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Josefa Velasco, catedrática de Ecología de la Universidad de Murcia. Ana Martín/ UMU
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La catedrática de la UMU Josefa Velasco alerta de la «fragilidad de nuestros ecosistemas acuáticos»

«La biodiversidad es el tejido que sostiene nuestra vida», dice la investigadora en Ecología e Hidrología, que ha contribuido con sus estudios a entender estos hábitats del Sureste ibérico

Pascual Vera

Murcia

Jueves, 13 de noviembre 2025, 23:07

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La catedrática de Ecología de la Universidad de Murcia Josefa Velasco alerta sobre la fragilidad de los ecosistemas acuáticos y reivindica el valor de los pequeños ríos, las ramblas y los humedales salinos como refugios únicos para la biodiversidad.

En su despacho del Departamento de Ecología e Hidrología de la Universidad de Murcia, Pepa Velasco habla de los ríos con la familiaridad que habla alguien que los conoce bien. Conoce sus nombres, sus costumbres y sus silencios. «El río no es un canal de agua», asegura. «Es un ecosistema muy complejo y dinámico donde cada elemento –el cauce, las riberas, la llanura de inundación– cumple una función esencial. Si lo fragmentamos o lo reducimos a un canal, estamos destruyendo sus funciones y servicios que nos ofrecen».

Esa mirada –científica y al mismo tiempo profundamente emocional– define a una de las investigadoras que más ha contribuido a entender la biodiversidad acuática del Sureste ibérico, un territorio marcado por la aridez, la salinidad y los contrastes. Catedrática de Ecología y responsable del grupo de investigación en Ecología Acuática de la Universidad de Murcia, Velasco lleva décadas estudiando los ríos y humedales salinos, esos hábitats tan raros en Europa como comunes en la Región de Murcia.

El valor de lo invisible

«La biodiversidad acuática suele pasar desapercibida», explica. «Cuando pensamos en conservación, solemos mirar a los vertebrados, a los grandes mamíferos o a las aves, pero muy pocas veces a los insectos o a otros invertebrados, que a pesar de su pequeño tamaño, son los grupos de organismos más importantes en número de especies y en el papel fundamental que juegan en el buen estado ecológico».

Su grupo de investigación ha centrado buena parte del trabajo en los macroinvertebrados acuáticos, especialmente en los coleópteros, un conjunto de diminutos escarabajos que habitan ríos, ramblas y lagunas. «Los coleópteros son un excelente indicador del estado ecológico», señala. «Hay muchas especies, y cada una responde a unas condiciones muy concretas. Si desaparecen las especies sensibles, sabemos que el ecosistema está cambiando».

Parte del trabajo del equipo ha inspirado la propuesta de microreservas dedicadas a especies vulnerables de invertebrados

Con esa base, Velasco y su equipo elaboraron estudios pioneros para identificar las áreas prioritarias de conservación en la Región de Murcia, atendiendo por primera vez a criterios de biodiversidad acuática. «Hasta hace poco, las figuras de protección se definían según la presencia de vertebrados o de plantas, pero nadie miraba qué ocurría en el agua. Nosotros demostramos que algunos lugares, aunque no tengan muchas especies, albergan comunidades únicas, adaptadas a condiciones extremas de salinidad o sequía».

Entre esos enclaves destacan las ramblas salinas del sureste, como Rambla Salada o las lagunas hipersalinas interiores, verdaderos laboratorios naturales donde la vida ha aprendido a sobrevivir en lo imposible. «Son ecosistemas muy frágiles y singulares», insiste Velasco. «Y sin embargo, muchos no están protegidos».

