Julián y Miguel, dos hortelanos frente a frente
Andúgar y Hernández bebieron el mismo paisaje, sufrieron cárcel y alentaron un mismo sentimiento de justicia social
Aitor Larrabide
Dir. Fundación Cultural Miguel Hernández
Sábado, 3 de mayo 2025, 08:26
Julián Andúgar (1917-1977) y Miguel Hernández (1910-1942) nacieron en la Vega Baja del Segura: el primero en Santomera (Región de Murcia) y el ... segundo en Orihuela (Alicante), a escasos 10 km de distancia. Ambos bebieron el mismo paisaje agreste de la sierra, los veranos brutales de calor y los inviernos fríos y húmedos, bañados por el río Segura. Y una similar formación católica, en el monasterio franciscano de Cehegín el primero y en el Colegio Santo Domingo de Orihuela el segundo. Mientras el primero seguirá con su fe, el segundo la abandonará hacia 1935.
Ambos viven experiencias de hermanamiento con la naturaleza y los sudores del campo: como agricultor el primero y como pastor el segundo. Y por eso ambos alientan con su poesía un mismo sentimiento de justicia social, de querer cambiar lo que no estaba bien hecho: injusticias, incultura, atropellos, siglos de silencios, y un pan disputado. Los dos participaron en la guerra: el primero llegó al grado de capitán. Y sufrieron cárcel: en Murcia el santomerano durante año y medio, y posterior breve exilio a Francia; el segundo, un rosario de cárceles hasta acabar su vida en Alicante. Ambos creen en el poder transformador de la educación y de la cultura.
El oriolano fue una fuente de inspiración para el santomerano, que le dedicó versos
El primero muere a los 60 años y deja cinco libros, publicados entre 1949 y el año de su muerte, 1977: 'Entre la piedra y Dios' (prólogo de José García Nieto, Un poema de Salvador P. Valiente, Alicante, Colección Ifach, n.º 2, 1949), 'La soledad y el encuentro' (Madrid, Ediciones Rialp, 1952, Col. Adonáis, n.º LXXXVIII, 1952), 'Denuncio por escrito' (dibujos de Pedro Flores y Eloy Moreno, Madrid, Ediciones Ágora, 1957), 'A bordo de España' (cubierta de José María de Martín, dibujo de Guinovart, Barcelona, Joaquín Horta, Editor, col. Fe de Vida. Poesía y Ensayo, vol. 4, 1959) y 'Cancionero del sitiado' (Alicante, Instituto de Estudios Alicantinos, póstumo, 1977). Su carrera literaria se prolongó 28 años, iniciándose tardíamente, con 32 años, con una amplia formación humanística y lecturas maduras. En el caso de Hernández, en apenas doce años de escritura (muere a los 31 años en la cárcel de Alicante) supera dificultades de todo tipo y consigue escribir cinco poemarios, mismo número que Andúgar, y muchos poemas sueltos más.
Hernández será una fuente esencial de inspiración para Andúgar. En 'Entre la piedra y Dios' (1949) le dedica el último poema de ese libro: 'Ante el recuerdo de Miguel Hernández' (pp. 87-90), una elegía que supone toda una declaración de fidelidad al mensaje y al hombre, al paisaje, al mismo mar descrito como sólo los huertanos pueden hacerlo, a los anhelos compartidos y al sentido de pertenencia a la misma clase social. El profesor Francisco Javier Díez de Revenga analizó detallada y acertadamente este poema en 1990 ('Análisis de una fidelidad. Julián Andúgar: Miguel Hernández', en 'Homenaje a Julián Andúgar', Santomera, Instituto de Bachillerato Poeta Julián Andúgar, 1990, pp. 51-56). En su segundo libro, 'La soledad y el encuentro' (1952), accésit del prestigioso Premio Adonáis en 1951, le escribirá 'Reencuentro con Miguel Hernández' (p. 58), un hermoso soneto dedicado 'A su hijo'. En 'A bordo de España' (1959), le dedicará 'Ejemplo' (p. 65), 'Homenaje a M. Hernández': 'Por Orihuela vivió / un cabrero que decía: / ¡Descorazonarme yo!', incluido en el capítulo IV, '5 Canciones más con destino', con versos dedicados a Juan Ruiz, Miguel de Unamuno, Machado, García Lorca y Hernández, que cierra capítulo y el libro.
Andúgar levantó acta de una triste realidad y ofreció una mirada limpia de la poesía
Estética
Santiago Delgado afirma en su documentado y ameno libro sobre Andúgar ('Julián Andúgar. Pasión y expresión de un poeta', Murcia, Academia Alfonso X El Sabio, 1987), que el seguimiento a la estética hernandiana, en sus primeros libros, por parte del poeta santomerano no fue positiva porque no había seguidores o continuadores de la misma salvo el propio Andúgar. Los derroteros de la llamada «poesía social» iban más dirigidos a Dámaso Alonso y Vicente Aleixandre, y Blas de Otero, Gabriel Celaya o José Hierro. El retoricismo hernandiano no tendrá sucesores.
La Justicia, como concepto ideal y como práctica profesional diaria, se convirtió en el trabajo funcionarial de Andúgar. Levantó acta de una triste realidad social y ofreció una mirada limpia y auténtica de la tarea poética. Su carácter andariego (como León Felipe) se observa en las múltiples alusiones geográficas y huellas machadianas, como su admirado Blas de Otero, otro de sus maestros literarios en los 50 y 60, colándose de rondón el flamenco (otra afición compartida con Miguel Hernández), en el que la cultura popular se integra en la creación poética.
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