¿Por qué leer hoy a Gabriel Miró?
Ni su obra pertenece a un tiempo o un paisaje determinados, ni sus palabras, aunque se desconozcan, carecen de interés, pues nombran un mundo
JOSÉ LUIS MARTINEZ VALERO
Lunes, 24 de mayo 2021
En carta a Juan Guerrero, 10-2-27, dice Gabriel Miró: «La joven Poesía ha de crear un cielo y una liturgia para usted; y, ... después, que estos jóvenes paguen su deuda, yo le aconsejo que no se fíe».
Hay en estas palabras ironía pero no sarcasmo, algo de socarronería levantina, que incluye la advertencia de que la vida en sociedad es siempre inestable. Poco antes, 9-1-27, como un regalo de Reyes envenenado, ha aparecido en El Sol, el artículo que José Ortega y Gasset dedica a su novela 'El obispo leproso', comienza con estas palabras:
«Varias veces me he acercado a algún libro de Gabriel Miró, he sorbido unas líneas, tal vez una página, y me he quedado sorprendido de lo bien que estaba. Sin embargo, no he seguido leyendo».
«Su plasticidad, dramatización, fragmentarismo, sinestesias, sensualidad, primer plano, fascinación ante la realidad y esa naturaleza ubérrima que cerca la ciudad son sus rasgos»
Ortega y Miró habían sido alumnos de los jesuitas, Quizá Ortega perdió la paciencia y se saltó un precepto fundamental fijado en uno de sus mejores libros, 'Meditaciones del Quijote': Quien quiera enseñarnos una verdad, que nos sitúe de modo que la descubramos nosotros. Ortega no atraviesa el umbral lírico de Miró y se queda en el camino, deslumbrado o distraído. El artículo forma parte de una campaña contra Miró que se ha atrevido a presentar un dominio de la Compañía de Jesús, que excluye toda duda. Miró califica el artículo de rodillazo, sirviéndose de un incipiente léxico futbolístico, que le aparta del partido.
El comienzo del XX supone un cambio rotundo para las artes, relaciones humanas, regímenes políticos, arquitectura, ciudad, pueblos, estados, ciencia y enseñanza. La guerra mundial abre una crisis cuyas consecuencias aún no se han cerrado. En la literatura Kafka, Joyce, Proust, Gide, V. Wolf, Huxley, y tantos otros, proyectan una nueva luz que desnuda la realidad tal como se había concebido. Las Vanguardias contribuirán a componer otra sintaxis. Cambia el libro y cambia el lector. El cine hace visible un mundo que pertenecía al corazón de las tinieblas.
La generación del 98 no fue ajena a este movimiento de búsqueda. El paisaje constituye una manifestación objetiva del carácter, la idiosincrasia del país; no es extraño que, si miro el medio, pueda hacerme una idea de los hombres y mujeres que viven en él. Machado eligió la encina para calificar España, árbol ceniciento de evolución lenta. Si pensamos en la palmera veremos inmediatamente el Sur. El árbol está arraigado en la tierra y, al mismo tiempo, se asoma al exterior, quieto y mudo, nos acogemos a su sombra y ofrece compañía, lo mueve el aire y parece que habla, cambia con las horas del día, mantiene la memoria. Miró pertenece al amarillo, frente al pardo de Castilla, a la cultura clásica, fenicios, griegos y romanos, tal como Juan Ramón Jiménez
El tiempo
La narración convencional se atenúa en la novela de Miró. Ocurre que, frente a la lógica, aparece la naturaleza; frente al ser opone el estar, se existe más que se es. De ahí que la línea argumental se haga difusa, a veces se borra y desaparece entre las horas. El tiempo no es un camino que se extiende ante nosotros, sino que se constituye como atmósfera, el aire que respiramos es el tiempo.
«Miró pertenece al amarillo, frente al pardo de Castilla, a la cultura clásica, fenicios, griegos y romanos, tal como Juan Ramón Jiménez»
Miró tiene un alter ego al que llama Sigüenza, equivale al Yo de Platero, especie de Mairena de Machado, contempla y opina sobre el mundo. Apenas interviene en lo que le rodea y cuando lo hace comprueba que los hechos o la ilusión y sus intenciones a menudo no coinciden, pues lo otro con sus fuerza arrolladora siempre le arrastra: el arte, para Sigüenza, es un estado de felicidad que se crea en nosotros sin motivos concretos de nuestra vida; es apoderarse de una parcela del espacio, de una hora, ya permanente por la gracia de una fórmula de belleza...
