Carthago Nova Capta
Paisajes con historia III ·
Tumulus Mercurii, Cabezo de los Moros, Cartagena, Primaver del 209 a. C.Secciones
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Paisajes con historia III ·
Tumulus Mercurii, Cabezo de los Moros, Cartagena, Primaver del 209 a. C.ARÍSTIDES MÍNGUEZ BAÑOS
Martes, 20 de agosto 2019, 01:54
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Frente a él las imponentes murallas erigidas por los púnicos de Asdrúbal el Bello menos de 20 años atrás, que conectaban entre sí las cinco colinas sobre las que erigieron Qart Hadasht. A su izquierda, la bocana del puerto, protegido de los vientos por su prodigiosa orografía y el islote de Scombraria. A su derecha, circunvalándola por el norte y el oeste, el estero. Los iberos que construyeron el poblado de Mastia y los cartagineses que sobre aquel edificaron su nueva capital habían tenido un ojo excelente: la urbe se asentaba en una península a la que solo se podía acceder vía terrestre por el istmo.
Ahí estaba Qart Hadasht, capital púnica en Hispania, desde la que el infame Aníbal emprendió el ataque a Italia, que tantos padecimientos acarreó, tras los desastres de Ticino, Trebia, Trasimeno y Cannas. Qart Hadasht, donde atesoraban ingentes riquezas provenientes de las cercanas minas de plata y de los tributos que los púnicos habían exprimido de los iberos sometidos a su égida, junto a los rehenes como garantía para preservar la paz.
Sus constructores habían pensado que su geografía y las robustas murallas la convertirían en inexpugnable. Primer error: no lo habían tenido en cuenta a él, Publio Cornelio Escipión, hijo de Publio Cornelio Escipión y sobrino de Lucio, legados caídos a manos de las tropas de los hermanos de Aníbal. Juró que vengaría a los suyos conquistando esa urbe y celebrando en su foro unos juegos de gladiadores, para honrar a los difuntos con el derramamiento de sangre humana como establecía el mos maiorum. Ya llegaría el momento de ajustar cuentas en el campo de batalla con esos Barca.
Los púnicos habían cometido un segundo y funesto error: tan seguros estaban de la nula reacción de Roma mientras que Aníbal campara por Italia, que habían dejado desguarnecida su capital hispana. Los contingentes de Asdrúbal y Magón Barca se hallaban a muchas jornadas de marcha, empeñados en combatir a celtíberos e íberos rebeldes. No les daría tiempo de acudir a liberar su metrópolis antes de que sobre sus torres ondearan los estandartes romanos.
Otro Magón comandaba los efectivos para defender la población: unos irrisorios 1.000 soldados. Calculaban que podrían armar a otros 2.000 o 3.000 civiles más. Pocos seguían siendo frente a los 35.000 legionarios que había traído consigo, a los que había que sumar los embarcados en la escuadra capitaneada por Cayo Lelio.
Cuando unos pescadores le comunicaron en Tarraco que el estero que cercaba la capital de los Barca era vadeable según la marea por cierto punto, tuvo clara su estrategia para empezar a liberar a Roma de la letal garrapata que era Aníbal.
Había concentrado a sus legiones y a su escuadra ante las ruinas de Saguntum, cuya destrucción por los cartagineses supuso el casus belli. Desde allí se plantaron ante los muros de Carthago Nova en tan solo siete extenuantes jornadas.
Ayer, nada más llegar, mandó a sus hombres fortificar un terreno elegido previamente por sus agrimensores, a fin de instalar un campamento para las ocho legiones y otro anexo para los auxiliares. Un manípulo tomó el Tumulus Mercurii, el promontorio desde el que asistía a las operaciones de sus ejércitos.
Esa mañana había intentado un ataque a la puerta del istmo, pero la altura de los muros hacía imposible que sus hombres usaran escalas. Se había arriesgado él mismo acudiendo al combate al ver un sector desguarnecido. Su escolta lo salvó de un furibundo contraataque cartaginés.
A esas mismas horas, siguiendo su estrategia inicial, Carhago Nova estaba siendo batida por su zona portuaria por la flota de Lelio y por el istmo por sus infantes, pero él, Publio Cornelio Escipión, imperator de las águilas en Hispania a sus 27 años, sabía que los que iban a dar el golpe de gracia a los púnicos, distraídos en repeler los ataques actuales, pillándolos por la espalda, eran los 500 efectivos de su mejor manípulo. Al mando de su primipilus de confianza habían atravesado el estero y escalado los muros, inadvertidos a los defensores. Los dioses sonreían a los Hijos de la Loba.
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