La Unión es un pueblo quebradizo, rodeado de montañas termiteadas, huecas de agujeros de mina, que podrían soltarse y salir volando con cualquier viento, en ... un giro garciamarquiano. No, ya no es ese pueblo de trajín y vorágine, con 50.000 personas y el récord curioso de ser el mayor consumidor nacional de coñac por habitante. Así lo contaba Asensio Sáez tras sus gafas gigantes, que más parecían de buzo que de ver. Eso fue hace más de un siglo, cuando los cafés cantantes daban un toque averbenado y canallesco a sus calles principales. Pero luego fue dejado de la mano de Dios, y fue dejado hasta el punto de que todos permitieron lo que nunca se debió de haber permitido: que un chorro de mierda estercolase su salida al mar sin descanso las 24 horas del día, los siete días de la semana, los 365 días del año ¡durante más de 30 años! La mierda, claro está, hizo costra y ahí sigue.
Sí, la historia de La Unión es una historia cariada. Sin embargo, una vez al año le da al 'play' y pone una vela a 'san Camarón' con el Cante de las Minas, que no es un festival, sino un milagro y de los grandes en un pueblo que parece no importarle una higa a nadie por una razón sencilla: no hay mucha gente ni empresas de tamaño paquidérmico capaces de ejercer presión. Así lo demuestra que a día de hoy sus vecinos sigan peleando por sonrosar su salida al mar y el Ministerio proponga una solución que nadie quiere para descostrar la bahía.
El Cante de las Minas empieza ahora y es lo mejor que el pueblo tiene. Una forma de mirar al pasado y revivir una felicidad quizá más literaria que real, porque la vida en las minas fue algo más que coñac y cafés cantantes. Fue muy dura, así que el Cante de las Minas es una forma de revivir una felicidad que en realidad nunca tuvo. Pero es un intento al menos. Una vez al año La Unión tiene derecho a sacar pecho, a este aquí estoy yo, a este corte de mangas, a dar un golpe en la mesa, a dar un palo y que no sea de ciego, sino flamenco, nunca mejor dicho.
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