Cuando trata sobre una realidad no la aborda directamente, sino que al escamotear su propósito, se sirve de situaciones que definen con claridad su posición, así ocurre en 'El señor Cuenca', excelente parábola sobre la enseñanza: «Y acabada la semana de silencio, cuando todos los colegiales prorrumpieron en su primer grito, expansivo, gozoso, corrí al lado del inspector y le pregunté por el señor Cuenca. '¿Todavía no sabe que preguntar es una falta grave? No lo vuelva a hacer', me dijo».
De 'Muelles y mar', 'Una tarde' expone la ingenuidad infantil junto a la crueldad sin motivo, situados en la belleza perfecta. 'El beso de la moneda' –'Años y leguas'–, muestra el valor del recuerdo y la ironía del presente.
Caricatura lírica
Juan Ramón Jiménez en 'Españoles de tres mundos', compone esta caricatura lírica: «Si el cuerpo fuera todo corazón, y no llevase vestidos, podría decirse que era Gabriel Miró. Carne de corazón desnuda... Es un hijo verdadero de la escritura... En todo vuelve, como un camino de belleza profunda y misteriosa, desde donde se abarca la inmensidad crepuscular de las estaciones, al anochecer, al hogar humeante... La emoción parece en él carne...».
Desde 'El humo dormido', considera así el paisaje: «Concretamente no es el pasado nuestro; pero nos pertenece, y de él nos valemos para revivir y acreditar episodios que rasgan su humo dormido. Tiene esta lejanía un hondo silencio que se queda escuchándonos. La abeja de una palabra recordada lo va abriendo y lo estremece».
Amigo de Azorín, lo propuso sin éxito para ocupar un sillón en la Academia
Amigo de Azorín, quien lo propone sin éxito para ocupar un sillón en la Academia, aunque tratan contenidos próximos, son muy diferentes en su concepción del texto.
Pero volvamos al principio, que también fue final, causa de este artículo: 'El Obispo leproso', metáfora de Oleza, religión superficial, hipócrita, leprosa. Será este obispo, que práctica el amor al prójimo, sin fetichismos, quien aporte las novedades a una ciudad levítica, estancada al final del XIX: ferrocarril, muros de defensa en el río, mejoras en las parroquias pobres.
Si decimos que es una novela de capellanes y devotos, puedo asegurar que no diríamos casi nada, solo una mínima parte, aunque la información sea correcta. Porque esta novela trata de los hombres en sociedad, lo mismo nos da que sea sobre capellanes y feligreses, que sobre un claustro de profesores más alumnos. Presenta la relación entre hombres y mujeres, movidos por intereses.
Si se cuestiona un poema, nadie pregunta por el tema, no se puede contar y es solo mientras se lee, cuando alcanza su plenitud.
«Si nos colocamos en Cabo de Palos, en Calblanque, en el faro y sus calas, aunque ha desaparecido la tumba de las monjas del Sirio, su mundo está ahí»
Entonces esta novela que cuenta de una ciudad a la que llama Oleza, tierra de aceite, a la que todos identificamos como Orihuela, el olivo pertenece a Minerva, la diosa de la sabiduría, que presenta a la Compañía de Jesús y su influencia, que habla de un obispo enfermo, en una ciudad enferma que a su vez es comparable a un estanque, aunque tenga río, mejor una balsa donde se pudre el cáñamo y que, rodeada por todas las bondades en flores y frutos, de tal modo que parece que podría hallarse aquí el mismo paraíso, viene a ser lo contrario y es la podredumbre, la envidia, el rencor y una política anclada en un pasado legendario, fundada en la crueldad y una moral hipócrita, donde todos espían a todos, lo que no es obstáculo para que, entre tanto monstruo de feria, aparezcan personajes sublimes de la mejor estirpe cervantina, es decir erasmistas, conformes con lo que les ha tocado vivir, solidarios y dispuestos siempre a hacer el bien.
Y sin embargo, pese a todo lo que hemos dicho, que daría para muchas novelas, ésta, al presentar, insistir en lo aparente, su propia visibilidad remite a otra cosa, y lo que parecía un banquete para los sentidos, nos lleva al interior, se recoge y nos traslada a las almas que miran, a las almas que gesticulan. Quiere hacer visible lo invisible.
