Soy una nostálgica, lo confieso. La noche del 28 de noviembre de 1966 Truman Capote organizó la mejor fiesta de la historia en honor de ... Katharine Graham, la mujer más poderosa del país en aquel entonces, como editora del 'Washington Post'.
El 'dress code' era smoking negro para los hombres y vestido blanco o negro para las mujeres y todos debían llevar máscaras o antifaces. Se sirvieron 450 botellas de champán Taittinger y un nada sofisticado menú. Dicen que el sarao costó casi 150.000 dólares.
El Black and White Ball congregó a la élite social de Nueva York en el Hotel Plaza aquella noche. Fueron invitados millonarios, políticos, escritores, actores, damas de la sociedad y hasta miembros de la realeza, pero no todos.
Ya lo decía Étienne de Beaumont, «una fiesta nunca se hace para alguien, sino en contra de alguien» y aquella noche Truman invitó a 540 amigos pero se ganó 15.000 enemigos.
Esa fecha marcó el inicio de un declive que llevaría a Truman Capote a arrastrarse por el Studio 54 ciego de cocaína y alcohol. En el famoso club newyorkino, el sexo, la frivolidad y el permisivo consumo de drogas funcionaron para crear una hedonista discoteca que no se ha repetido desde entonces. Su legado, como paraíso del exceso y del glamour, ha alcanzado un estatus casi mítico.
Y a mí me habría encantado vivir alguna de esas noches rodeada de Warhol, Halston, Liza y demás habituales del club, o ese momento de Bianca Jagger entrando montada sobre un caballo blanco.
En las fiestas de ahora tenemos a descerebrados agrediendo a mujeres en discotecas mediante sumisión química, hay que tapar la copa para que no te metan droga, y procurar volver acompañada para que no te violen. De verdad que, a veces pienso, que cualquier tiempo pasado fue mejor.
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