La belleza arquitectónica como proyecto social
Sobre cómo respetar y cuidar la memoria que atesora el patrimonio edificado de nuestras ciudades
La semana pasada Daniel Torregrosa acababa su intervención en esta mesa con una sentencia que estoy segura de que muchos compartimos, y es que, hay ... tantas ocasiones para pensar que «merecemos que nos caiga otro meteorito». Cuando lo leí tuve el impulso de utilizar mi turno para avalar esta afirmación, pero en seguida opté por el camino contrario, así que les traigo uno de esos episodios en los que talento y compromiso se alían para mejorar la vida de miles de personas. Porque a veces estamos para meteorito, a veces no... y ahí vamos.
Hoy quiero contarles la transformación que se produjo en Ámsterdam desde 1920 hasta 1940 cuando, entre promotores públicos y privados, se construyeron más de 80.000 viviendas, que se sumaron a las 140.000 que ya existían. Pero lo extraordinario de este relato no está tanto en la cifra como en el hecho de que políticos, urbanistas, arquitectos y corporaciones inmobiliarias establecieron un marco de colaboración que se caracterizó por el compromiso, el entusiasmo y el reconocimiento de la belleza como auténtico proyecto social, lo que se tradujo en que los valores estéticos de la arquitectura no solo sobresalieron en las villas de las clases acomodadas, sino que se extendieron también por los edificios de vivienda plurifamiliar, incluso los más humildes. De hecho, la frase «la belleza de la arquitectura es una alegría para siglos» se le atribuye a Arie Keppler, director del Departamento de la Vivienda de Amsterdam desde 1915 hasta 1937, y cuentan que recurría a ella cada vez que le asaltaban las dudas y se le acumulaban las dificultades.
Los cimientos de esta magnífica producción, que ofreció un espacio de vida dignificada para muchísima gente, los encontramos en la respuesta del gobierno a los graves problemas de salud pública que provocó la ciudad industrial de finales del XIX y que, en este caso, desembocó en la Ley de la Vivienda de 1901 cuyos principios básicos incluían la obligación de que una comisión local, con unos valores muy exigentes, examinase los aspectos estético-arquitectónicos de cada iniciativa antes de otorgar el permiso de obras.
Los criterios que se establecieron entonces, fundamentalmente los de la capital, reconocieron la función de la calle como lugar en el que se alimentan los valores comunitarios y el alcance psicológico de lo estético aceptando, por ejemplo, que la monotonía, la estridencia o la fealdad, suponen un ataque frontal contra el bienestar de las personas. De este modo los nuevos ensanches de la ciudad presentaron una distribución del espacio urbano con un cuidado equilibrio entre circulación rodada y peatonal, manzanas de altura media, una gran calidad en el mobiliario urbano, abundante vegetación, tipos de casa variados mezclando modelos grandes y pequeños, caros y baratos y, además, un sinfín de acentos medidos y elegantes tanto en la decoración como en los volúmenes.
Pero en esta historia no hay solo un ejemplo admirable de cómo se hicieron las cosas en un momento del pasado, sino que, además, muestra cómo respetar y cuidar la memoria social y personal que atesora el patrimonio edificado de nuestras ciudades. Y es que, cuando llegó la inevitable obsolescencia de estos edificios y, por tanto, el momento de las ayudas para actualizarlos, comenzaron a destruirse detalles de fachada de forma innecesaria, se aplanaron recercos de ventanas y numerosos elementos de albañilería, carpintería e incluso los colores fueron «modernizándose» de manera uniforme sin prestar atención al significado cultural, emocional e histórico que tenían. Entonces la reacción política fue crear un fondo de subvenciones adicional para aquellos que cumpliesen con una serie de medidas encaminadas a mantener los valores patrimoniales y, además, se fomentó la creación y divulgación de conocimiento en torno al interés de la herencia construida y los detalles técnicos necesarios para operaciones de restauración sensibles con la presencia de los edificios en la memoria de la ciudad. Todos esfuerzos encaminados a que la modernización de este magnífico parque inmobiliario mantenga aquella ambición original que consideró la belleza arquitectónica como un derecho a la alegría, por siglos.
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