El agua lo sabe todo de nosotros, y lo cuenta a poco que le preguntes, como si fuera un vecino incapaz de guardarse un chisme. ... Acaba de decir, por ejemplo, que hay trazas de antidepresivos y fármacos como el ibuprofeno en los ríos de todos los continentes del mundo a excepción de la Antártida. Así lo refleja un estudio que revela con ello la única manera de mantener los lugares libres de gente triste: evitar que se pueblen.
Nos duele el cuerpo y nos duele el alma, pero no vamos a hacernos los sorprendidos. El problema viene dando la cara desde hace tiempo. En España, el consumo de antidepresivos ha crecido un 250% en las últimas dos décadas. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo señala en otro informe que nuestra ingesta diaria es ya de casi un centenar de dosis por cada mil personas.
A veces voy a una playa o a un chiringuito y pienso en ello. Si hago cuentas, tengo que asumir que entre todos los que ríen hay unos cuantos verdaderamente jodidos. Mirando las caras, me encuentro además con otra conclusión desconcertante: lo disimulan bastante bien.
El agua dice otras muchas cosas sobre lo que hacemos mal. La del Mar Menor acostumbra a subrayar cada verano el maltrato que le damos y que lleva con más discreción en invierno. Este año ha recibido a los bañistas de varias playas con un ejército de medusas varadas como recordatorio de que hay desequilibrios que no se ven hasta que llega la caída, como aprendimos con la sopa verde o los peces muertos.
En París, frente al maquillaje de inversiones millonarias y la luz de un pebetero alimentado por vapor para reforzar la imagen de ciudad moderna y sostenible, el Sena ha dictado sentencia. Nadie olvidará que la organización envió a nadar a un río contaminado a deportistas que salieron de él vomitando y a otros que acabaron enfermos.
Puede que nosotros disimulemos bien, pero el agua no, y siempre salpica.
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