Arde la calle al sol de poniente
El modo estival me ha hecho recordar las maravillosas creaciones de un brillante episodio de nuestra historia de la arquitectura, la vivienda mediterránea moderna
Hoy pensaba traer a esta mesa una reflexión sobre el inmenso valor social y cultural, además de económico, de todo aquello que acontece en los ... mercados de barrio, a los que, por cierto, rara vez se acude en coche (ahí lo dejo). Pero lo retomaré en otoño. Ahora ha llegado el calor, y como en mi casa, yo ya me he puesto en modo verano.
Para mí, como decía mi abuelo, estos meses son un trastorno, pero hay algo que me gusta. Desenrollo las persianas alicantinas, extiendo el toldo y una atmósfera de penumbra y letargo inunda nuestro espacio cotidiano ayudándonos a disminuir el ritmo y las expectativas de lo que hacer bajo el sol abrasador. También, mientras las noches aun dan tregua, abro las ventanas de par en par y las cierro por la mañana para atrapar dentro de casa la temperatura del amanecer y, por supuesto, los días que sopla algo de levante me pongo a descansar en mitad de la corriente que atraviesa el salón.
Pero el modo estival no es solo cuestión de controlar la temperatura. La transformación del espacio cotidiano en refugio frente al calor sofocante tiene, como no puede ser de otra forma, muchos cómplices. El sonido de una fuente cercana, los olores de jazmín y galán de noche que suben desde algún patio vecino. Incluso el sabor de la sandía fresca y los melocotones construyen esa experiencia espacial que reconocemos como un hogar en verano. Una experiencia que va más allá de la ausencia de las molestias provocadas por el calor, y que pueden ser resueltas con energía y tecnología, para convertirse en parte de lo que somos. En recuerdos, en tiempo pausado e incluso, si conseguimos acoplar nuestro ritmo de vida al de esa luz, esos sonidos y esos olores, en tiempo sereno que nos conecta con saberes tradicionales, como ese echar por la sombra que nos han aconsejado desde siempre cuando no ha habido más remedio que lanzarse a la calle antes de que haya caído el sol.
Y todo esto me ha hecho recordar las maravillosas creaciones de un brillante episodio de nuestra historia de la arquitectura que les quiero traer hoy a esta mesa de verano. Me estoy refiriendo a la vivienda mediterránea moderna. Una forma de abordar el proyecto que empezó a fraguarse en el primer cuarto del siglo XX, cuando las arquitecturas turísticas residenciales de la costa catalana y balear dirigieron su mirada a la arquitectura vernácula para, entre finales de los años 50 y los 70, instalados ya en la denominada modernidad, eclosionar en una interesantísima producción a través de la cual una serie de arquitectos asumieron todo lo que de sentido común revela la arquitectura popular. De modo que, desde un posicionamiento comprometido con su tiempo, construyeron viviendas de vacaciones en la costa mediterránea que, en mi opinión, formulan a la perfección el privilegio de habitar el paisaje mediterráneo.
Patios, persianas, celosías
Susana Landrove, directora de la Fundación Docomomo Ibérico, dedicada a la documentación y difusión de la arquitectura del Movimiento Moderno en la península, lo expresó con gran precisión en el catálogo de la exposición que promovió el Colegio de Arquitectos a partir de los trabajos realizados por alumnos del Grado en Fundamentos de la Arquitectura de Cartagena sobre estas viviendas: «Unidos por el Mediterráneo, arquitectos con orígenes, formaciones, experiencias y prácticas tan dispares como Oíza, Broner, Harnden, Bombelli, Fisac, Coderch, (...) se dejan impregnar (...) por un repertorio de materiales, formas y soluciones constructivas afines, en respuesta a un clima, un paisaje y unos mitos comunes».
Cada lugar atesora su propia identidad que, además de cimentada sobre idiomas, formas de hablar, de comer, de expresarse y relatarse, también está construida con espacios. Unos espacios que entretejen nuestras vidas con culturas pasadas que tuvieron que responder al mismo clima, al mismo paisaje... y a los mismos mitos, y que aquí, en el Mediterráneo, son patios, persianas, celosías, fuentes, jazmines, toldos y corrientes de aire que, como dice mi compañero Juan Pedro Sanz, moldean nuestra memoria colectiva sobre la manera de habitar. Feliz verano.
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