La lámpara rota
Tras 'Alegría', Manuel Vilas regresa a sus cuarteles poéticos
Roma –como París o como Galdós– no se acaba nunca porque da mucho de sí y en ella se conserva el espíritu de ... la sabiduría y, al mismo tiempo, el de todos los males que han asolado Europa durante siglos. Escribir un libro titulado 'Roma' tiene su riesgo. Pero Vilas, que no es poeta de anteayer ni medroso, que atesora en sus venas la palabra más certera para cada uno de estos versos, sale victorioso de este envite, legándonos una obra compacta y redonda de principio a fin en la que hay ciertos poemas que bien merecen los laureles con los que eran coronados los héroes y, sobre todo, los valientes. 'Buscas en Roma a Roma, ¡oh peregrino!', escribía en el siglo XVII Quevedo, al que no le hubiera importado, como a Velázquez, haber pasado el resto de sus días en la capital italiana. Siglos después, Stendhal, Goethe, Taine, Chateaubriand, Zola o Henry James también expresaron su pasión por la Ciudad Eterna.
«Ningún detalle –escribía el autor de 'La cartuja de Parma' poco antes de que le diera el síndrome– es demasiado severo o demasiado minucioso para nosotros. Estamos sedientos de todo lo que pertenece a la cosa que contemplamos».
Manuel Vilas, después de la publicación y el consiguiente éxito de 'Alegría', nos acerca una obra que, aunque posee un cierto aire de espontaneidad, como si el escritor se hubiera parado en cada de las esquinas de Roma a escribir sus versos, a emborronar cuartillas, posee, en medio de su levedad, de su compleja y meditada ligereza, una carga de profundidad que nos conduce a sus obsesiones de siempre: a la continua presencia de la muerte y, al mismo tiempo, a la celebración de la vida; también a la idea de un pasado que le sirve para meditar sobre un presente que Vilas descubre en un mercado, en un día de lluvia, en un perfume, en un cuadro con el que conversa.
No estamos ante el consabido cuaderno de viaje, sino, antes bien, ante un texto en el que busca en la belleza el modo de apaciguar la más profunda desesperación que le embarga. 'Roma' respira clasicidad por los cuatro costados. Y en algunos de sus poemas, como el titulado 'La lámpara rota', que parece de circunstancias, se aprecia la huella de escritores como Marcial, como Catulo o Propercio, a los que es preciso leer entre líneas y mirarlos a la cara mientras recitan sus versos.
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