La intimidad que esconden las libretas
Los cuadernos de viaje y agendas de artistas como Pedro Cano, Ángel Haro, Juan Espallardo, Álvaro Peña y Luis Izquierdo cobijan la creación más personal de un gran número de pintores que cultivan este género con asiduidad
Cuenta Ángel Haro, pintor, escultor y escenógrafo vinculado a Murcia, que guarda sus innumerables cuadernos personales de arte en un baúl, a buen recaudo junto ... a la puerta de su casa, porque si el infortunio desencadenara un incendio malhadado, lo agarraría por las asas y saldría corriendo. «Si me diera tiempo, salvaría algo más», recapacita, aunque sin dudar reconoce entre esas tapas, a veces manoseadas, cargadas en bolsillos o maletas, parte de su médula artística. «Son una bitácora de bolsillo; son germinales, contienen ideas», comenta sobre ese hábito convertido en género, que nos conecta con el garabateo de la escuela, con las libretas de dibujos botánicos de las expediciones científicas del siglo XVIII, los cuadernos de campo de los naturalistas -esos zorros y tejones trazados pelo a pelo, a lo Durero- y los apuntes de las ruinas italianas de los pintores del Quattrocento.
Los artistas que alimentan cuadernos -no todos lo hacen- pudieron comenzar por usarlos como campos de ensayo, bocetos de obras mayores, estudios de detalles, para convertirse después en obras finales. Los hay de viajes, apresurados, con trazos dislocados por un bosquejo realizado sobre una piedra o en el temblor de las rodillas por el traqueteo de un tren. En su cuaderno de África, Haro cuela anotaciones de horarios, gastos o distancias. La agenda de tapas blancas que usó Pedro Cano durante su estancia en Nueva York guarda entradas de teatro a la espalda de una sutil silueta de las torres gemelas sobre un difuminado añil, y se esquina un teléfono de Broadway.
Vestir atardeceres
«El mundo está lleno de cosas que esperan para que las cuentes, una hogaza de pan, las columnas del teatro romano de Cartagena, la Peña Negra», afirma el autor de más de cien cuadernos de arte. En la Fundación Pedro Cano se pueden ver 54 expuestos con sus frutos epicúreos, árboles reinantes, peces agitados, frontales arquitectónicos, islas mediterráneas y todo ese mundo de silenciosas brumas cobres y ciruelas del pintor viajero. «Viajar es una capacidad del ser humano para abrirte a la vida y comprobar que lo mejor no está solo donde has nacido», explica. Algunos son agendas de años pasados, recuperados de su inutilidad para vestir flores o atardeceres. Otros 50 cuadernos duermen en cajones semiprivados -«nada es completamente privado en un artista», cree- y solo se desperezan cuando Pedro los hojea para recordar la densidad de la India, un patio de Marrakesh, el aire limpio después de la lluvia en Patmos o un tumulto de emociones vegetales en el bosque de Campoamor. «Hay casi una violencia en querer apresar lo que ves», afirma el artista, que nunca retoca esas obras de urgencia. «No tiene sentido», defiende. A la sombra de una piedra italiana, en unas escaleras iraníes, en una gasolinera del norte de África, extiende aspavientos de agua con acuarela. «Me da una alegría enorme hacerlo al aire libre. El cuaderno tiene esa capacidad de dialogar con lo que ves», comparte el pintor blanqueño. Cree que la mirada particular parte del mundo interior para captar cualquier visión, por eso su perfil de Nueva York o de una parra murciana es único. Suele viajar ligero de material: «Agua, papel para secar, unos colores y varios pinceles», que lleva en una bolsa de tela. No hay hora ni regla para atravesar una hoja nueva por el haz de líneas, curvaturas, sombras y pulsaciones del instante.
En la Fundación Pedro Cano se exponen 54 cuadernos de viaje del pintor con sus frutos epicúreos, árboles reinantes, peces agitados
Para Ángel Haro, los cuadernos son obras paralelas, que nunca ha expuesto, aunque su calidad y ese valor intangible que cotiza la obra íntima de un artista le granjeó el interés de una galería de Nueva York, a la que nunca quiso vender estos «espacios de libertad absoluta». «En las otras obras tengo condicionantes de tamaño y otros parámetros, pero ahí empiezo a jugar y se suelta la mano y la mente, juego con tinta china, papel, recortes de periódicos», explica el artista, seguidor de los cuadernos de Fellini, que anotaba y dibujaba sus pesadillas en lo que llamaba el 'libro de los sueños'. De hecho, los cuadernos podrían formar parte de esa entreplanta entre la realidad y el sueño, en una sala sin nombre ni reglas ni espectadores. La hora del juego recuperado.
Admira también los de acuarelas de Víctor Hugo y los de Basquiat, con textos que difuminan la frontera entre pintura y escritura. Como el creador neoyorquino, Haro dispara a la injusticia social en sus cuadernos africanos. Titulares de un diario de Mozambique, fotografías de la desolación y rotundas formas de lo inexplicable con palabras, golpean con su rotundidad.
«Me interesa volver a un punto del tiempo y ver cuál era mi inquietud plástica vital. Pongo fecha a cada página», afirma Ángel Haro
«Me interesa volver a un punto del tiempo y ver cuál era mi inquietud plástica y vital. Pongo fecha a cada página. Son un referente al que acudo de vez en cuando», afirma sobre esos volúmenes de esencias creativas. En algunos casos, incluso el tipo de soporte toma voz en la obra. «Uso cuadernos muy comunes e incluso antiguos libros de cuentas de mi padre, y esas páginas me hacen ir a lugares donde tal vez no iría», cuenta.
