume, el conocimiento debía fundamentarse en la observación y en la experiencia sensorial, y no en conjeturas o dogmas.
Este enfoque no fue bien recibido en su época. Su insistencia en que la razón humana no era tan confiable como se pensaba se enfrentó con la mentalidad de un siglo todavía dominado por supersticiones y creencias irracionales. Sin embargo, el legado de Hume se ha convertido en una brújula para aquellos que buscan entender el mundo de manera crítica. Hoy, en un entorno digital donde la desinformación se extiende a golpe de tuit o vídeo viral, su escepticismo resulta necesario. Y por eso, es uno de los autores favoritos de los divulgadores científicos del pensamiento crítico.
Hume entendió como pocos que los seres humanos tenemos una tendencia natural a creer en aquello que nos resulta familiar, agradable o que confirma nuestros prejuicios. En las redes sociales, esa tendencia es amplificada a través de un sinfín de mensajes que apelan a las emociones: noticias sensacionalistas, opiniones viscerales y, cómo no, teorías de conspiración. Los mensajes que más circulan no son los que presentan hechos contrastados, sino los que activan nuestras emociones: miedo, indignación, euforia. Hume habría mirado este fenómeno con profunda preocupación.
Si David Hume tuviera presencia en alguna plataforma, ante cualquier afirmación extraordinaria exigiría pruebas extraordinarias. Diría que «el sabio proporciona su creencia a la evidencia»; y con estos sencillos principios, desmontaría los argumentos que apelan a sentimientos o a ideas preconcebidas. En lugar de retuitear sin pensar, Hume examinaría el origen y el propósito detrás de cada mensaje, invitándonos a desconfiar de aquello que simplemente suena convincente.
La inmediatez de las redes sociales ha creado un terreno fértil para la difusión de todo tipo de bulos. La velocidad con que circula la información hace que pocas veces se verifiquen los datos. En este contexto, necesitamos una vacuna contra el virus de la credulidad masiva. En su época, Hume nos advertía que la mente humana tiende a ver conexiones causales incluso donde no las hay, generando falsas conclusiones.
Un ejemplo claro lo hemos presenciado recientemente con la difusión de bulos tras la terrible DANA de Valencia. Internet ha sido el espacio perfecto para que algunas ideaspeligrosas malintencionadas encuentren eco en millones de personas. En el contexto actual, donde cualquier persona puede ser emisora de información a través de redes sociales, el pensamiento crítico se convierte en un recurso fundamental. Pero no se trata de negación, sino de prudencia: cuestionar, verificar y, solo entonces, aceptar. Este tipo de escepticismo no es simplemente una actitud de desconfianza, sino una defensa contra la manipulación. Practicar el escepticismo no significa rechazar toda información, sino analizarla con cautela, preguntarnos sobre la veracidad de las fuentes y estar dispuestos a desafiar nuestras propias creencias si no hay evidencia sólida que las respalde.
Cuando el próximo mensaje viral pase por las pantallas de nuestros ordenadores o teléfonos, deberíamos imaginar a Hume a nuestro lado, recordándonos que no basta con que algo nos «suene bien», confirme nuestros sesgos, o que se haya compartido miles de veces: necesitamos prudencia hasta que llegue la evidencia. Porque al final, la credulidad es una invitación al engaño, y el escepticismo es, en la era de las redes sociales, la única brújula que puede orientarnos hacia la búsqueda de la verdad.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión