Iba conduciendo cuando reparé en aquel hombre que portaba una flor marchita envuelta en papel de periódico, porque resultó, además, que el diario era este. ... Antes de hacerme las preguntas que más tarde me vendrían a la mente -por qué, adónde se dirigiría, si tendría planeado regalarla o iba a deshacerse de ella-, me acordé de aquella frase de Walter Lippmann sobre la fugacidad de los periódicos que tantas veces escuché cuando estudiaba y me imaginaba escribiéndolos: «Las grandes exclusivas de hoy envolverán el pescado de mañana».
Lo primero que pensé fue que una flor es bastante mejor que un lenguado. Lo segundo, que el protagonista, en su peculiar elección de envoltorio, había escogido un día poco propicio para deshojar la portada y arropar con ella algo delicado. Alrededor del tallo pude identificar la fotografía de Trump y Putin dándose la mano. Mal decorado para la película romántica. Pero así va el mundo, que agita en la misma coctelera lo bello y lo prosaico en proporciones que parecen calculadas para que no gane nunca del todo lo segundo.
Esa misma noche presencié un ejemplo fabuloso, cuando recorría a pie una calle sin más vida que la de seis contertulios que custodiaban una ristra de botellas vacías de cerveza en la terraza destartalada de un kebab.
A mi paso, uno ellos, que tenía una voz que parecía venir de arrastrarse por la grava, animó con un grito a otro, al que creía que estaba molestando. «¡Va, va! ¡Que te escuchen!». Pero sin pensárselo, aquel otro hombre, desde su silla coja de plástico verde, comenzó a cantar el 'Ave María' de Schubert como si acabaran de sacarlo de la Ópera Estatal de Viena. Para mi sorpresa, y puede que la de algún vecino con las ventanas abiertas, lo hacía tan bien que dudé si parar hasta que terminara, si sentarme o aplaudir. Pero seguí, porque nadie me había invitado al concierto y porque, a veces, no está mal que las cosas extraordinarias pasen como si nada.
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