Y como es la narración de lo que ocurre en una ciudad, donde aparecen las fuerzas vivas, conventos, seminario, centros de enseñanza, parroquias, pequeñas industrias, menestrales, muestra los hilos que conforman el tejido de una sociedad
Pero tampoco es eso, porque como he dicho antes, parece que tratase de un estanque, de una balsa o de un pantano, porque esta sociedad está sumergida en una huerta, en una naturaleza, de tal modo que lo que realmente domina es el tiempo ya lo marquen los relojes de bolsillo, los péndulos en las casas o las horas de serrucho que se dan en la Semana Santa.
Rasgos fundamentales
En esta obra aparecen los rasgos fundamentales de Gabriel Miró, así su plasticidad, dramatización, fragmentarismo, sinestesias, sensualidad, primer plano, fascinación ante la realidad y esa naturaleza ubérrima que cerca la ciudad.
Vinculado a Murcia y Cartagena, donde su tío abuelo ejerce de médico, veraneó en la Región
Jesuitas, la mayor parte del clero, círculo de labradores, carlistas, don Álvaro, representan la sombra, con su periódico 'El clamor de la Verdad'; sombra que se opone a la luz del casino nuevo junto al puente, el periódico, 'La antorcha': don Magín, los Lóriz y Purita. Entre ambos mundos están las Hermanitas, y doña Corazón, Pablo y la enamorada del Ángel de Salzillo, la murciana María Fulgencia.
Gabriel Miró, vinculado a Murcia y Cartagena, donde su tío abuelo ejerce de médico, durante años veranea en Cabo de Palos, cuyo paisaje describe en 'El ángel, el molino, el caracol del faro'.
Admirado por los escritores murcianos Andrés y María Cegarra, Antonio Oliver y Carmen Conde, Juan Guerrero Ruiz y José Ballester, Asensio Sáez... A veces en Miguel Espinosa encontramos ecos de sus lecturas, así la frase acuñada, su distanciamiento, el concepto de la naturaleza, el episodio de la resurrección del Sr. Valcárcel.
Poco después de su muerte, mayo 1930, aparece en Murcia, julio, el primer número de la revista Sudeste, dirigida por Raimundo de los Reyes y José Ballester, con retrato de Miró, obra de Garay, tiene un pie con estas palabras: «Gabriel Miró, alto prosista, con cuya muerte pierde uno de sus valores definitivos la literatura española»; más los artículos de Carmen Conde y Pérez Bojart, ambos dedicados a Miró.
En Orihuela, 2 de octubre de 1932, se publica el 'Clamor de la Verdad', cuaderno de Oleza dedicado a Gabriel Miró, con motivo del homenaje y colocación del busto donado por el escultor José Séiquer Zanón. Colaboran el AntiAlbalonga, Miguel Hernández, Ramón Sijé, María Cegarra, Carmen Conde, Antonio Oliver, Raimundo de los Reyes y Julio Bernarcer.
Profesores atentos
Los profesores en Murcia siempre han estado atentos a los textos de Miró. Cito algunos: Valbuena, Baquero, Sobejano, Díez de Revenga, de Paco, Ruiz-Funes, Jiménez Madrid, Moreno Requena...
¿Por qué leer hoy a Miró? Probablemente muchos pensarán que su vocabulario, extenso como el de Azorín y Valle-Inclán, es tan rico que precisamos el diccionario continuamente. Otros, que sus obras no tienen ya interés, pertenecen a un tiempo definitivamente pasado. Unos pocos, quizá engolados, os dirán que ya Ortega lo puso en su lugar. Pienso que ninguno de estos argumentos es válido, ni su obra pertenece a un tiempo o un paisaje determinados, ni sus palabras, aunque se desconozcan, carecen de interés, pues nombran un mundo, y en cuanto a Ortega ya debió quedar claro al principio.
Si nos colocamos en Cabo de Palos, en Calblanque, en el faro y sus calas, aunque ha desaparecido la tumba de las monjas del Sirio, su mundo está ahí. Si contemplamos el atardecer infinito del Mar Menor, seguro que lo encontraréis también. Elegid un punto desde el que contemplar el mar que siempre se mueve y dejaos llevar por ese ritmo.
Hace muchos años que lo leo y pone nombre a la tierra que pisamos. No confundáis la plenitud del texto con un final, por el contrario, gozad del nacimiento continuo que son sus palabras.
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