Quién no querría meter la nariz en esos pliegues de papel y pensamiento, auténticos credos personales. Goya y Monet, Kahlo y Leonardo, Warhol y Picasso rellenaron libretas y cartapacios en horas de cavilación.
Álvaro Peña aprovecha los vuelos largos y las primeras horas del día para pintar páginas que él mismo encuaderna y cose con hilo bramante
Álvaro Peña aprovecha los vuelos largos y las primeras horas del día, esos momentos de intimidad que deja el torbellino diario, para pintar páginas que él mismo encuaderna y cose con hilo bramante. Papel Canson, Arches, Fabriano, Arris, Faber Castell, CaranD'Ache, Moline de Pombié, los caros cuadernos Moleskine o los de un euro. Todo sirve para «la mano que no sabe estar quieta ni en la playa, ni en una sala de espera», señala el pintor murciano. «Algunos absorben mucho el agua, y deciden el resultado final», señala sobre sus exploraciones de papel. Son alargados o estrechos, tipo acordeón o de encuadernación copta, de lomo disciplinado o con la rebaba irregular en los bordes. «Muchos tienen la belleza de la prisa, el trazo suelto, por eso todo es como insinuado», comenta.
«Los verdaderos cuadernistas abominan de los pintores de caballete», advierte el profesor y creador molinense Juan Espallardo
Sus cuerpos desasosegados en tinta negra flotan en fondos explosivos. «Gasto mucho amarillo. Es la base de la fuerza, de la vida», enseña el pintor sus cuadernos titulados. Todos tienen un hilo temático que engarza sus páginas e incluye textos propios o ajenos. En 'Los buscadores de equilibrios' los caballitos del Mar Menor trotan entre letras y 'El explorador de almas' plantea un juego, los de flores, los de una ciudad, los de cómics.
Cazador de expresiones
El paradigma del pintor viajero, que apresa gestos de transeúntes, aleteo de aves sobre un despeñadero, construcciones exóticas y cuanto el mundo tiene de sorprendente, es Juan Espallardo. Sus clases en el Laboratorio de Arte del Carmen son un coletazo del Romanticismo, con salidas a plazas y márgenes fluviales, fiestas populares y montañas, para 'cazar' al vuelo la fascinación que, a pesar de todo, circula por la calle. Para el creador molinense, lo importante es el trayecto, no la llegada. Autor de cómics, que publicó en los años ochenta en LA VERDAD, se echan un pincel recargable al bolsillo y «tiro millas». Nada de tenderetes estilo Montmartre. «Los verdaderos cuadernistas abominan de los pintores de caballete», advierte. Por el camino añade ejemplares raros a su colección de cientos de cuadernos -«soy muy viejo y llevo pintando desde crío», explica-, como los de papel de algas o bambú, forrados en seda con caligrafías orientales, con hojas incrustadas. Su fuerza está en la tinta china. Con la autoridad del negro perfila personajes que intervendrán en sus tebeos, relatos o novelas. Una galería de judíos, abades, conquistadores, caudillos indios, frailes gordinflones, indias, guerreros, jefes turcos y bailarinas se mezclan con estudios de personajes bíblicos o con Leonardo, Rafael y Miguel Ángel. Los ángeles son todas 'ángelas' en sus libretas. Cuestión de devoción. «Cuando salgo a pintar la catedral de Murcia y pasa una mujer que se mueve con gracia, me dejo la catedral y pinto el 'monumento', que es la vida palpitando, la fuerza en movimiento», revela el artista su inspiración.
Lo que también tiene la creación íntima es el diablillo autocrítico interior, que se sienta en el hombro de todo artista desde que nace. A Juan le llevó a quemar a los 14 años todo lo dibujado. «Luego me arrepentí, pero a los 18 años volví a quemarlo todo. A los 40 años hice mi última destrucción», enumera sus 'limpiezas'.
La arquitectura de papel de Luis Izquierdo
Qué diferencia hay entre la torre de 57 metros construida recientemente en Oslo por el arquitecto Juan Herreros para alojar el Museo Munch, y uno de los cuadernos recortados del profesor Luis Izquierdo. Al margen de las dimensiones, en ambos hay un diálogo sobre el espacio y la tridimensionalidad, un ánimo de reconfigurar el mundo. Los cuadernos de arte del pintor y escultor son arquitectura en miniatura. «Los recorto, los quemo, los pliego, utilizo óxido, tintes, vino, telas», explica el profesor jubilado de la Escuela Superior de Diseño, 30 años de docencia. Al margen de su afán por explorar técnicas, hay una precisión obsesiva en sus trabajos que no siempre prevalece en sus hermanos mayores de cemento.
También tienen una versatilidad que envidian los constructores de edificios. «Lo cierras y lo puedes abrir en otro lugar, la influencia japonesa», explica. Y según el grado de apertura, ves una forma u otra. Todos son vehículos de ideas. «Para mí son poemas sin texto», afirma. La vida y la muerte, el deterioro de la materia, la naturaleza, las combinaciones modulares, las matemáticas están en sus desplegables. «Ahora trabajo en una serie relacionada con las guerras y las migraciones. He empezado por Kabul y Bagdad, y utilizo fuego, rupturas, escombros, bordados», asegura quien también dejó fluir el río Segura por un cauce de papel con ramificaciones en azul flúor y poemas de Ben Arabi. Experimenta además con rollos de papel de arroz o de acuarela, según la forma concebida.
El profesor recomienda los blocs de acuarelas de Gunter Grass y de Herman Hess, los pseudolibros de Ulises Carrión, los libros 'pop art' de Edward Ruscha y el lirismo conmovedor de AnselmKiefer.
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