Nunca he estado en Venecia, probablemente porque siempre me ha parecido que todo el mundo había ido por mí. Me ha pasado lo mismo con ... algunas de las series más famosas de los últimos años, que no las vi porque ya lo estaban haciendo los demás y tenía la sensación de que me acabaría enterando de todo lo ocurrido en la temporada 4 sin necesidad de darle al 'play'.
No sé. Puede que en realidad no sea por eso por lo que no he ido a Venecia, sino por haber oído de la ciudad cosas maravillosas seguidas de otras terribles. No sabes qué pensar, si la plaza de San Marcos es de una belleza que te quita el aire, o si lo que te lo quita es el torrente de turistas del crucero que te empuja al siguiente destino del 'free tour'.
En cualquier caso, mi ausencia de Venecia no es para siempre. Se trata de una medida provisional que es cierto que dura ya 43 años, pero estoy convencido de que cualquier día me subiré a un avión y me tomaré ese café en la plaza de San Marcos, como hice con Breaking Bad cuando ya no me esperaba nadie para la tertulia.
Ganas me han dado después de leer este fin de semana las declaraciones de un joyero de la famosa plaza, que se queja amargamente de que los turistas ya no gastan dinero y «vagan sin rumbo», como si lo peor de una ciudad fuera, precisamente, que la gente la recorra como si fuera suya. Aún peor me parece que la gente camine siguiendo un orden férreo como si todo fuera un decorado para una secuencia de recuerdos.
La sensación es que lo del joyero va más por lo del dinero que por lo del rumbo, pues también lamenta que ya no ve «pasar a nadie con bolsas de tiendas de marca» y haber presenciado cómo familias compartían un plato de pasta. Al caballero lo que no le gusta es que haya turistas con salarios bajos, que es de lo que va siempre todo.
Uno no debería ir jamás a Venecia a otra cosa que a estar en Venecia. Viajar es existir en otra parte. Eso es bastante mejor que comprarse un brillante.
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