Me crucé con ellos hace solo unos días, mientras conducía por un camino de tierra frente a la costa almeriense. Debían ser unos treinta, todos ... extranjeros, sin más equipaje que lo puesto. Caminaban con la mirada perdida levantando un fino polvo que, una vez en el aire, parecía no ir a caer nunca. A poca distancia les seguía un coche de la Guardia Civil, quizás a la espera de vehículos de apoyo para trasladarlos tras su llegada en una de las pateras que en estas fechas salpican el Mediterráneo.
Como tantas veces en verano, la escena sucedió a no mucha distancia de cientos de bañistas que poblaban una de las calas más populares de la zona: el arcoíris de las vacaciones subrayando el gris ceniza de un futuro que lanza preguntas de vértigo.
Esa misma noche, en Torre Pacheco había convocada otra quedada de los ultras que la pasada semana incendiaron de odio la localidad con su llamamiento a la 'caza' de inmigrantes.
Debían estar también de vacaciones los matones llegados de distintas zonas del país que, durante varios días, montaron en las calles un ring de extremismo y xenofobia. Muchos vinieron con las caras tapadas a tirar una cerilla y largarse, agarrados a la agresión sufrida por el pachequero Domingo a manos de tres individuos que luego supimos que tampoco residían en la Región y de los que ya se ocupa la Justicia. Aunque poco les importa eso a los de la cacería, más cómodos asignando palizas según el origen –como la que le dieron a un menor que participaba en una marcha pacífica– que buscando respuestas. El miedo es libre. Lo que cuesta más es aceptar que la miseria moral también.
Hay más de este país en la mirada perdida de los que llegan huyendo de una situación desesperada que en los ojos encendidos de quienes deshumanizan al otro y alientan la persecución de un colectivo por su procedencia. Temer más a los primeros es no ver de dónde viene el humo ni dónde gana temperatura el verdadero peligro.
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