El cárabo común acumuló la mayor parte de restos de pequeños mamíferos en Quibas
La investigación sobre el yacimiento de Abanilla, dirigida por el estudiante doctoral Albert Navarro, aparece en 'Spanish Journal of Paleontology'
En el yacimiento de Quibas (Abanilla), con un millón de años de antigüedad y uno de los más importantes de Europa por ... su edad, los investigadores han identificado más de 80 especies de mamíferos, aves, reptiles, anfibios, peces y moluscos terrestres. Entre ellas, quizá llamen más la atención los rinocerontes, macacos, tigres dientes de sable o linces ibéricos. Sin embargo, es probable que pasen más desapercibidos los pequeños mamíferos, como ratones, musarañas, lirones o topillos, pero no son menos importantes. «Desde el punto de vista científico, tienen un gran valor por tres motivos: permiten establecer la antigüedad de los yacimientos, facilitan estudios evolutivos y, además, son buenos indicadores del ambiente en el que vivieron», aclara Pedro Piñero, codirector del yacimiento de Quibas.
¿Cómo llegaron hasta la antigua cueva los esqueletos de estos minúsculos animales? Es la pregunta a la que responde el estudio recién publicado en la revista científica internacional 'Spanish Journal of Palaeontology', liderado por el estudiante doctoral Albert Navarro, del equipo de investigación de Quibas. Navarro ha demostrado que «la mayor parte de los restos de estos pequeños animales llegaron gracias a la actividad depredadora del cárabo común», frente a la presencia de mamíferos y otra fauna de mayor tamaño, que acabaron cayendo en la trampa natural que era la cueva y que permanecieron ocultos a la ciencia hasta 1994, durante 10.000 siglos.
Esta rapaz nocturna, cuyos restos más antiguos de la Península Ibérica se han hallado precisamente en Quibas, se alimentaba de estos pequeños mamíferos y posteriormente regurgitaba en la cueva las egagrópilas cargadas de los huesos que no podía digerir. «Esto se ha podido saber gracias al análisis detallado de las marcas de digestión presentes en los huesos y dientes de estos pequeños mamíferos, procedentes del mismo nivel en el que se descubrió el lince ibérico. Se trata de un estudio tafonómico de la rama de la Paleontología que estudia los procesos de fosilización y la formación de los yacimientos fósiles», aclara el autor del estudio, realizado con el apoyo económico y logístico del Ayuntamiento de Abanilla, así como del proyecto Ramón y Cajal financiado por el Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades y la Unión Europea.
Durante la investigación, se detectaron también en los fósiles óseos marcas de mordeduras de animales como el turón, por lo que deducen que «también hubo pequeños carnívoros implicados en esta acumulación de restos, aunque en mucha menor medida que el cárabo», analiza el autor del estudio.
Esta rapaz nocturna se alimentaba de los animales y regurgitaba sus huesos y otras partes no digeribles en la cueva
Lo fascinante de esta rama de la Paleontología es que permitió detectar también en los huesos y dientes fósiles de estos pequeños mamíferos otras alteraciones, «modificaciones posteriores a la acumulación, como marcas de corrosión, huellas de raíces y precipitación de manganeso, lo que indica que el proceso de fosilización tuvo lugar en condiciones relativamente estables, húmedas y con cierto carácter ácido o básico», explica Navarro. Además, de las perforaciones de raíces en los huesos se puede inferir que «si había raíces, crecían plantas sobre el sedimento que conservaba los huesos. Y las plantas requieren luz para crecer, por lo tanto, la entrada a la cueva (por donde caían los grandes animales y por donde accedían la luz solar y el cárabo) estaba muy cerca de la acumulación de fósiles».
Otra de las deducciones que facilita el estudio tafonómico de los restos fósiles la aporta la presencia de «manchas oscuras de pirolusita –dióxido de manganeso–, que señalan que el suelo del yacimiento permaneció húmedo durante largos periodos, ya que el manganeso precipita en presencia de agua», especifica Albert Navarro, y también que los restos apenas sufrieron transporte dentro de la cueva, lo que favoreció su conservación.
Por último, incide Piñero, la asociación de pequeños mamíferos ha permitido reconstruir el paisaje que dominaba esta parte de la Región de Murcia hace un millón de años, durante una fase glacial. «Los resultados indican que el entorno estaba formado por una combinación de bosques abiertos, matorrales y hábitats rocosos, junto con zonas de praderas. Esto contrasta con el paisaje inferido a partir de niveles más antiguos, correspondientes a una fase interglacial más húmeda, en la que se desarrollaba un bosque mucho más denso», detalla el codirector del yacimiento.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión