Todos tenemos nuestra particular historia de la estupidez, que en mi caso alcanza su punto cimero en 2023, cuando supimos que la editorial HarperCollins estaba ... reescribiendo las novelas de Agatha Christie para adaptarlas «a las sensibilidades modernas». Es decir, las estaban talando (el verbo es mío) de «referencias étnicas y lenguaje ofensivo». Aunque recuerdo algunos puntos críticos en mi historia particular de la estulticia, creo que aquí, sin ninguna duda, 'se hizo cumbre'. Este ánimo de no ofender, de 'ñoñerizar' la vida, llevado al extremo, no nos está llevando a un mundo mejor, sino más pánfilo.
Aunque no me extraña, es la desembocadura lógica del superávit de infantilismo que vivimos desde hace años. Un parvulario que no para y cuyo origen desconozco.
Recuerdo, por ir muy lejos, el lío que se montó cuando éramos críos y a Sabrina se le escapó una teta mientras cantaba 'Boys, boys, boys' en el especial de Nochevieja de 1987. Sí, ya ha pasado mucho, pero no he olvidado que aquello generó todo un río de teorías –que si fue adrede, que si no; que si debió hacerlo, que si no– que solo podían significar una cosa: lo pacatos que éramos por aquellas nieves. Se parece a lo de ahora, pero no es lo mismo. Ahora no se trata de caspa, sino de hipocresía y estupidez.
Recuerdo otro episodio similar cuando Janet Jackson mostró un pezón en un descanso de la Super Bowl, generando otro caudal de teoría y polémica que generó que las actuaciones se emitieran con retardo para poder opacarlas en caso de volver a ocurrir.
Más cerca, en tiempo y espacio, está lo de Molina de Segura, donde en la final del Crearte se prohibió a las integrantes del grupo Shego salir a tocar vestidas de monja. Ya se sabe, el ejército de salvación, que no descansa. Como dice Rafael Chirbes, líbreme Dios de los que quieren salvarme, que de los que me quieren matar procuro librarme yo.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión