Que dice Terelu que «solo de pensar en estar con otro hombre suda y todo». No sabes cómo te entiendo, querida. Los pelos como escarpias ... se me ponen de imaginarme teniendo una cita a estas alturas de mi vida. Porque servidora tiene edad de estar «serena y tranquila en su madurez», que titularía el HOLA, y no de estar probándome modelitos en bragafaja delante del espejo, maldiciendo todos y cada uno de los bizcochos que me he zampado durante el confinamiento.
Dichosos los quince años, cuando no teníamos esos problemas. Una se ponía cualquier trapo y pasaba las noches pelando la pava en la discoteca de El Carmolí, donde las pandillas de adolescentes llenos de hormonas efervescentes nos mezclábamos en la pista de baile mientras sonaba 'Ace of Base' y, a poco que tuvieras algo de suerte, ligabas con facilidad. Después venían los besos inexpertos en el embarcadero al atardecer, los encuentros «casuales» en el Mitad y Mitad o en las fiestas del club náutico de Punta Brava, donde acababas retozando en la playa y tocaba correr a casa a las 12 cual Cenicienta, con una sonrisa boba en la cara y arena hasta en el cielo de la boca.
Pero entonces llegaba el final del verano y con ello el drama, despedidas desgarradas, promesas de un invierno epistolar, llantos y así año tras año, que el enamoramiento pubertoso es como es, voluble e intenso hasta la saciedad.
Menos mal que este verano han cerrado las discotecas, porque entre la mascarilla y la bragafaja, prefiero quedarme en mi madriguera emocional sin sudar. A todo esto, ahora que hago memoria, Julián de Vitoria que veraneabas en el Carmolí hace 25 años: si estás leyendo esto búscame en Twitter (@AnaViguri), que eras guapísimo y en Los Urrutias han construido un embarcadero nuevo.
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