El mapa oculto de la biodiversidad murciana

Los trabajos del grupo de Ecología Acuática de la Universidad de Murcia han permitido trazar un mapa inédito de la biodiversidad en la región, donde conviven especies endémicas, ambientes marginales y un mosaico de hábitats sometidos a enorme presión. «El noroeste de la Región de Murcia es una de las zonas con mayor diversidad de arroyos y ríos bien conservados», explica la investigadora. «Allí encontramos comunidades de macroinvertebrados muy interesantes. Pero también existen lugares pequeños y discretos –manantiales, fuentes, charcas– que, pese a su pequeño tamaño, albergan especies muy raras». Sin embargo, en la actualidad, debido a la expansión de la agricultura intensiva y la sobreexplotación de recursos hídricos, estos ecosistemas acuáticos tan valiosos corren un gran peligro.

Esa información es esencial para orientar políticas de conservación y ampliar la mirada sobre los espacios protegidos. «Algunos de esos lugares ni siquiera figuraban dentro de los espacios protegidos, pero con la declaración de LIC y ZEPA de la red Natura 2000, ahora si quedan dentro de áreas protegidas, aunque eso no asegura su protección. Era necesario ponerlos en el mapa para que los gestores los tengan en cuenta. La conservación no puede limitarse a lo visible o lo monumental: también hay que proteger lo pequeño».

De hecho, parte del trabajo del equipo ha inspirado la propuesta de microreservas dedicadas a especies vulnerables de invertebrados. «Son espacios pequeños, pero fundamentales», explica. «La idea es proteger no solo a la especie, sino al hábitat específico que lo mantiene con vida».

Los parques como observatorios del cambio

Además de los ríos y lagunas salinas, el grupo de investigación de Josefa Velasco está desarrollando programas de seguimiento ecológico en los parques regionales de Sierra Espuña y Calblanque, dos joyas naturales del Sureste.

«Empezamos hace cinco años en Sierra Espuña y tres en Calblanque», detalla. «Queríamos conocer cómo cambian las comunidades de macroinvertebrados acuáticos con el paso del tiempo, en un contexto de cambio climático».

Los resultados, explica, son una herramienta valiosa para los gestores. «Estos programas de monitoreo permiten detectar tendencias, observar la pérdida de biodiversidad o incluso identificar especies exóticas invasoras de manera temprana. Si se interrumpe la observación, perdemos información clave».

Velasco lamenta que este año el seguimiento no haya recibido financiación, aunque el equipo decidió continuar de forma altruista. «Es un trabajo que cuesta muy poco, pero aporta muchísimo. Las áreas protegidas son los mejores laboratorios naturales que tenemos para entender cómo afecta el cambio climático en los ecosistemas y especies».

Presiones humanas, sequías y acuíferos en riesgo

La investigadora describe con detalle los desafíos que enfrentan estos ecosistemas. «En Sierra Espuña, la mayor presión viene de la sobreexplotación de los acuíferos, que se realiza fuera de los límites del parque. Muchos manantiales se han secado o han reducido su caudal de forma drástica. Cuando desaparece el agua superficial, desaparece también la biodiversidad asociada».

A ese problema se suma el cambio climático, que agrava la aridez del Sureste. «Si combinamos menos lluvias con más extracción de agua, el resultado es devastador», alerta. Por eso insiste en la necesidad de establecer caudales ecológicos que mantengan vivos ríos y fuentes: «No toda el agua que surge debe canalizarse para regadío y consumo. Parte debe fluir libremente para sostener la vida del ecosistema».

En Calblanque, los retos son diferentes, pero igual de delicados. «Las salinas en desuso han perdido su diversidad de hábitats», explica. «Antes, la explotación mantenía un gradiente de salinidad que favorecía distintas comunidades. Hoy las cubetas se han uniformizado y deteriorado».

María Pelluz.

También menciona la rambla del Barranco del Moro, que en años secos llega a desaparecer casi por completo. «Son sistemas frágiles pero adaptados a la variabilidad. Lo importante es mantener las condiciones naturales que permitan su regeneración».

