La niña de Molina que llamó a la puerta de Galdós
Herminia Peñaranda. Una de las más célebres actrices españolas de principios del siglo XX se inició en el teatro con el célebre dramaturgo
Quizás el nombre de Herminia Peñaranda hoy suene a chino, pero la actriz molinense fue una de las más grandes dominadoras de la escena hace ... un siglo. Acaba de publicarse el primer estudio sobre su vida y obra, 'Autobiografía de Herminia Peñaranda, actriz', firmado por Antonio López Meseguer y Francisco Torres Monreal y publicado conjuntamente por Editum (Ediciones de la Universidad de Murcia) y el Ayuntamiento de Molina de Segura. El martes 15 será la presentación en el Mudem (20 horas).
«Ha sido nuestro mayor deseo [suscriben los autores], en todo momento, haber contribuido con el presente estudio, a un mejor conocimiento de la vida teatral española en las primeras décadas del pasado siglo». Una actriz que, inciden, con toda justicia, ha sido por fin rescatada del olvido amenazador. Una titánica labor de investigación condensada en un volumen de 325 páginas. Su dramaturgo predilecto, Benito Pérez Galdós, siempre la animó a hacer carrera. Estudió en el Real Conservatorio de Música y Declamación de Madrid [era de las de sobresaliente en todo, y estuvo como oyente un año entero, antes de cumplir la edad reglamentaria para ser admitida 16 años]. Aparecía anunciada entre los mejores elencos de la capital por sus «excepcionales cualidades artísticas» y entró en los círculos literarios del momento, y, muy especialmente, con aquellos que estaban llamados a ser los renovadores del teatro español. Sus biógrafos anotan su compromiso con la defensa de los derechos de la mujer. Durante la II República fue profesora de Declamación en el Conservatorio de Madrid y, tras la guerra, marchó al exilio con su marido, gran dramaturgo de la época, Jacinto Grau, a Argentina, donde vivieron una veintena de años.
Apenas unas pinceladas de una vida que no había llegado al público conocimiento con tanto rigor ni con tantos detalles. Era nieta de Vicente Peñaranda Abenza, el tío Charrete, «que pasaba por ser el mayor hacendado de la Región», prolífico en negocios, propietario de fincas y más fincas, de la tienda de tejidos y bisutería El Siglo, y todo parece que también «un triunfador sin escrúpulos». Herminia Peñaranda nació el 31 de marzo de 1887 en Ribera de Molina («aquel trozo del mundo se encontraba alzado entre el oasis y el desierto»), una pedanía de Molina de Segura, y fue bautizada con tres nombres: Herminia Dolores Agapita. Ribera de Molina, por entonces, como evocan los narradores de esta autobiografía, vivía de la huerta «exclusivamente», de la cebolla y del pimiento.
«Tú serás una gran actriz»
Un hermano del padre de Herminia, el tío Ramón, era maestro de escuela de primera enseñanza destinado en Santa Fe, Argentina. En Córdoba da nombre a un instituto y a una calle. Y otro tío suyo, por vía materna, Vicente Peñaranda Moreno, fue el primer alcalde de Molina de Segura durante la II República. El padre de Herminia, comerciante de harinas, no acababa de encontrar su sitio en España, así que la familia emigró en 1894 a Argentina, a la ciudad de Tucumán, en busca de un futuro. En esos años, Herminia leía a Pérez Galdós, ya soñaba con dar vida a sus personajes. En el año 1900, la familia regresa a Madrid, a la capital del teatro. Aunque sus abuelos querían que la niña volviese a Murcia, lo cierto es la joven Herminia, guardándose la vergüenza para sus adentros, un día se atrevió a llamar a la puerta de Benito Pérez Galdós [en dos ocasiones anteriores lo intentó, pero salió huyendo al abrirle el criado]: «Benito me quiso regalar una colección de sus libros y yo, interpretando mal el gesto, me ofendí y no lo acepté. Le recité luego algunos trozos de 'Mariucha', que había memorizado cuando era pequeña. Entonces él me dijo: 'Dile a tu familia que si se quieren marchar a Murcia, tú te quedas a vivir conmigo y mi tía. Y dile, además, que dice Don Benito Pérez Galdós que tú serás una gran actriz».
Ya siendo estudiante del Conservatorio en Madrid, Galdós le asignó un papel en una obra que iba a representar Carmen Cobeña, que parece que quiso apartarla del montaje. Pero, según contaba Herminia, el afamado autor intervino: «No, no no: el papel de la María Juana de 'Lo prohibido' lo hará la niña Peñaranda».
