La matraca de los Oscars me deja con la sensación de haber visto todas las películas nominadas, aunque no las haya visto todavía. He tardado ... un año en ponerme 'Perfect Days', la engañosa candidata nipona (en realidad la firma un alemán) a Mejor Película Internacional, saturado por las mil y una recomendaciones de esta historia sobre un limpiador de retretes que es «feliz con su vida sencilla».
Me sorprende la cantidad de gente que parece no haberla entendido del todo. Y es que confundir con felicidad los intentos de un personaje contradictorio por sobrellevar con el mejor humor posible una vida de sinsabores es, cuando menos, ingenuo. Sí, Hirayama emplea una diligencia desproporcionada en su trabajo, disfruta escuchando música occidental mientras conduce y goza contemplando cómo se filtra la luz del mediodía a través de las hojas de su árbol favorito. Pero también está solo, frustrado y tiene problemas para comunicarse. Durante el transcurso de la película lo vemos sonreír, pero también llorar. El personaje es un ejemplo de filosofía zen y de capacidad para apreciar las pequeñas cosas de la vida, pero no es realmente feliz.
No sé si por estar demasiado ocupados o por la sobresimplificación en las cada vez más bobas redes sociales, estamos perdiendo capacidad para discernir sutilezas emocionales. Esto me lleva a otra película, 'Del revés', que usa la psicología del color para representar los sentimientos de forma muy ilustrativa, aunque infantil. Reducir el amplio abanico de matices emocionales del ser humano a los colores básicos del arcoíris supone también limitarnos. Se estima que nuestros ojos pueden distinguir entre uno y diez millones de tonos. Demasiados para nuestro apresurado modo de vida. Un mundo en blanco y negro es más fácil de gestionar. Un mundo en el que una sonrisa solo puede significar una única cosa.
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