El bosque de ribera, un tesoro olvidado

Cuando se le pregunta por los ecosistemas más valiosos, Velasco no duda: los bosques de ribera mediterráneos. «Son esenciales. Actúan como filtros naturales que limpian el agua, reducen la erosión, regulan los caudales y crean microclimas que albergan especies únicas. Además, son refugios en épocas de sequía y corredores ecológicos para aves, mamíferos e insectos».

Su deterioro, advierte, tiene consecuencias directas: «Cuando eliminamos la vegetación de ribera, perdemos servicios ecosistémicos fundamentales: el control de la erosión, la mejora de la calidad y cantidad del agua, la belleza del paisaje. Restaurar las riberas es una de las medidas más eficaces que podemos adoptar».

En ese sentido, recuerda la importancia de reemplazar cañaverales exóticos por vegetación autóctona. «La caña ocupa el espacio y empobrece el ecosistema. Si devolvemos al río sus especies nativas, recuperamos no solo la biodiversidad, sino también la funcionalidad del sistema».

  1. Los pequeños guardianes del agua

«Todo es importante, lo pequeño y lo grande», afirma Velasco. «Pero los insectos acuáticos son una ventana privilegiada para entender cómo funcionan los ecosistemas».

Su equipo ha desarrollado incluso una metodología para evaluar la vulnerabilidad de estas especies, adaptando los criterios de la UICN para invertebrados. «Los métodos tradicionales se diseñaron para vertebrados, que se pueden censar y obtener datos de abundancia de las poblaciones. En el caso de los insectos, eso es inviable: hay miles de especies, muchas aún desconocidas».

La solución fue crear un sistema basado en la información disponible -distribución, rareza, hábitat- que permite establecer grados de amenaza y orientar la gestión. «Esa herramienta se ha aplicado en el 'Libro Rojo de los Invertebrados de la Región de Murcia', dónde investigadores del grupo han contribuido significativamente. «Es un instrumento de alerta, una forma de decir: estas especies existen, son valiosas y están en riesgo».

  1. El Mar Menor, pionero en la mirada científica

Entre los muchos estudios que ha coordinado, uno ocupa un lugar especial: 'Interacciones tierra-mar en la laguna costera del Mar Menor'. Fue, recuerda, un estudio pionero que analizó por primera vez los aportes de materia orgánica, sedimentos y nutrientes procedentes de la Rambla del Albujón hacia la laguna.

«Constituyó el primer intento de cuantificar qué estaba entrando en el Mar Menor», recuerda Velasco. «Estudiamos durante un año completo los caudales, los aportes de nitratos, fosfatos y materia orgánica, y además coincidió con un episodio de lluvias torrenciales. Pudimos comparar las condiciones normales con las extremas».

Ese trabajo, realizado hace ya dos décadas, se ha convertido en un referente científico y se cita constantemente en investigaciones posteriores. «Entonces no se hablaba todavía de colapso ecológico, pero ya vimos el problema. Los aportes desde la cuenca estaban alterando el equilibrio del sistema».

Para Velasco, la historia del Mar Menor es una lección que trasciende la propia laguna: «Demuestra cómo lo que ocurre en tierra repercute inevitablemente en el mar. No hay fronteras en la ecología», asegura.

  1. Una mirada desde la Universidad de Murcia hacia el futuro

Desde la Universidad de Murcia, Velasco defiende una ecología que una el conocimiento científico con la responsabilidad social. «Nuestro trabajo no se queda en los artículos científicos», dice. «Queremos que sirva para que los gestores tomen decisiones informadas y para que la sociedad entienda la importancia de estos ecosistemas».

El mensaje es claro: la conservación no es un lujo, sino una necesidad. «La biodiversidad no es solo una lista de especies», reflexiona. «Es el tejido que sostiene nuestra vida, nuestro clima, nuestra agricultura y nuestra salud. Si lo rompemos, nos rompemos nosotros también».

En su voz hay preocupación, pero también esperanza. «Murcia es una tierra dura, pero llena de vida. Si la cuidamos con inteligencia y sensibilidad, puede seguir siendo un refugio de biodiversidad única en Europa».

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