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Termas y esquí.
El Biarritz de los Pirineos

El Biarritz de los Pirineos

La emperatriz Eugenia de Montijo catapultó este pueblo a los pies del Aubisque como destino de las élites decimonónicas

JULIA FERNÁNDEZ

Lunes, 8 de agosto 2016, 11:01

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La carretera que asciende de Laruns hacia Eaux Bonnes serpentea por la ladera de la montaña y coge altura con rapidez. Casi desde el primer kilómetro. Hay poco tráfico a motor, aunque sí muchos ciclistas. Sobre todo si es a primera hora de la mañana. Los esforzados aficionados se levantan con la fresca para iniciar la ruta hacia el Col d'Aubisque (17 kilómetros al 7% de media), una de esas cimas míticas del Tour de Francia y, este año, final de la etapa reina de la Vuelta a España. No han pasado ni cinco kilómetros de ascensión, los más suaves, cuando los cicloturistas se topan con el pueblo.

La ruta hacia el coloso pirenaico (1.709 metros) les obliga a rodear el parque central antes de desviarse hacia la izquierda por entre dos edificios. Pocos son los que paran y menos aún los que se fijan en un enorme edificio que se enseñorea en el lado derecho, con las ventanas cerradas a cal y canto. Si lo hicieran, verían todavía el cartel que anuncia que están ante el Hotel des Princes. Su fachada neoclásica, levantada en 1860, es imponente. Ni siquiera el paso de los años y el abandono le han quitado lustre. Apenas cuesta imaginarse a los aristócratas e intelectuales más selectos del momento asomados a sus balcones. Las crónicas de la época lo dibujan como un palacio digno de reyes más que de príncipes. Habitaciones amplias y luminosas, mármoles y maderas nobles para las escaleras, tupidas alfombras tejidas a mano, finas porcelanas para el café... Hasta tenía una pista de tenis que se ganó milagrosamente a la propia roca que encajona el pueblo. Hoy apenas queda la puerta y tras ella, hierbajos.

Sus insignes huéspedes acudían a Eaux Bonnes seducidos por las aguas termales del pueblo. Su poder curativo y restaurador se conocía ya en el siglo XVI, pero no fue hasta el siglo XIX cuando el balneario se popularizó entre las clases pudientes. Y en ello jugó un papel fundamental una mujer, dicen que la más bella de su época: Eugenia de Montijo. La granadina pisó por primera vez la localidad en 1952, cuando tenía 26 años, junto a su madre, Enriqueta, y su hermana Francesca. Se alojaron en el Hotel de la Poste, que hoy se conoce como Hotel des Eaux-Bonnes, el único que había. La condesa de Teba se quedó prendada.

Un año más tarde, se desposó con el emperador Napoleón III y todos sus pasos empezaron a marcar tendencia. Fue ella la que puso de moda entre los ricos veranear en Biarritz y donde le construyeron en 1845 un hotel acorde con su categoría, Villa Eugenie. Hoy es el majestuoso Hotel du Palais, que ha custodiado el sueño de reinas como Victoria de Inglaterra o Sissi. Sin embargo, nunca olvidó Eaux Bonnes, a donde regresó repetidamente en la década de los cincuenta hasta conseguir que se hiciera un hueco en el calendario de descanso de las clases altas. Los vecinos celebraban las estancias de su 'fee blonde' (hada rubia) como si fueran fiesta nacional.

La presencia de Eugenia impulsó el desarrollo de la localidad. Todo lo que proponía acababa convertido en realidad. Así se construyeron los jardines Darralde, los que hoy rodean los ciclistas antes de seguir escalando hasta la cima del Aubisque y que se llaman así en honor al médico de la aristócrata. Pero también el fastuoso casino que todavía sigue en pie, aunque convertido en un centro para jubilados. Justo a su izquierda todavía se conserva el Paseo Horizontal, por el que se aireaba la emperatriz cada día... Y también de su capricho nació el Hotel des Princes, justo en el lado contrario del camino.

13 años de tiras y aflojas

Dos siglos después de aquello, Eaux Bonnes parece un lugar suspendido en el tiempo. Su imagen es muy parecida a la que recogen las litografías de la época decimonónica, aunque sin coches de caballos ni damas envueltas en sedas y organdí. A lo sumo, lo que hay son utilitarios y parejas de turistas en pantalones cortos.

El hotel cerró cuando estaba a punto de cumplir cien años y desde entonces no ha vuelto a abrir sus puertas. Y eso que no han faltado intentos. El último, en 2003, casi le lleva a la ruina: el ayuntamiento cedió el inmueble a una empresa que se comprometió a rehabilitarlo por completo para transformarlo en apartamentos de lujo. Algunos se vendieron sobre plano sin haber empezado las obras. Resultó ser un fraude.

Esta primavera, tras 13 años de tiras y aflojas, un juez ha condenado al único socio vivo del proyecto a pagar casi medio millón de euros al municipio que, por otro lado, confía en la remodelación de sus termas para volver al esplendor del siglo XIX. Las obras han costado casi siete millones de euros y acumulan varios retrasos, aunque si se cumple todo por fin, en agosto ya se podrá visitar la impresionante 'bulle', una burbuja gigante acristalada construida en el techo del balneario donde los clientes pueden relajarse en un spa con vistas a la montaña y el Pic du Ger. La magia de la 'fee blonde' continúa.

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