Los maestros del Prado
Finalizó sus estudios en el curso 1908-1909. Decía que aprendió tanto de sus profesores en el Conservatorio como de los cuadros de los grandes maestros del Museo del Prado («me detenía especialmente en las posturas de los personajes, en sus gestos, en su expresión corporal, en la ocupación del espacio, vestuario, iluminación, etc. Luego, en casa, ante un espejo de cuerpo entero, intentaba imitarlos»). Cuando Herminia, recién acabados sus estudios, volvió a Ribera de Molina, la fama ya le precedía. Tanto que por invitación del alcalde, Vicente Giner, se prestó para actuar en unas funciones benéficas para la incorporación a filas de los reservistas que disfrutaban de licencia temporal, «buenos hijos de la patria», como decía. Era 1909.
A la vuelta a Madrid comenzaría verdaderamente su carrera como actriz, y lo hace por la puerta grande, en el reparto de 'La buena gente', comedia de Santiago Rusiñol, bajo la dirección de Federico Oliver (unida a «su belleza figura un buen gusto y una distinción poco comunes que me auguraban grandes triunfos en el futuro»). Estrenó 'Casandra', de Galdós, en febrero de 1910 en el Teatro Español de Madrid, y a partir de ahí, en muy poco tiempo, de secundaria pasó a primera actriz.
Delicadeza artística
Con la compañía Atenea, al frente de la cual estaba el cubano Ricardo Baeza Durán, participó en montajes de Shakespeare, Ibsen, Björnson, Tolstoi, Oscar Wilde, Moliere, Jacinto Grau, Musset... Las críticas, por lo general, solían ser benévolas («recia concepción y delicadeza artística de los personajes que encarna», «Herminia Peñaranda supo ser anoche, como lo pedía el papel de Ella Renthein, una de aquellas santas y benditas mujeres que ponen en nuestras llagadas el suave bálsamo de sus amores buenos», «desde que pisó la escena (en la obra de Ibsen) hasta que salía a recibir los aplausos con que el público refrendaba, su nombradía de artista severa y exquisita, no empañó esta actriz el claro cristal de su admirable labor»...). Fue recitante y proclamadora en distintos programas, y formó parte de la Compañía María Guerrero y Fernando Díaz de Mendoza, murciano. En 1922 actuó en el Romea de Murcia en el papel de Lady Windermere, en 'El abanico de Lady Windermere', de Wilde, y volvió de nuevo con motivo del centenario del nacimiento de José Selgas, el día del estreno del 'Himno a Murcia' con letra de Jara Carrillo y música de Emilio Ramírez.
Con la compañía Guerrero-Mendoza viajó por América en una gira con Joaquín Grau, que tenía esperanzas de ver en escena 'El hijo pródigo' y 'El señor de Pigmalión'. Era una actriz, como decían los entendidos, «con altas dotes de sentimiento y de dicción», que salía airosa de las más difíciles situaciones. Su admiración por los directores de escena con criterios modernos, como Rivas Cherif, era indiscutible. Eran años, como dicen los biógrafos, de confrontación de ideas estéticas y sociales aquellos años 20 y primeros años de la década de los 30, antes de la Guerra Civil. «¡La reforma del teatro español! Todos los comentaristas, en la prensa madrileña ('La Voz', 'La Libertad', 'ABC', 'El Sol') tenían la palabra en sus plumas. Reforma de un teatro que se había quedado atrasado con respecto al teatro extranjero, e incluso con el arte que, en otros ámbitos, se hacía en España». Herminia abogaría por un teatro de exigencias actorales, que incitase a la reflexión y a la crítica, planteamientos que, como dicen Torres Monreal y López Meseguer, chocaban con los planteamientos empresariales.
Guerra y exilio
Siempre conectó con grupos feministas y progresistas. De hecho, Herminia formó parte del Lyceum Club femenino desde su fundación en 1926, con otras compañeras del Ateneo de Madrid como Elena Fortún, Clara Campoamor, Concha Albornoz y las poetas Carmen Conde, Concha Méndez, Rosa Chacel, Ernestina de Champourcin y Rosa Chacel. También se integró en la Compañía de Comedias Irene López Heredia. Fue activista republicana, y escribió para la revista 'Mujer', que pedía el voto femenino, y durante la guerra estuvo ligada a la Alianza de Intelectuales Antifascistas y a la revista de Alberti 'El mono azul'.
En 1937, Grau fue nombrado embajador de España en Panamá, y la pareja partió al exilio. Después vino Chile, Bolivia y Argentina, donde recalaría también su tía Filomena, madre de los cuatro componentes del célebre Cuarteto Aguilar, primos hermanos de Herminia. El círculo del matrimonio en Buenos Aires estaba lleno de exiliados españoles. Grau, invitado a conferencias y representaciones, no lograría sin embargo una holgada situación económica. La pareja pasa por miles de estrecheces, incluso llegan a hacer una colecta para sufragar la compra de su departamento en la avenida Maipú 631.
A su vuelta del exilio, en 1959 [su marido muere un año antes, Alberti le dedica unas coplas], pasó unas semanas en Ribera de Molina, la última vez que volvió a su pueblo, y se marchó a Mallorca, donde vivían sus hermanos. Murió en 1965 de una hemorragia cerebral.
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